jueves, 12 de diciembre de 2013

Un día

Recuerdo el día que nací,
el calor, tu dolor corriendo como un río que viene de lo alto
a romper en las baldosas de un quirófano.
No nací en casa,
pero sí cerca del mar y de la tierra,
en el sueño como llega el mediodía.
Recuerdo el sol friéndose en un plato,
el salteado de latidos,
el amor de tu amor como un pez perdido en la marea,
el éter donde supimos dormidas cosas
que no sabemos contar.
Qué dijiste cuando te ibas. A a a a a... Di, dónde. No me asustes. Sabré, sabrás...?
Tu corazón me retenía, tu sangre me empujaba. Y el espacio que me abría tu voz se parecía a una casa. Lo era todo, como siempre, la voz, la voz descalza, el deseo de la sirena bajo la piel
del mar, la voz que ofrece al pedir, la que sonríe fija,
los ojos que la traen como una ofrenda hasta mí.
Recuerdo que nací de tu mirada,
como un pequeño claro en la incerteza.
Tenía la piel llovida de tu cuerpo rompiéndose, de tu esfuerzo por soltar ese extremo de la cuerda
sujeto a ti.
Nací, me lo contaste. Me diste nombre.
Nací en la primera palabra para mí,
en el calor de tu pecho,
en la hoja enorme como un mapa de tu mano
que se movía siempre alrededor de mí.
Vivo buscando
 la voz del amor de donde vengo.

miércoles, 4 de diciembre de 2013

O paxaro coa palabra na boca

Coñecina por O pouso do fume. Non recordo a primeira vez que falamos, pero si que a conversa non se pechou, quedou á espera coa palabra na boca. Así vive o paxaro que está a voar agora polas aulas galegas: o peizoque Roque, de Dores Tembrás, come e dános a comer palabras. Sempre van con ela, como o pequeno trala nai.
Dores descubriume a Hélène Cixous. Tamén falamos da experiencia de ser nai, da vocación de traballar coa palabra, dentro e fóra dela, ata limpala de todo, como adoita dicir ela. Ao pensar en Dores, vexo os pulidores de parqué segundo Gustave Caillebotte. E un redondel. E o tempo correndo cara atrás. Vexo acenos dunha música familiar, que intúo que coñezo de lonxe mais non sabería dicir... 
Cun agasallo de Dores, medrei como filla da ausencia da nai.Fírmao Eva Veiga e fica no meu escritorio.
Dores é unha casa coa porta entreaberta. Ao escribir este conto, O peizoque Roque, bótanos a voar. Polo ceo das palabras que máis nos gustan. Das palabras que somos
Nas que nos gustaría aniñar para sempre. 



martes, 12 de noviembre de 2013

Franco al desnudo


Esta entrevista fue publicada el pasado domingo, día 10, en
Extra Voz, el suplemento dominical de La Voz de Galicia.
Pilar Eyre y la editorial Destino tuvieron el detalle de permitirnos la prepublicación de uno de los capítulos de esta biografía íntima de Franco tres días antes de la presentación oficial del libro.
¿Cae un mito o nace un hombre en Franco confidencial?

lunes, 21 de octubre de 2013

Elas responden



Unha pequena parte asomou en Extra Voz, dominical de La Voz de Galicia, e outras moitas ficaron no ar, como escribe no seu blog a autora Dores Tembrás. Quedamos no Ágora e falamos da relación da muller coa escrita e da muller en xeral. Fun espectadora entremetida.
 Olalla Cociña aseverou: Non sempre a muller escribe co corpo. Antía Otero apoiou esa tese e descubriume a Claude Cahun, o concepto de corpo performativo, que pode traspasar a materia e recreala. Dores Tembrás compartiu arte que ela coñece ben, maneiras intelixentes de ollar, como a de John Berger no documental do 71 Modos de ver. Nese documental, superado segundo Antía Otero, está en realidade a orixe da conversa.
Faltaban eles. Os libres de xéneros impostos.

Polas palabras compartidas que agardan en silencio na despensa. Espallarse pola casa toda e moito máis alá.





lunes, 9 de septiembre de 2013

Fogar de poesía

Luz Pozo ten unha casa na que colle de todo e no que ocupan lugar de honra as imaxes que non precisan palabras e as palabras máis grandes. O 3 de setembro coñecín outro pouco da Luz coa que tivera falado na casa -hoxe museo- de Emilia Pardo Bazán e que tiña visto na Real Academia, ela cun sorriso amodiño nos ollos e como buscando a alguén máis alá do solpor da xente que comeza a erguerse das cadeiras. Daquela díxome cun medio sorriso que era un pouco Leo e un pouco Cáncer, segundo o momento do día. Na casa de Luz coñecín á Luz que deixa fiestras abertas, amosa fotos de familia, conta, pregunta polos fillos e ofrece zume de pexego e pastitas de corazón para picar. Desta sorte de azar co que comezou setembro xurdiu, na casa de Luz, un encontro con Yolanda Castaño, Dores Tembrás e Estíbaliz Espinosa. Só coñezo unha moi pequena parte da poesía que teñen parido xa, coa mestura xusta de dolor e pracer... as máis das veces. Advirte Yolanda a sensualidade de escribir, ao involucrarse de todo nese proceso de (re)creación da realidade no que o a clave está sempre na ollada de quen mira. Estíbaliz defende a observación dentro da propia ollada da muller, diferente as máis das veces á que dela adoita ter o home. O xénero é máis que unha categoría gramatical, é aínda unha lousa herdada de prexuízos e inercias adquiridas, pero non é definitivo nin o máis definitorio, advirten elas. Dores fala de dous modelos de ser muller nos que unha parece ter que encaixar á forza, pastoreada pola simpleza.
"Non hai problema", din moitos, e moitas, acaso sen saber ben qué dano fai iso. Hai problema cando se está na casa e fóra, só hai que dilucidar quen navega nese mar confuso no que a muller non ten fácil atopar unha áncora que non a inmovilice. A áncora para elas é a honestidade, ser honestas na súa obra co que son; coas nenas que foron e que acaso non soñaron con verse unha tarde plena de verán falando con Luz na casa de Luz, pero si se viran escribindo. A
 poesía non fala soa. Esta reportaxe, pequeno aperitivo en honor a Rosalía, non acaba aquí. Agardo.


domingo, 25 de agosto de 2013

Gente auténtica



Cada vez me gusta más la gente que se conoce. De hecho, es el tipo de gente que más me gusta, superado ese umbral que separa las malas de las buenas intenciones como motivación de unas y otras personas. Por eso ha sido tan valioso para mí el hallazgo de Nikki Eaton, la hija indócil que sufre por su madre en la novela Mamá. Es esta una joya de Joyce Carol Oates que brilla en la oscuridad del zaguán familiar, allí donde se olvidan los disfraces antiguos con libros y apuntes viejos, con muñecos sin edad y sin un ojo, con piezas que una vez encajaron en algún sitio, todo envuelto en un CO2 de resentimiento acumulado tras años de disputas, silencios y malentendidos familiares. La familia es como una obra de Ágatha Christie. En ella solo una muerte descubre la auténtica trama, lo que hay de verdad en cada personaje involucrado. Pero a menudo, quizá por supervivencia, interpretamos piezas costumbristas, educadas en el culto a los ancestros y su plata de ley. En ellas somos actores y a la vez testigos de nosotros mismos, congelados en estáticas fotografías que decoran el mueble de la entrada. Las celebraciones familiares están bien, son necesarias, deben serlo a juzgar por lo que se repiten; todos las sufrimos y las recordamos después con una vaga nostalgia, es cierto, esa clase de nostalgia que nace más de un deseo que del recuerdo de un hecho real. Esas quedadas instituidas alrededor de un pavo relleno o un bacalao con coliflor son puestas en escena en las que aflora nuestro talento para la interpretación o bien nuestro instinto criminal. Hasta en las mejores familias a veces suceden cosas, cosas de verdad, hechos imprevistos e impactantes, que arrasan los cimientos de un hogar para ver la calidad de su estructura. Un asesinato rompe la pauta de la costumbre en esa gran novela de Joyce Carol Oates de la que hablaba al principio, Mamá, en la que Nikki Eaton se deja calar. Es una mujer extravagante que huye de la mentira, que se conoce y se atreve a mirarse de frente, sin un cojín que oculte esa parte de su vida que no quiere ver reflejada en el espejo. Siendo de papel, Nikki convence como un ser de carne y hueso, porque es tan inclasificable y tiene tantos matices como sus lectores. La entendemos, nos tiene en consideración pues no trata de engañarnos, la queremos. En cambio, Clare, la hermana perfecta de Nikki, la hija perfecta, la esposa perfecta, la que siempre hace y deshace y sabe lo que debe hacer, nos pone de los nervios desde el principio, como el zumbido de una mosca que no deja de volar de un lado a otro de nuestro cuarto. ¿Por qué no se detiene?, nos decimos. En mi vida he conocido a varias Nikkis. Gente auténtica, gente que se atreve a conocerse, que sabe que no es exactamente buena ni mala, que es tan crítica y exigente o más consigo que con los demás. Gente con fracasos asumidos y miedos al aire, con una sensibilidad extraordinaria para medirse y entender a otra gente, aunque no siempre sepa estar o qué decir. El saber estar es, en cambio, lo que domina Clare, la hermana perfecta, o más bien el estar a secas. También conozco a Clares, prácticas y diligentes, llenas de quehaceres, consejos y buenas intenciones, enérgicas, resolutivas, en apariencia seguras, pero con un severo astigmatismo para lo elemental: las emociones, la extraña naturaleza de los sentimientos que nos hacen humanos y no siempre buenos u oportunos. Me pregunto cuánto tendré de Nikki y cuánto de Clare, será tal vez según el momento. Creo que mi madre sabría decírmelo, pero nunca lo haría por no herir mis sentimientos. Así se explica el tacto de Gwen, la madre de Nikki, con su hija, un respeto hacia su libertad que va mucho más allá de no censurar su corte punk de pelo o su exigua minifalda. La comprensión silenciosa de la que una madre es capaz.

