lunes, 15 de septiembre de 2014

Las vidas que tenemos por delante



 Sobre Las mil y una historias de A. J. Fikry, de Gabrielle Zevin, publicado en Fugas el viernes día 12
 
ANA ABELENDA | El azar mueve a veces con tanta gracia los hilos de nuestras vidas que parece querer decirnos algo coherente. Los porqués se nos resisten pero ahí siguen las preguntas, con sus signos-orejas aguzando el oído. Hay libros que no leemos por casualidad, que leen tanto en lo que somos o nos abren los ojos de tal manera que diríamos que han sido escritos en especial para nosotros. ¡O por un álter ego superior! De esos guiños que a veces nos hace la literatura, de la relación de necesidad que establecemos con nuestros libros favoritos habla Gabrielle Zevin (Nueva York, 1977) en su nueva novela, la séptima de una escritora que debutó a los 14, cuando se ganó un empleo en un periódico local con una carta protesta sobre un concierto de los Guns N’ Roses. En la crítica también se forja un escritor. Pero fuera acidez. Las mil y una historias de A. J. Fikry —reverencia a Sherezade— es un elogio, un homenaje a las lecturas a las que se debe un escritor. Por si acaso, la autora se cuida de advertir al final que los gustos de A. J. Fikry, el librero cascarrabias con corazón que abre la persiana de esta historia, no son los suyos. Pero será fácil para el lector coincidir con él en algunas de sus preferencias, como Un hombre bueno es difícil de encontrar, de la gran Flannery O’Connor, y sentir curiosidad por otras que aún se le escapan.
La autora Gabrielle Zevin
Una prosa sencilla, dulce, viajera de distancias cortas por mar, nos cuenta este relato en diálogo con otros, una historia de historias que se heredan. El hilo entre ellas es el amor por la literatura, un apego vital a la palabra escrita. Un título célebre, brevemente comentado para una niña, abre cada uno de los 13 capítulos de la novela. Roald Dahl, Poe, Mark Twain, Scott Fitzerald, Raymond Carver o J. D. Salinger guían a Zevin, y al lector, en este viaje literario que cura la soledad. Una niña, Maya, enseña a ser padre a un viudo, A. J. Fikry, dueño de la librería Island Books. Y él le descubre a ella su vocación: «El día en que mi padre me estrechó la mano supe que era escritora». Es una niña que vive entre libros. Literalmente. Ellos la salvan y la unen a otras personas. Y nos recuerdan todo lo que nos queda por leer. Las vidas que tenemos por delante.

domingo, 7 de septiembre de 2014

¿Madre perfecta o mujer real?


Nunca he sido una mujer demasiado aventurera ni una gran lectora de thrillers. Bieeen, ¡lo he dicho! Me siento casi como una Paula Daly haciendo revelar a su personaje: "Sí, siento envidia de esa mujer, me cambiaría por ella".
Hay verdades que duele tanto confesar que preferiríamos trabajarnos la mentira. Hasta créernosla. De verdades amordazadas y mentiras cochinas sabe un rato el que han etiquetado como el thriller doméstico del año. Hasta se han aventurado a hacerle el compuesto femicrimen, ¿para que la novela no se quede compuesta y sin subgénero? Es posible que ¿Y tú qué clase de madre eres?, esa pregunta que se las trae, esté especialmente dirigido a mujeres, de hecho su autora así lo ha señalado, o que centre la intriga en lo que a menudo suele concernir todavía más especialmente, si no solo, a las mujeres: el hogar, sus pormenores, el peso de sus dramas cotidianos, aún silenciosos, aún silenciados. Diréis: no te equivoques, eh