sábado, 6 de julio de 2013

Desatando cabos


Se me va el tiempo aflojando cordones. Y atando cabos. Mientras ayudo a mi hija a acomodar sus pies en unas zapatillas de esparto se me ocurre la idea que entre mis últimas lecturas hay algo en común, quizá es la respiración entrecortada que percibo en todas, como la de una persona que tiene miedo enfrentándose a ese miedo que tiene. De eso va esta historia, llevada al cine con Jeff Bridges y Kim Bassinger como protagonistas. Recuerdo la película. Creo que no llegué a verla, y sin embargo visualizo con detalle algunas escenas. ¡Qué excéntrico, diréis, recordar lo no vivido!, posiblemente Mary Shelley o las Brönte podrían explicarlo. En cuanto a mí, creo recordar incluso el día en que vine al mundo, la sensación de ahogo aquel mediodía de agosto y la pereza por desprenderme del arrorró del líquido amniótico de mi madre.
La novela Una mujer difícil nació para mí hace un mes, pese a los años que tiene. Fue una recomendación. Atraída por el título, empecé a leer: «Una noche, cuando Ruth Cole tenía cuatro años y dormía en la litera inferior, la despertaron los sonidos que produce la actividad amorosa, procedentes del dormitorio de sus padres. Era un sonido del todo nuevo para ella. Ruth había estado recientemente enferma, con una gripe intestinal, y cuando oyó por primera vez a su madre haciendo el amor pensó que estaba vomitando».
Leí con fruición, atragantándome a veces, unas 300 páginas seguidas. Sin encender más luces que la justa para entrever ciertas cosas y sin dejar de preocuparme por Ruth, una niña de 4 años rodeada de sombras espectrales. La de sus hermanos muertos de adolescentes en un accidente de coche, la de su padre (Ted) cuentista, retratista alevoso, bebedor y mujeriego, y en especial la de su madre, Marion, una mujer de belleza impactante atrapada en el limbo que se abre entre una experiencia traumática y el sentimiento de culpa. En la primera parte de esta novela de John Irving, la muerte y el amor mantienen una tensión ejemplar. Pese al excesivo dramatismo de la historia, o quizá por eso, por haber captado el autor el drama en toda su obscenidad, desde dentro, y también de este modo poco remilgado la vida de un matrimonio hecho harapos. Esa unión hecha trizas es el efecto de la erosión del tiempo, el azar y el encierro interior al que se han condenado Ted y Marion. Pese a la playa devastada en la que viven, cada uno bajo la andanada de su propio dolor, hay un instinto elemental arrojando piedras contra el cristal de la tristeza, un grito de vida que revienta el silencio feroz de la noche y el tedio de los días sin miras.
Es Eddie quien lo propicia, un adolescente con inquietudes literarias y con los imperativos físicos propios de su edad. Su iniciación en el sexo tiene algo de la antigua luz de Banville, esa calidez enfermiza de la poesía de la experiencia, el aire cargado de una habitación en la que duerme un matrimonio normal, con sus años, sus vivencias y sus silencios configurando los matices de la atmósfera.
En esas primeras 300 páginas de la novela de Irving hay tanto dramatismo como tensión. Luego Ruth Cole se hace grande y el ritmo decae. Ya nada vuelve a ser lo mismo, pero en esa primera parte del libro, un salto al vacío de la pérdida de lo que amamos, no es posible apartar los ojos del papel, de esa frase, de la chaqueta rosa de Marion, de la foto en la que se ven las piernas de sus hijos, de otras muchas imágenes, o de la destructiva obsesión de Ted por desnudar impúdicamente a las mujeres con hijos. O de la vergüenza de alguna de esas mujeres.
Cuántas zapatillas sin cordones tendremos al fondo del armario. A veces es mejor no atar cabos. De hecho, dejarlos sueltos hace que la vida se parezca a un cuento de Alice Munro, donde cada final es un principio y donde cada convicción nuestra sufre un temblor, un desplazamiento de fallas tectónicas que nos deja perplejos, inmóviles, pendulando sobre un eje: Nada es de una sola manera.

domingo, 2 de junio de 2013

En casa


Es un abrazo de mar.

Un golpe
de arena
por sorpresa.

Su sonrisa no sabe estar sentada, está escapándose siempre de su madre.

Sus ojos son de verdad, no han aprendido aún a protegerse.

Ella sabe dar
besos perfectos
que se abren como un táper.

Cuando abraza es en cambio silenciosa

y obstinada.

Tiene la hondura de un eco.

Otras veces ríe leve como si fuese una pluma.

Y parece que la música empieza
a hacerse sola.

Cuando Sofía me abraza,
me recoge,
me trae de vuelta a casa.

 
Esta es mi casa.
Mi pequeña,
mi única
certeza.

viernes, 31 de mayo de 2013

El cuarto propio de Anne

"Tengo una habitación propia. La lluvia cae sobre ella", escribe Anne Sexton. Con estos versos se inicia la lenta detonación de uno de los poemas que incluye su antología en el sello Linteo.
Anne Sexton. Su poesía completa ha sido
editada por Linteo
Anne nos lleva, a la par pero nunca de la mano, al encuentro de Virginia Woolf y otras mujeres que asumieron el reto de hacer literatura, de contar algo verdadero con esfuerzo, con el sacrificio y la consideración que exige dedicarse en serio al arte. No hay que leer su biografía para saber que Anne tuvo dos hijas. Su poesía da testimonio de esta circunstancia, crucial en la vida de toda mujer, por acomodada que esté entre cojines de plumón o de lana merina, con toda su tribu abriendo la mano y dejándose coger el brazo a veces, o por liviana o volátil que se sienta frente a la experiencia de la maternidad. Que esas madres, haberlas haylas.
En su día, con su habitual lucidez de corte práctico, Carmen Posadas escribió un artículo sobre su desconcierto ante la, a su juicio, excesiva importancia que se da ahora, en nuestro mundo, al hecho de ser madre. No se trata de algo extraordinario, advertía la escritoria, las mujeres han tenido hijos desde el principio de los tiempos y en otros lugares lo hacen al natural, sin terapia ni aceite de rosa mosqueta, ni ninguna clase de instrucciones, guías o ceremonias preparto. Sin aliento épico ni raptos místicos. Dudo que Posadas quisiera restar valor a la figura (esculpida en chicle, diría yo, viendo lo que da de sí) de la madre, solo advertir sobre el exceso de esta maternidad torrencial que nos cala hasta los huesos y nos deja frías para todo lo demás que somos como seres, como mujeres. ¿Hemos dejado de resistirnos? De las diversas facetas que confluyen y pelean en un solo ser, en una mujer, habla la poesía de Anne Sexton.
Lo hace como la niña que fue, a la que coarta su madre y que se encierra a vivir su mundo en el baño. Como la pequeña que incuba, para la posteridad de su poesía, el miedo a la perfecta quietud y el rictus grave de sus muñecas. Como la amante abandonada, doblegada de ternura y de ira hacia una esposa ejemplar. Como la amante en la plenitud de la entrega que dice al final de un poema: Nadie está solo. Como la casada que se quita las esposas para emprenderla furiosa a manotazos con cacerolas y sartenes. Como una mujer con su regla y sus hormonas. Como la madre que llora y que canta, y escribe un himno voluble para ese insospechado sentimiento al que nos arroja un hijo: "Busco himnos sin complicaciones / pero el amor no los tiene", escribe Anne. ¿No es así?
"Mamá y Jack llenan el cielo; ambos endosan / mi feminidad. Cerca de tierra arriba mi barco. / Vine a esta tierra a montar mi caballo, / a tocar mi guitarra, a copiar /sus dos nombres, distintos como girasoles; a conjurar / el pan de cada día, a sobrevivir, /
de algún modo a sobrevivir". Así concluye, con un caballo Lispector, el poema de la habitación propia que la autora de Love Poems habitó bajo la lluvia.
Anne Sexton no va por partes, como nos dice aún algún hombre que lo hagamos, separando el agua clara del aceite de freír, poemas e hijas, emoción e intelecto, amor y piedad, dolor y venganza. Anne escribió con el sudor de su cuerpo y la lucidez siempre a prueba de su mente. Con todo el mundo encima de ese cuarto propio en el que murió joven. Más allá de él vive su poesía, cuchareando (verbo suyo) el agua inmóvil del silencio temeroso y de lo ya establecido, como un Campanu increíble. Ayudándonos a remontar ríos de la única forma que se puede, nadando contra corriente. Aunque a veces haya que dejarse llevar cabeza abajo para no morir en el intento.

miércoles, 29 de mayo de 2013

Matrimonio con hijas

Una pareja. Una escapada fugaz, sin hijos. Un hotel lejos de la rutina. Son las pinceladas de otro de los relatos que incluye el libro Tierra acostumbrada, de la Pulitzer Jhumpa Lahiri. Como los que ya superamos los 30 hemos crecido con vientos de bonanza y cuentos de hadas, llegados a un punto no sabemos dónde poner freno al ideal, si es viable aspirar a él o deseable mantenerlo en la pared, como un paisaje alpino junto a la cómoda con fotos de familia. Es difícil saber dónde está el umbral que separa lo familiar de lo vulgar y si las ganas de príncipe pueden llegar a compensar el beso a la rana.Cursi como me veis, la cursilería ajena me provoca un acusado picor en la garganta, especialmente cuando en esa manera de sentir asoma, y es algo que ocurre muchas veces, una sensibilidad tan voluminosa como hueca, como la nube de algodón de una noche de feria. La belleza puede ser frívola, no ir más allá de unos ojos, o un patrón antropomórfico como el de Bradley Cooper, pero su impresión es siempre honda cuando el que mira sabe mirar. Aguantar bien la mirada es uno de los mayores retos que afrontamos casi a diario y su fruto puede saborearse en historias como las de Anne Tyler o Jhumpa Lahiri, que llevan la luz sobre la dura realidad con cierta indulgencia, en un examen no exento de esperanza. Lahiri habla del amor en diversas circunstancias, entre padres e hijos, entre amantes, entre culturas distintas, en la encrucijada de un matrimonio real. Ahí conduce el tercer relato que ofrece Tierra desacostumbrada, al principio de este post, a la escapada sin hijas a un acogedor hotel. La razón de esta breve huida romántica de un matrimonio normal (¿cómo saberlo?) es una boda, que en este caso se convierte en una expedición al pasado. Nosotros los de entonces ya no somos los mismos, decía Neruda abocado a una noche de ausencia. Es algo que solemos advertir, ese abismo temporal hacia lo que se ha ido, cuando vemos a viejos amigos después de mucho tiempo, en especial si hay un evento por medio, una función. Yo no soy la misma en una boda que en la playa, el trabajo de vestuario y maquillaje que hay detrás de ese espantajo con tacón y tocado Gaudí en que me convierto con tesón kafkiano para una ceremonia tiene más porte, más edad y más guión que la chica de coleta fosca que toma el aire en la playa como un lagarto pancho. La puesta en escena es necesaria en una historia, nombres, situaciones, ristras de palabras que nombran la especificidad de las cosas. "Desde fuera el hotel resultaba prometedor, como un antiguo refugio de montaña para esquiadores: fachada marrón chocolate, tejado a dos aguas muy inclinado, ribetes rojos en las ventanas". Así arranca el relato Una elección de alojamiento, en el que la boda de la atractiva Pam detona un pequeño gran conflicto de pareja entre Amit y Megan. La autora da cuenta, entre otras cosas, de la dependencia de un padre respecto a un hijo, de un estado de alerta maternal que no cesa, sino que se acentúa en la distancia, y es extrañamente compatible con la euforia de liberarse por unos días de la disciplina de la crianza. Tanto Amit como Megan se sienten cansados. Es algo que él le recrimina a ella, que siempre esté cansada. Pero hay una noche, esa noche que ellos podrían hacer especial, en la que ella quiere bailar y él no le tiende una mano; prefiere la soledad de sus pensamientos, escapar sin dar explicaciones del peso de los recuerdos de incógnito en la noche. A él  le puede la cobardía y la deja sola, en la boda de una antigua y admirada amiga de aire frívolo, con un vestido manchado en medio de una gente y un ambiente que él dejó atrás hace ya años. Pero que aún le pesa. Y del que necesita que le salve una mano solidaria, poderosa. La mano de una mujer que no ha perdido la esperanza.

domingo, 26 de mayo de 2013

La confesión de una mujer

Hace ya un par de años que está en casa, pero yo la descubrí ayer. ¿Cuánto tiempo tardamos en ver lo que miramos? Qué gran diferencia semántica entre dos verbos de partida tan próximos. A veces los días no bastan, necesitamos años para darnos cuenta (y eso si lo hacemos) de que en nuestro repetible horizonte cotidiano hay algo de valor, un tesoro emergido al mundo coloquial de la rutina.
No entraré en someras profundidades. Diré solo que, como no tengo demasiado tiempo para leer, ante el escaparate de algunas librerías y boutiques culturales de aspecto alternativo me siento presa del síndrome del comprador compulsivo. Ese que te impele a llevarte tres prendas cuando necesitas echar otras tres o cuatro del armario para aliviar su pesadez. El resultado, dejando la ropa aparte, es un acusado déficit con la literatura, libros y libros sin abrir que se van posponiendo una y otra temporada, convirtiéndose en objetivos difusos de mis tiempos libres, que son varios, breves e intensos como el buen café a lo largo del día. Una de esas lecturas que en mi casa quedaron aplazadas sin fecha es Tierra desacostumbrada, volumen de relatos de la escritora hindú-americana nacida en Londres Jhumpa Lahiri al que llegué gracias a Yolanda, de la Librería Nós. Podría decirse que el libro vino a buscarme a mí cuando yo indiqué a qué altura estaba del camino. Me precipito ahora al tercer relato de esta obra, tras una primera zambullida refrescante y una mucho mejor segunda inmersión. Me detengo aquí, en el relato Cielo e infierno, en el que el joven bengalí Pranab Kaku trunca el porvenir pasado de su estirpe al enamorarse de Deborah, una americana tipo con la que, solo un detalle, se besa en público ante el pudor de los suyos. Y ante la mirada de otra mujer. En realidad, de una mujer y una niña, madre e hija, con dos maneras encontradas de vivir en tercera persona, juez y parte, esa historia de amor mestiza. Lo que une a Pranab con su sueño americano, Deborah, es lo de menos en el relato de una autora distinguida con el Pulitzer, un romance de postal, sin los matices interiores de quienes lo viven, pues no son ellos quienes lo cuentan. La mirada desde la que nos arrojamos a esta historia dando un salto sin red entre culturas y generaciones distintas es la de la niña. Los ojos de la infancia lo cambian todo, ya sabéis. El resplandor que a veces hay en ellos es un oasis, una ilusión que no siempre encuentra el agua para crecer en tierra real. Es así en muchas ocasiones, pero eso no resta fuerza a la mirada, al contrario, le confiere una belleza capaz de desarmar al adulto engullido por la grisura habitual de la experiencia. ¿No es la ilusión la mejor manera de estar vivo? Los ojos de esa niña hindú afincada en Central Square y su admiración por Deborah pelean en el relato con la adustez de su madre. Dan como piedras en el muro de la desaprobación de esta mujer de prematura vejez que cuida la casa y vive para otros, marido e hija, y es en realidad la gran protagonista del relato. Hay una historia de suspense en cada mujer que sufre en silencio mientra pela patatas o ve a solas cada tarde una telenovela que aventura otras formas de vivir, reales o ficticias. El mal de amores prende bien en el heno, en la tierra acostumbrada. A veces, donde aparentemente no ocurre nada se consume una vida y está en juego la suerte de varias. Entre una madre y una hija hay un océano de cosas que en ocasiones se queda helado. Y, como diría Kafka, es necesaria un hacha para romper ese hielo. Una confesión que ayude a comprender el dolor soportado. O al menos a liberarlo.
(http://yovivoenella.blogspot.com.es/2011/01/jhumpa-lahiri-cielo-e-infierno.html)

jueves, 23 de mayo de 2013

Cuentos sin hadas

Portada de "Mi vida querida", de Alice Munro
Cuando una mujer escribe, la intimidad del mundo se siente atrapada. Se llama Alice Munro y los suyos no son cuentos de hadas, nada de historias ramplonas en los que las chicas se maquillan la complejidad para que la guerra de sexos resulte más clara y absurda, y donde la fantasía ofrece una salida de emergencia a lo que verdaderamente nos concierne. Alice Munro ha escrito el que será su último libro y se ha despedido con cortesía, con un dominio chejoviano de la atmósfera que nos desnuda de todo poco a poco, casi sin querer, sin ademanes que violenten la experiencia natural y sobrehumana del misterio. Yo la descubrí tarde, con la colección de relatos Demasiada felicidad, que me dejó en suspenso a la manera de un Carver misericordioso. Alice Munro no es blanda, pero habla de la dureza de la infancia, la adolescencia, la enfermedad, la vejez y la muerte con poesía. Con una sutileza de verso libre que se parece al primer amor. El amor, el pasional y el fraternal, es en el libro una herida que supura, que no se puede cerrar. "Nada en el amor cambia demasiado", escribe Munro. Y el relato se cierra, la pluma se detiene, no hay más palabras, y sin embargo no acaba. Quedan dentro tirando del hilo de nuestra propia biografía y sus alternativas la desazón, una antigua pérdida casi olvidada, la duda, la sorpresa. Los caminos por los que nos aventura Alice Munro son como los que abre un hijo, familiares, muy nuestros, y tan extraños a la vez como ese camino a casa que no se nos ha ocurrido tomar nunca. Grande es la fuerza de la costumbre, que pone el piloto automático y va adormeciendo los sentidos. Los aguza el último libro de esta escritora canadiense que recibirá el Nobel, Mi vida querida. Todo en él merece la pena, que es también alegría. Yo me quedo con el relato del salto de Caro, la historia de una madre que se vuelve hippy y se lleva a sus hijas a un nuevo estilo de vida más campestre y "natural". Pocas veces las cosas son como se ven a simple vista, la felicidad no siempre es ese pájaro libre tan seductor. Alice Munro ha llevado su escritura al meollo extraño de la vida y desde él nos cautiva, como un cuento de miedo en mitad de la noche oscura en una tribu. Hay maneras de contar que aún pueden mantenernos despiertos. Confiando en que no se acaben las palabras.

viernes, 3 de mayo de 2013

Palabras y palabros

Somos el tiempo que nos queda. Ese verso da título a una antología del último galardonado con el Cervantes. Al recoger el premio, Caballero Bonald advirtió el consuelo que ofrece la poesía, especialmente en un mundo en crisis, en el que las ventanas nos asoman cada vez un poco menos a la belleza del día laborado. La mirada hacia dentro puede ser una oración, hecha para suplicarnos a nosotros mismos fortaleza para seguir adelante, mirando lo que dejamos atrás. Solo así podrán corregirse las erratas de la historia, y en eso, según el poeta, también puede ayudarnos la poesía. Pues en ella se hace, como expresó otro escritor, la justicia de las cosas.
Hace varias primaveras, cuando aún teníamos los ojos vendados, nos reímos como hienas de las miembras que brotaron por gracia de una ministra, ¿o fue primero un ministro?, señalándolas como una malformación de género insospechada. ¿A quién se le ocurre, qué vendrá después: peritas, pilotas, soldadas y tenientas? Árbitras haberlas haylas, y también dependientas, pero cómo podría igualar un sufijo los grados y postulados de la escala militar. Para tenienta, la mujer del teniente, y a mandar en la intendencia del hogar. Si queremos ser justos, no finjamos ser ciegos. El género de las palabras excede el ámbito lingüístico, aunque operemos con el bisturí de las normas morfológicas. ¿No se rompieron por el forro con el insólito caso de modisto? Es preciso recordar que en su día a la modista le brotó por el jeto (perdón, por la jeta) una curiosa variante masculina, con el afán insepulto de dar un nuevo corte al oficio de tantas mujeres que no han pasado a la historia, y no será porque no han hecho méritos zurciendo la cotidianidad. Pero la laboriosidad es cosa distinta del talento. De partida, no suele disponer de un cuarto ni de un tiempo propios. Sigamos las costuras. ¿Por qué no sacarse de la manga un periodisto para el periodista varón, a semejanza de modisto? ¿Quizá porque el origen del oficio es más masculino que el género de la palabra? Qué palabra o qué palabro, ¡periodista!, qué rigurosa columna inspiró hace ya unos años a Pérez Reverte, académico y escritor. La indolencia puede resultar insultante, sobre todo si se ayuda de palabras a la caída, a las que se obliga a mentir por interés. El lenguaje parece haberse malversado en el ejercicio de la función pública. Y el conflicto rebasa el escollo del género. ¿Qué provoca más espanto, superado el impacto visual, un *istoria por historia, o un nazismo por escrache? Para responder no basta con recurrir al diccionario, es preciso ir más allá, a la historia misma, y también adonde habita la poesía, un vasto lugar en el que las palabras se examinan, calibran su hondura, sopesan sus matices y desechan las capas de cemento o barniz que les han ido echando encima. Ojo con las hipérboles, que pueden ser mortales. La poesía es más que un arma, piensa lo que dice, suele abstenerse de la caza de perdiz y el tiro al plato, busca la verdad. Un solo verso puede ser una advertencia sutil cargada de futuro, algo así dice un poeta. La poesía es también un alto en el camino conocido. La sorpresa en el camino transitado. Vicente Aleixandre dijo: Las palabras significan. Y otro autor advirtió que, en la literatura, la única moral es la exactitud. Defendamos la exactitud de las palabras, para que no se conviertan en sonajeros que emiten un sonido u otro según la querencia de la mano que los mueve.
No respetar el lenguaje significa empobrecer lo que somos.
Empecemos por las palabras más pequeñas, como hoy. Tiene un significado y es urgente.
Todo este tiempo que nos queda hasta la noche.
Hoy es el Día Mundial de la Libertad de Prensa.

jueves, 2 de mayo de 2013

Dulce y salada espera

"La casa era grande porque nuestros proyectos también lo eran".
Los buenos comienzos importan. También los grandes proyectos, aunque no se lleven a cabo o no terminen por convertirse en un hogar, como solía ocurrir en los ochenta. Las licencias poéticas son justas y necesarias, descubren que a veces los hechos son permeables al deseo y la voluntad de las personas. La frase en cuestión da inicio a una novela fresca, salada, diferente, que me llevé a la boca como un sarcasmo de kiwi un junio espléndido en que tenía un espléndido balón de playa por barriga. Entonces, yo estaba llena de vida por venir y John Fante, al que tal vez conozcáis por su álter ego, el antihéore Arturo Bandini, me sirvió un libro al gusto. Pese a tener buen apetito a todas horas y saltear sin complejos, ni ardores, anillas de calamar con albóndigas caldosas, el embarazo me deparó, además de 13 kilos extras, ciertas reacciones gastrointestinales a determinadas lecturas. Así como podía echarme al coleto cualquier frito, mi estómago premamá no toleraba cualquier libro. Me caían indigestas las grandes gestas épicas y esas historias de romanticismo light que una chica al uso degusta con placer en tardes primaverales hipercalóricas, comprendidas entre los polos opuestos (siempre atractivos) de un helado de vainilla y una manta de pelo. El caso es que John Fante (1909-1983), al que el poeta Charles Bukowski llegó a considerar un dios, rompió la estática del tedio al irrumpir en mi estado de ¿dulce? espera con un cuento tan grotesco como lo es, bien visto, todo lo real. En "Llenos de vida", Fante novela sobre Fante, un americano de clase media de 30 años que se gana la vida trabajando como escritor y guionista de Hollywood. He ahí un tipo felizmente casado, sobre el que de pronto se cierne la amenaza de un «bulto sinuoso, deslizante y escurridizo» ganando territorio en la barriga de su esposa, Joyce.

Sopla el aire de cine de los años cincuenta. En L.A., donde cada sueño tiene un decorado a medida, y siempre de fondo el hotel Bates, ese escéptico con raíz en los Abruzos que es John Fante afronta el embarazo de su esposa como lo que es... Él, un hombre, un ser humano normal, sin aspavientos hormonales, víctima irredenta de la revolución dermoestética e interior de la mujer que le dará su primer hijo, un heredero varón. En "Casa de verano con piscina", Herman Koch dice, o más bien lo dice su personaje, que todos los hombres desean un hijo varón, y en realidad todas las mujeres también. ¿Será cierto? ¿Acaso hay un temor oculto en mi boba fantasía de verme rodeada de tres niñas con bucles y botas de agua cantando y saltando bajo la lluvia? Fante hace del deseo del vástago una parodia quevedesca, regada con lambrusco. El personaje que borda en "Llenos de vida" es un observador acalambrado que, entre otras menudencias, advierte cómo «la desarmante zorrería de las bragas de seda» de su mujer se ve erradicada por blusas y combinaciones king size.
«Aquello era el matrimonio, aquel sepulcro, aquella vil prisión en la que un hombre impulsado por un deseo sobrehumano de ser bueno, decente e íntegro acaba haciendo el ridículo a las tres de la madrugada sin otra recompensa que la prole, y una prole ingrata por añadidura», escribe el futuro papá, encarado a un mero antojo. Frívolo, indolente, despreciable incluso, el personaje de Fante es conmovedoramente humano. Como un niño grande chafado ante un globo roto, ante un sueño cimentado sobre una colonia de termitas.
Las circunstancias pugnan con los grandes proyectos que deben anidar en la base de un hogar.
A veces solo el humor puede mantener el fuego vivo.

miércoles, 1 de mayo de 2013

El beso convertido en método

Vuelco aquí la entrevista completa que hice hace unos días al doctor Carlos González, autor de Bésame mucho. Se publicó el domingo, en versión reducida y editada, en el suplemento Extra Voz, de La Voz de Galicia. Su cuestionario aparecía junto a otro muy similar planteado a Eduard Estivill bajo el cliché Dos pediatras y un destino: La familia feliz, que he mencionado en un post anterior (http://elpieenlamarea.blogspot.com.es/2013/04/eduard-estivill-el-habito-hace-el-sueno.html).

Ha puesto los besos en los cimientos de miles de hogares «que desean educar como se hacía antes, con amor». Así se dirige Carlos González (Zaragoza, 1960) a los lectores de Bésame mucho, un modelo que insta a consolar al hijo cuando llora, a cantarle hasta que se duerme, a educarlo «comiéndoselo a besos», a no darle de comer por la fuerza o a vencer el complejo de ceder ante una rabieta infantil. «Nuestros hijos nos perdonan, cada día, docenas de veces», advierte el autor de Entre tu pediatra y tú. Defensor del colecho, afirma que los niños «nacen igual que lo hacían en la cueva de Altamira: con los mismos instintos y necesidades». Estar en brazos de sus padres es, a su juicio, una de las básicas que algunos «expertos» están invitando a desatender.

-Su libro “Bésame mucho” enseña a cuidar a los niños  “como se ha hecho toda la vida”. ¿No hemos evolucionado, es indeseable que lo hagamos en ciertos aspectos?
Por supuesto que hemos evolucionado. Y en muchas, muchísimas cosas, hemos evolucionado positivamente. El problema es que nuestros hijos no han evolucionado, nacen exactamente igual que lo hacían en la cueva de Altamira. Necesitan estar en brazos, necesitan atención día y noche, necesitan dormir junto a sus padres. Pero desde hace algún tiempo, algunos “expertos” se han dedicado a asustar a los padres: “si lo coges en brazos, si le haces caso, si duerme contigo, se convertirá en un, en un...” ¿En qué, exactamente? Solo prentendo que los padres sepan que criar a sus hijos como ellos desean, con cariño, consolándolos cuando lloran, cantándoles hasta que se duermen, comiéndoselos a besos, no hace ningún daño a los niños. Al contrario, les hace felices.

-Como dice en el libro, las madres de hace cien mil años no necesitaban libros ni expertos para educar a sus hijos. ¿Por qué cree que los padres de hoy recurrimos tanto a unos y otros?
Supongo que en parte es una moda, compramos libros sobre el tema porque vemos que “todo el mundo lo hace”. Pero también pienso que la capacidad de cuidar a los hijos, el “instinto maternal”, no es algo que ya tenemos de forma automática, sino algo que se va desarrollando con los estímulos adecuados. El estímulo es el niño. Los padres que pasan muchas horas al día con su bebé, y que son libres desde el primer día de atender a ese bebé como ellos creen conveniente, habitualmente van encontrando por sí mismos las respuestas. Los padres que pasan la mayor parte del día separados de su bebé, y encima, el poco rato que están juntos, les han ordenado “no lo toques, no lo consueles, no lo cojas en brazos...”, se encuentran muchas veces perdidos y desorientados.

-Escribe, dice, en defensa de los hijos, en defensa del amor como modo de aprendizaje. Un cachete, un grito o un insulto al niño no son admisibles nunca, diga lo que diga el doctor Spock. ¿Es así?
Se puede gritar, insultar o pegar a un hijo exactamente en los mismos casos en que se puede gritar, insultar o pegar al marido o a la esposa. Es decir, nunca. No entiendo cómo algunas personas pueden verlos como casos distintos, que incluso tienen nombre distintos; una cosa es “castigo físico” y otra “violencia doméstica”. Pues no, lo siento, es lo mismo. O peor, pues creo que la violencia es moralmente más reprobable cuando se ejerce sobre un ser más débil, que no se puede defender, y a quien tenemos la responsabilidad de proteger.

-¿Puede enseñarse al niño a ser disciplinado y respetuoso con los otros desde la comprensión y la permisividad absolutas?
¿Permisividad absoluta? No creo que eso exista ni pueda existir. No se trata de dejar que el niño coma caramelos todo el rato, o juegue con fuego, o pegue a otros niños. Se trata de decírselo de buenos modos, no a gritos ni a bofetadas. Igual que se lo decimos a un adulto. Porque entre los adultos no hay permisividad absoluta. Hay cosas que yo no permito hacer a mi esposa, hay cosas que mi esposa no me permite hacer a mí. Yo sé que no puedo romper los muebles, saltar en el sofá, insultar a la gente por la calle. Pero mi esposa nunca me ha gritado, ni me ha castigado, ni me ha sentado en la silla de pensar (y es una suerte, porque ya me tocarían más de cincuenta minutos). Simplemente, la mayoría de las cosas que están prohibidas ya ni las intento, porque algo dentro de mí me dice que eso no lo debo hacer. Y otras cosas, cuando las he hecho, mi esposa me ha dicho “por favor, no hagas esto”, y ya está. No es tan diferente con los niños. ¿Cómo enseñamos a nuestros hijos a no prender fuego a la casa? Pues habitualmente no hace falta enseñárselo, porque los niños presentan una notable tendencia espontánea a no prender fuego a la casa, a no tirarse por la ventana y a no sacarles los ojos a otros niños. Casi ningún padre ha tenido que explicarlo: “mira, hijo mío, no hay que sacarle los ojos a la gente porque...”. Las cosas que nuestros hijos hacen mal suelen ser bastante más leves, y basta con una explicación educada: “no pongas los zapatos en el sofá”, “vamos a lavarnos las manos antes de comer”...
-Ha salido en defensa de las vacunas, ¿por qué?
Porque veía padres que, engañados por ciertos médicos irresponsables, no vacunaban a sus hijos, o lo hacían demasiado tarde. Es importante seguir el calendario oficial de vacunaciones.

-¿Han mejorado los padres de hoy en el cuidado de sus hijos respecto a sus predecesores?
Tanto antes como ahora ha habido muchos padres distintos que han hecho muchas cosas distintas. Y no existen estadísticas fiables sobre lo que hacen los padres de ahora, y menos los de antes. Así a ojo, da la impresión de que ahora se pega menos a los niños. Empieza a estar socialmente mal considerado. Pero, por otra parte, nunca antes en la historia de la humanidad se había cogido tan poco en brazos a los niños cuando eran bebés, nunca antes habían dormido tan solos, nunca antes se habían escolarizado tan pronto ni habían pasado tantas horas al día separados de sus padres.

-¿Contra qué viejos mitos y tópicos hemos de rebelarnos hoy?
Ni sano, ni enfermo; un niño no “ha de comer”. Tiene derecho, como cualquier persona, a comer si tiene hambre y a no comer si no tiene hambre. Y con el sueño, hacemos cosas muy raras: por una parte parece que queramos que duerman mucho; por otro lado, les ponemos obstáculos: si les dejamos solos, a muchos niños les cuesta dormir.

-¿Hasta qué edad cree recomendable la lactancia?, ¿el pecho, a demanda?
La Asociación Española de Pediatría, lo mismo que la OMS y Unicef, recomienda dar el pecho al menos hasta los dos años, y luego hasta que madre e hijo quieran. Y, por supuesto, a demanda. ¿Cómo, si no? Todos comemos a demanda. Cada familia, en su casa, come a la hora que quiere, con la única limitación que imponen los horarios laborales o escolares. Ningún adulto cena a las ocho porque se lo ha mandado el médico o lo ha leído en un libro; cada cual cena cuando quiere o cuando puede, y adelanta o retrasa la hora cuando va al cine o cuando ponen un partido por la tele.

-Anota en su libro una cita de Unamuno que dice “Cuando duerme una madre junto al niño, duerme el niño dos veces”. ¿Apoya la opción del colecho en todo caso?
Básicamente un niño puede dormir en la cama de los padres, en la habitación de los padres pero en su propia cuna o cama, o en otra habitación. Y esas tres opciones básicas se pueden combinar de mil maneras. Lo que digo a los padres es que tienen derecho a elegir, en cada momento, la opción que mejor les funcione, la que les permita a todos vivir más felices y dormir más tranquilos.

-¿Qué recetaría a una madre con sentimiento de culpa?, ¿mayor entrega al hogar, renuncia al trabajo fuera, psicoterapia...?
No sé cómo tratar la culpa de las madres. Parece ser intratable. Las madres (al menos, muchas de ellas) parece que siempre se las arreglan para sentir culpa. Creo que hay que aplicar aquello de “si no vives como piensas, acabarás pensando como vives”. Tenemos que valorar cuidadosamente las necesidades de nuestros hijos, y tomar decisiones. Si crees que has hecho lo mejor que lo podías hacer dadas tus circunstancias, no tienes por qué sentirte culpable. Y si crees que podrías hacer algo mejor... pues hazlo. Por cierto, es curioso que uses la expresión “renuncia al trabajo”. Se inscribe en una especie de ética (o épica) del trabajo que hoy por hoy parece que solo afecta a las mujeres, especialmente a las madres. Los varones, en realidad, cuando conseguimos librarnos del trabajo, no pensamos que estemos renunciando a nada (bueno, al sueldo... pero si nos dieran la oportunidad de ganar lo mismo sin trabajar...). Cuando nos anunciaron que la jubilación se retrasaba a los 67, no oí exclamaciones de alegría, “¡qué bien, podremos realizarnos dos años más, ya no tendremos que renunciar al trabajo!”. Gastamos millones en loterías y quinielas con la esperanza de que nos toque un premio descomunal que nos permita dejar de trabajar.

-¿Cree que el padre y la madre pueden cumplir los mismos roles o intercambiar los papeles que se les atribuyen convencionalmente?
Hay un hecho evidente: el padre no puede dar el pecho. Por lo demás, pueden hacer los dos las mismas cosas. Pero el hecho es que todos los niños establecen una primera relación afectiva con una persona, la figura primaria de apego. No es obligatorio que esa figura sea la madre; puede ser el padre, el abuelo, la niñera, la cuidadora del orfanato... Lo que está claro es que solo hay una. Es decir, el padre solo puede ser la figura primaria si la madre es figura secundaria. Y a pocas madres les gustaría ser secundarias.

-¿Es realmente la guardería una mala opción para nuestros hijos?
Lo mejor para los niños pequeños es estar con sus padres. Más concretamente, con su figura primaria de apego. Cualquier otra cosa es peor. En los países socialmente más avanzados se respeta el derecho de los padres a ocuparse de sus hijos y se les dan todo tipo de facilidades.

-¿Podrían haber en algunas madres entregadas en exclusiva a sus bebés cierto egoísmo por cultivar hasta el extremo la interdependencia con el hijo o es un planteamiento absurdo o insidioso?
Eso son cuestiones filosóficas muy complejas. Define “egoísmo”. Si egoísmo es buscar la propia felicidad haciendo lo que te gusta, entonces tener un hijo cuando quieres tener un hijo es egoísmo, trabajar cuando quieres trabajar es egoísmo, leer un libro porque te gusta leer es egoísmo, irse de cooperante a África porque te sientes bien al hacerlo es egoísmo. Por otra parte, si lo que quieres conseguir es hacer a tu hijo dependiente de ti, lo que tienes que hacer precisamente es no dedicarle muchas horas. Los niños que tienen todo el cuidado materno que necesitan se hacen más independientes. Es la generación que fue a la guardería y que se quedó a comer en la escuela la que ahora no se va de casa. Nuestros bisabuelos estaban todo el rato con su madre, y se independizaban pronto.

-¿Pueden los besos y otras expresiones habituales de cariño echar a perder la futura autonomía y fortaleza emocional de los niños, o al contrario, la refuerzan?
En los primeros años, el niño aprende si es una persona importante, digna de aprecio, cuyas opiniones son respetadas, o si es una persona sin importancia, a la que nadie hace caso, sin derecho a opinar ni a decidir nada por sí mismo.

-Hay un proverbio africano que dice “Para educar a un niño hace falta toda la tribu”. ¿Cómo lo conseguimos?
Bueno, eso es lo que estamos haciendo, ¿no? Curiosamente, aunque el proverbio es africano, los niños africanos pasan muchas más horas con su madre que los nuestros. Nuestros niños pasan mucho tiempo con otros miembros de la tribu (abuelas, maestras, canguros...)

-¿Es un cachete a tiempo necesariamente maltrato?
¿Puede una bofetada a una mujer no ser un maltrato?

-¿Marcamos a nuestros hijos hagamos lo que hagamos?
Obviamente, cualquier cosa que hagamos va a influir. Y por supuesto infuirá más lo que hacemos miles de veces, día tras día, durante años, que lo que sólo hacemos ocasionalmente. Lo difícil es saber cómo va a influir cada cosa. Tampoco me importa mucho.

-Escribe en Bésame mucho: “En realidad, lo que mucha gente piensa cuando dice ‘’quiero que mi hijo sea independiente es quiero que duerma solo y sin llamarme, que coma solo y mucho, que juegue solo y sin hacer ruido, que no me moleste…” ¿Cree que tratar de hacerlo independiente responde en cualquier caso a un deseo del padre de desentenderse?
Lo que decía antes: si no vives como piensas, acabas pensando como vives. Creo que en general los padres no quieren desentenderse de sus hijos. Pero si les convencen desde el primer día con todas esas absurdas normas, “no lo cojas en brazos, deja que llore, no te dejes tomar el pelo, lo que tiene es cuento...” acabarán pensando que, en efecto, los niños son unos “pequeños tiranos” que solo piensan en fastidiarnos.

-¿Es posible aunar felicidad y disciplina?, ¿es posible aunar el apego a los padres con la autonomía emocional?
Pues claro. Es que la disciplina no es una cosa rara. No es algo que tienes que hacer de forma consciente. Yo soy feliz, y también tengo disciplina. Sé que tengo deberes, y que los demás tienen derechos, sé que hay cosas que debo hacer, y las hago, y cosas que están prohibidas y no las hago. Y mi esposa no necesitó seguir ningún “método” ni leer ningún libro sobre “educación de maridos”. Es que todos educamos a nuestros hijos, cada día, cada minuto, como el que hablaba en prosa y no se había dado cuenta. Y lo que aparentemente es muy difícil es llegar a tener autonomía emocional si antes no se ha tenido apego a los padres. El apego es una necesidad básica del ser humano y un requisito necesario para el correcto desarrollo de la persona.



lunes, 29 de abril de 2013

Mujeres contra el olvido

Marie Curie
«La infancia es un lugar al que no se puede regresar pero del que en realidad nunca se sale», advierte Rosa Montero en La ridícula idea de no volver a verte. Era algo que sabíamos no solo por Proust y por esa madalena mojada en tila capaz de llevarle a la boca el sabor del tiempo perdido. Lo sabemos por nosotros mismos. Y también por la abuela que a sus 90 solía recordar las sardinas con brona que comía alguna vez de pequeña, en viejas tardes prebélicas en las que el hambre no era un juego. También nos acordamos del yo perdido por el gusto frugal de la madre en recordarnos de pipiolas. ¡Qué gracia aquel día, ¿te acuerdas? Cuando te pusiste el albornoz, las gafas, la visera, el reloj y los cascos para darte un chapuzón en la piscina! Cómo no voy a acordarme, si existe una foto que ha salvado ese 'glorioso' instante de la pira del olvido. Qué sarcasmo de eternidad cabe en una instantánea. Qué curiosa sensación produce el hecho de que otros nos recuerden ante otros en nuestra presencia, sin dignarse esperar a que nos hayamos ido. Lo expresa con gracia el personaje que interpreta Jennifer Lawrence en El lado bueno de las cosas, cuando dice a su hermana en una cena de parejas amañada: ¡No hables de mí en tercera persona! No incurre en una incorrección gramatical, se mueve por la expresión ad sensum, advirtiendo un abismo morfológico entre la que en verdad es y la que su hermana quiere venderle en diez minutos al postor de turno. En un momento de la película, ella (brutal Jennifer) le dice a él (Bradley Cooper en un buen papel) algo como: Tienes miedo a vivir. Afrontando este miedo escribe su ensayonovela, permitid el compuesto, Rosa Montero. La ridícula idea de no volver a verte es vida ganada al olvido, ese descuidero que se lleva la bolsa al primer despiste. Con este libro, al que llegué gracias a Elena (laarmada-invencible.blogspot.com), viajamos hacia la nobel Marie Curie contracorriente, contra la corriente que fluye en torno a la muerte, o más bien, contra el olvido al que tiende la muerte si no cultivamos la memoria y dejamos que la maleza oculte su valor, un patrimonio singular o universal. Me quedo de Marie Curie gracias a este libro, más incluso que con su doliente devoción por Pierre, con ese gesto adusto que aprecia Rosa Montero en sus fotografías, en las que esta mujer sin par, madre de dos hijas, apenas lleva complementos y nunca parece a punto de darse un chapuzón en la piscina. También con la supuesta mano masculina (de dedo anular más largo que el índice) que tenía la química polaca distinguida dos veces con el Nobel. El de Marie no fue un splash, fue un salto al vacío en un mundo antiguo, vetado a la mujer. A ella no la impelían la fama ni la gloria, la movía un tesón quizá ridículo que no será pasto del olvido. El placer de descubrir algo nuevo y poderoso bajo el sol.

Eduard Estivill, el hábito hace el sueño



La noticia requiere datos. El reportaje, horizontes. Depurar puede ser un camino espléndido.
Pero a veces el límite de espacio lleva a dejar fuera de un texto matices con los que muda una realidad o el pensamiento de un personaje entrevistado.
El último libro del doctor Estivill

Dejo aquí la entrevista completa que hice al doctor Eduard Estivill, un texto que publicó ayer, domingo, La Voz de Galicia junto a otra entrevista al pediatra Carlos Gónzalez. Agrupé ambos cuestionarios bajo una idea simple. Dos pediatras y un destino: La familia feliz.
Dejo hablar a Eduard Estivill, autor de superventas como Duérmete, niño. Juzgad, si queréis hacerlo, por vosotros mismos, con toda la información de la que dispongo.

Cuna, osito, chupete. Son más que tres palabras, un triple talismán para todas las familias a las que el doctor Eduard Estivill (Barcelona, 1948) ha llevado el hábito del sueño, sin excluir los besos y los cuentos de buenas noches. No es necesaria «una tribu ni un gurú» en la crianza del hijo, advierte el pediatra que apela a la confianza en uno mismo y al sentido común. Su superventas Duérmete, niño ha servido la polémica. «La polémica solo está en Internet —objeta el pediatra—. En ninguna publicación ni sociedad científica existen datos contrarios a las recomendaciones que brindamos a los padres. Nosotros no enseñamos a dormir a los niños dejándoles llorar. Y quien dice que enseñamos los hábitos sin amor, no ha leído nada de nuestros libros».

-¿Desde cuándo puede ponerse en práctica el «método Estivill»?
-Las nuevas recomendaciones las podemos implantar desde el primer día de vida. Están explicadas con detalle en nuestro último libro, A dormir.

-Dice que los padres de hoy son mejores que los de antes, pero que no siempre les dejan ejercer libremente la paternidad. Todos opinan, advierte. ¿En qué hemos mejorado como padres respecto a nuestros antecesores, quizá en que nos cuestionamos más las cosas?
-Los padres de hoy están más interesados en la educación de los hijos, leen más, se informan más, aunque desgraciadamente parte de la formación la obtienen de Internet y esa no es la mejor manera. Internet no es un foro científico y allí puede opinar cualquiera. Los padres no necesitan opiniones, sino conocimientos serios y comprobados. Por esto nosotros recomendamos a los padres que se informen a través de su pediatra, el único que podrá asesorarles adecuadamente.

-¿Contra qué viejos mitos y tópicos debemos rebelarnos?: ¿es necesario que el niño, un niño sano, coma a toda costa cuando le toca?, ¿debemos abrigarlo con lana en primavera?
-El sentido común debe privar en la educación de los hábitos de los niños.  ¿Usted se abriga con lana en primavera?, pues depende. Si hace frio sí, si hace calor no. Igual con los niños. ¿Usted come en cualquier momento del día?, pues no. Está demostrado que el hambre tiene un ritmo de aparición. Es por esto por lo que los pediatras indican qué horas son las mejores para alimentar a un niño.

-¿Hasta qué edad cree recomendable la lactancia?, ¿pecho a demanda?
-Yo no doy opiniones personales. Recomiendo lo que las sociedades científicas de pediatría han estudiado. La lactancia materna siempre es la más recomendada. Pero si por algún problema la madre no puede hacerlo, puede utilizar la lactancia artificial sin sentirse culpable. Debe ser a demanda, tal como explicamos en nuestro libro A dormir. Pero cuidado: no se debe confundir el pecho con un chupete.

-¿Rechaza la opción del colecho cuando se trata de educar a un niño en el hábito del sueño?
-Los hábitos siempre tienen aspectos culturales. El comer es un hábito. En la cultura occidental el niño aprende a comer en la mesa, sentado en una silla, con un plato y unos cubiertos. En la cultura oriental lo hacen sentados en el suelo con un bol y unos palillos. Los dos hábitos son correctos. En nuestra cultura el niño duerme solo en su habitación. En África, y por cuestiones básicamente de pobreza, duermen todos juntos en un solo habitáculo. Después de esta reflexion, cada uno puede hacerlo como quiera, al igual que si queremos enseñar a comer a nuestros niños, sentados en el suelo y cogiendo la comida con la mano. Pero no será la manera más adecuada para nuestra cultura occidental.

-¿Qué recetaría a una madre con sentimiento de culpa por dejar a sus hijos cuando debe ir al trabajo o cuando apela a encontrar un tiempo solo para ella: más entrega al niño y más resignación, más psicoterapia, más ejercicio físico, más aire libre, menos libros del tipo ‘cómo criar a un hijo en un mundo imperfecto’?
-Tal como comentaba antes, los padres de hoy en día intentan ser muy responsables. Este sentimiento de culpa viene dado en gran parte por el poco tiempo que tienen para dedicar a su hijo y esto lleva a una sobreprotección que no es nada adecuada para el niño. La mamá no tiene por qué sentirse culpable de no tener más tiempo. No es su culpa que tenga que trabajar, fuera y dentro de casa (doble trabajo). Lo importante es la calidad del tiempo que tenga para su hijo. Aunque sea poco, si ella está feliz, alegre, le transmite seguridad y buenos hábitos, niño y madre serán felices.

-¿Cree que el padre y la madre pueden cumplir los mismos roles o intercambiar los papeles que se les atribuyen convencionalmente? A menudo se habla de un vínculo especial entre madre e hijo.
-Es muy evidente que el padre puede tener el mismo tipo de vínculo que la madre. El vínculo afectivo no se transmite solo por el hecho de amamantar, sino por cómo le hablamos, como le acariciamos, como intercambiamos emociones con él... Pero a veces, los hombres, por comodidad, ceden este rol a las madres. No debemos admitirlo.
-¿Es posible educar a un niño explicándole en todo caso el porqué de las cosas y recurriendo al juego?, ¿es imprescindible en la educación el “porque lo digo yo”?

-El Juego es una herramienta magnífica para educar a un niño. Nosotros hemos publicado un libro, A jugar, con juegos para inculcar buenos hábitos, que es muy leído y seguido por los padres. El “porque lo digo yo” no sirve para nada.
-He leído atribuida a usted la frase: “A los niños hay que educarlos en la frustración”. Resulta muy contundente. ¿Es realmente necesario? Quizá la infancia es el reino de la felicidad en parte porque apenas existe en ella la frustración.

-Para entender esta frase esa necesario leer el artículo completo que se publicó. En él explicaba que los niños, antes de la crisis, tenían demasiadas cosas, no les costaba esfuerzo conseguirlas y consecuentemente no las valoraban. Las restricciones económicas hacen que los padres no puedan ofrecer a los niños tantas cosas. Así los niños aprenden que las que consiguen tienen más valor. La frustración es que un niño entienda que no lo puede conseguir todo y no quede traumatizado por ello. Que las cosas cuestan, que el fracaso es muy superir a los éxitos. Así les enseñamos a que valoren más lo que tienen, aumenten la autoestima y estén preparados para el futuro de adultos, lleno de situaciones difíciles y conflictivas, que han de saber superar.

-Guardería, ¿sí, no, no si es posible…?
-Desde el punto de vista pedagógico, socializar a un niño desde pequeño es adecuado. Hoy en día las escuelas infantiles son muy recomendables. Enseñan a niños buenos hábitos, que realizan desde muy pequeños con seguridad. No hay ningún niño traumatizado por ir a la escuela infantil.

-¿Cómo se comportan los padres con sentido común?
-No consultan a Internet y preguntan a su pediatra.

-¿Podría haber en las madres plenamente entregadas a sus bebés cierto egoísmo por cultivar hasta el extremo la interdependencia con el hijo, o es este un planteamiento absurdo?
-Totalmente de acuerdo. Así lo han corroborado estudios psicológicos.

-Mi experiencia me ha llevado a asociar su libro a un tipo de padres, del mismo modo que asocio el ‘Bésame, mucho’, de Carlos González, a otro diferente, incluso en su color político. ¿Cree que en el tipo de actitud hacia los hijos puede reflejarse la tendencia (conservadora/liberal) de los padres, o en particular, la de las madres?
-Enseñar buenos hábitos no tiene color político, ni un tipo de padres específico. La sopa se come con cuchara (es un hábito), los dientes se lavan con un cepillo (es un hábito), a dormir les enseñamos a hacerlo solos (esto es un hábito), a conducir se enseña yendo por la derecha (es un hábito). De derechas o de izquierdas, conservadores o liberales, agnósticos o creyentes… todos comen la sopa con la cuchara.

 -¿Es su manera de orientar a los padres respecto a la educación y el cuidado de sus hijos contraria a educarlos con amor y besos?, ¿pueden estos y otras expresiones de cariño echar a perder la futura autonomía y fortaleza emocional de los pequeños?
-Quien dice (evidentemente eso solo esta en Internet) que nosotros enseñamos los hábitos sin amor y sin afecto, no ha leído nada de nuestros libros ni ha consultado con su pediatra. Los besos, los abrazos, el afecto, son algo primordial en la enseñanza de un hábito para transmitir seguridad al niño. Esto es lo que recomendamos en nuestros libros.

-“Para educar a un niño hace falta toda la tribu”, dice un proverbio. ¿Cómo lo conseguimos hoy?
-Inculcar a un niño buenos hábitos no es tan difícil. No hace falta una tribu, ni un gurú que nos guíe, ni consultar con Internet. Solo tener sentido común, estar seguros de nosotros mismos para trasmitir esta seguridad a los niños y consultar las dudas médicas al pediatra.

viernes, 26 de abril de 2013

Pilar Eyre y la reina

Tiene un sentido del humor de color negro. Será que Galicia está en su modo de mirar el mundo. Por algo aquí se encuentra su raíz. En Lemos nació su padre, mucho antes de que la igualdad jurídica sortease un abismo entre el hombre y la mujer. Ha ejercido el periodismo en varios frentes y la literatura en libros como La soledad de la reina, un relato biográfico no autorizado sobre la reina consorte. «Menos mal que las intelectuales sois una excepción, porque si todas las mujeres fueran como tú habría que pegarse un tiro». Eso cuenta Pilar Eyre que le dijo Manzanita en una entrevista en los sesenta. Corrían otros tiempos, en los que el general Franco se asomaba vivo al palacio de Oriente. Eran jóvenes entonces Amparo Muñoz, Carmen Martínez-Bordiú e Isabel Preysler, que llegó a España en 1968 dispuesta a encontrar marido. Y Marisol era la novia de un país que muchos se resistían a dejar al desnudo. La reina de la casa sobre la que hoy escribe Eyre no tiene título. Es esa mujer real de dudoso reinado. La señora o señorita que visitaba en tiempos la Zarzuela solo de revista, mientras sobrevivía al sexismo de una sociedad que no condenaba el maltrato. «Soy un machista. No me gusta que mi mujer hable con hombres. Quiero que esté en casa fregando los platos y cuidando a mis hijos», disparaba Manzanita a una joven Pilar Eyre. La autora dirige La reina de la casa a lectores de toda edad y condición. A mujeres y a hombres. «Un amigo mío dice que se ha visto identificado en muchas cosas del libro», afirma la que fue periodista yeyé:  desde los días de misa con los padres hasta el recuerdo de mitos como el capitán Trueno. «El hombre de aquellos años [de la posguerra a la transición] era un ejemplar que debía cumplir con las recias virtudes de la raza. Un papel triste. Por eso yo no considero que los hombres fuesen los culpables del papel que tenían entonces las mujeres, de las que se decía «pata quebrada y en casa». Ellos también eran víctimas de un sistema, de un estado de cosas». 
Crónica en clave de humor (negro) de la España anterior a la Transición 
-¿Cómo es eso de mujer, pata quebrada y en casa?
-Fue incluso un título provisional de este libro. Los tratados de sexualidad, el catecismo, todo en la España de posguerra iba dirigido a confinar en casa a la mujer. Se le pedía que fuese mitad soldado, mitad monja y que tuviese muchos hijos, pero de dónde venían… ¡a saber! Era una España trágica, triste, en la que reíamos por no llorar. El humor y la ternura, que yo he tratado de poner en este libro, son necesarios. Las mujeres tenemos que reírnos mucho de nosotras mismas. Y muchísimo de los hombres.
-¿Es cierto que la liberación de la mujer no ha sido para tanto?
-El papel del hombre no ha cambiado demasiado. La mujer está ahora más preparada y tiene más opciones, pero es a costa de sobrecargarse. El mundo de las mujeres nunca ha sido fácil.
-¿Lo ponen más difícil otras mujeres, exigiendo a otras el sobreesfuerzo que han tenido que hacer ellas?
-A veces, la propia mujer es el peor enemigo de la mujer. Solo hay cinco mujeres en la Real Academia Española. Eso es así en parte porque las dos primeras académicas de la lengua vetaban la entrada de otras mujeres en la institución.
-¿Es posible ser la reina de la casa y defenderse en el mundo exterior?
-Nosotras tenemos un techo de cristal que es la maternidad. Es así, en los primeros años todo se complica, se dispone de menos tiempo para viajar y para echarle horas al trabajo. Yo he llevado siempre un actividad incesante y tengo un hijo. He tenido que hacer muchos malabares y el trabajo me ha costado el matrimonio. Las mujeres debemos sacrificar siempre una parte, y esa parte suele ser la social.
-El hombre sigue siendo el modelo. ¿Con qué tipo nos quedamos hoy?
-El hombre está acostumbrado a tomar la iniciativa. Las mujeres con demasiado arrojo aún dan miedo a los hombres. Por ejemplo, Massiel, una mujer con iniciativa [citada en La reina de la casa], se lamentaba: «¡Solo les gusto a los hombres que no me gustan a mí!». El hombre sensible tuvo su momento. Pero hoy no nos gustan los hombres afeminados, amanerados. Sensibles, sí, pero entendiendo por sensibilidad inteligencia, no debilidad. La verdad es que aún tiene fuerza el arquetipo del hombre de las cavernas.
-¿Cómo fue que a usted llegaron a compararla con Franco?
-[Risas] Sí, fue Luis Miguel Dominguín, que insistía en convencerme de que Franco era un hombre fantástico y muy gracioso. «Tiene un sentido del humor parecido al tuyo, y ahora que te miro…, hasta os parecéis un poco», me dijo. Habíamos tomado un par de whiskis.
-Con algunos de esos ejemplares se encontró usted como entrevistadora, como periodista yeyé...
-Sí [risas]. Así me llamaban las folclóricas mayores. Yo además lucho contra una mentira, la imagen de Concha como la chica yeyé. Ella ha acaparado esa palabra que para nosotros representaban los Beatles, Sylvie Vartan o, aquí, grupos como Los Brincos.
-En los tiempos en que mandaba Franco, debía mandar también la hipocresía, ¿o no?
-Hay un capítulo de La reina de la casa dedicado a eso, El revés de la trama. En aquella España de sacristía y tentetieso que veneraba a la mujer frígida y el hombre rudo había bastante hipocresía. La aristocracia franquista tenía vicios deshonrosos. Una era la España que se veía, y otra, aquella invisible de la que nadie hablaba [en este libro… intimidad de las alcobas]
-¿Cómo sobrevivieron?, ¿cómo es posible recordar con humor y ternura aquella época?
-La verdad es que las mujeres de mi generación hemos hecho un esfuerzo inmenso para sobrevivir. Solo con humor se pueden sobrellevar ciertas cosas. El otro día recordaba con Paloma Barrientos el entusiasmo que teníamos entonces nosotras (“en la vida hermanos, en la noticia gitanos”, y disculpa la expresión). La juventud se echa a faltar. Todos tenemos una etapa cumbre. La mía transcurrió en Interviú [algunas citas, extractos y anécdotas de las entrevistas que hizo entonces Pilar Eyre son parte de su crónica La reina de la casa]
-¿Tiene el buen concepto de Isabel Preysler que se percibe en el libro?
-Es una persona que tiene un revés de la trama positivo que apenas se conoce. Es una persona generosa y coherente. Sé que ha hecho favores a varios periodistas. Mujeres veinte años después [de Eyre] se convirtió en un éxito gracias a la presencia desinteresada de Isabel Preysler en la presentación. Es algo que yo no he olvidado nunca.

(Entrevista a Pilar Eyre sobre su libro La reina de la casa, editada sobre un texto publicado en Extra Voz, dominical de La Voz de Galicia)


Volver

Una mala abuela es de lo peor que le puede ocurrir a una niña, escribe la Nobel Toni Morrison en su libro Volver. Una abuela es en sí más que una cómplice, y la que cito de Morrison, una buena historia, contada desde un punto de vista peculiar, como la contaría un niño que ha vivido mucho y ha sabido qué hacer con el dolor. En esta novela, editada por Lumen, la esencia extraña de las cosas no sucumbe al deseo de impresionar con que se mueve tantas veces el lenguaje. Las palabras, especialmente las grandes, son tan tentadoras para los adultos como lo es hoy un disfraz de princesa azul para mi hija. Entre el rosa y el malva hay un abismo de mar que separa un mundo de edad a dos pequeñas.  "¿Te has fijado en la sonrisa de los bebés -dice uno de los personajes de Morrison en la novela-. Yo no dejo de verla". No es poesía al azar, es una pregunta cargada de intención, como esa luz suave y mortecina de una tarde que pinta la autora, en que retozan pensamientos, remordimientos y falsos recuerdos. Son el aire viciado de un hogar marcado por la metralla de la guerra de Corea. A Frank Money le cuesta respirar. Pero su autora, Toni Morrison, le ayuda a hacerlo mientras desanda la memoria, en busca de la verdad, la de muchas familias, negras, en la USA de los 50. Algunos escritores reaniman la historia, devuelven las constantes vitales a aquello que se creía muerto, a vidas que aún boquean como peces tropicales en el Atlántico. La noche que mi abuela se fue yo leía Deja que la vida llueva sobre ti, donde respira el fantasma de una madre. Mi abuela ha cumplido 99 abriles. Pues vive en lo que soy. Y en los ojos de la niña que me mira.

La mujer que nunca dice no

http://www.lavozdegalicia.es/noticia/politica/2013/03/24/maria-dolores-cospedal-mujer-nunca-dice/0003_201303SX24P7991.htm

sábado, 13 de abril de 2013

El guapo de la casa


En casa siempre hemos sido más de Robert Redford (que volverá al cine con el Capitán América) que de Paul Newman. Dos hombres y un destino, cabalgar por los sueños de miles de mujeres sorteando las fronteras de la edad. Puede que la percepción del sexappeal sea cosa de familia, como ocurre a veces con el color político o el deportivo. Un hogar tiene corrientes naturales que no se remedian cerrando la ventana. De las que en ocasiones solo se puede escapar dando un salto al vacío. Es solo una manera dura, contemporánea, de hablar. La devoción por Bob frente a Paul era uno de los pocos gustos en común entre mi madre y yo cuando la adolescencia, que capeamos juntas pero no revueltas, amenazó con instaurar entre nosotras la ley del silencio. También las dos, curiosamente, torcíamos la cara en un desaire ante el brutal Marlon Brando, que empezó a gustarme de mayor (me refiero a mí, no a él). Tal como éramos de joven y polluela mi madre y yo, si yo ponía un punto, ella venía directa a mí con una coma escondida en la manga, o con un top de lycra (que, como sabréis, estira más que el punto pero envejece algo mejor). Más allá de nuestras diferencias en moda y del áspero tejido de la pubertad, ahí solía estar Redford, erguido en un porche colonial con la mirada perdida, llamando a la calma, o sobrevolando con su sonrisa de autor americana el tedio de las primeras tardes de un verano en el que nadie invitaba a un paseo descalzos por el parque, como en la película. Si acaso, a un helado de máquina o (chissss) a un corto en el viejo bar donde los ponían a 50 (pesetas). No sé bien de qué manera —así suceden grandes cosas de la vida—, Redford tendió entre mi madre y yo un puente. Como el del Kwai... o el del Miño. Que en la marea del tiempo va menguando, y acercando a la vez las dos orillas de un mismo río. 
El deseo femenino es un territorio complejo. Limita al norte con el pudor, al sur con el sentimiento de culpa y se pierde al este del edén por el archipiélago de recelos y remordimientos. Yo confieso que Redford no fue el único, yo que quería ser única en todo, como una pardilla más. En mi vida también había un lugar bajo el sol de Monty Clift. Y en ocasiones Bogart trasnochaba con su "pandilla de ratas" en el casino de mi psique, donde jugaban a los dados Nancys y dragones, instintos como la atracción y la repulsa. «Tranquilícese, encanto, no abofeteo bien a estas horas de la noche», ahí un Bogie de impacto. Eso son maneras y no las de Rob Lowe en su papel de príncipe, un guapo estático de cara cuadrada al que algunas quisimos por su naturaleza de póster. Corrían entonces los primeros noventa. Cierto que todos tenemos un pasado y que lo que contamos sobre él la mayoría de las veces dista de ser lo que ocurrió. Por eso algunas fotos congelan, además de un instante, verdades parciales que refutaríamos con gusto, y también la sonrisa del retratado que se encara a ellas pasado un tiempo que lo ha conducido a otro lugar. Pero volvamos a los sueños, a esa atmósfera difícil de capturar con un solo objetivo. Qué haríamos sin ellos. Efímeros, eternos, como los de Marlowe. Aunque conduzcan a veces a un callejón sin salida.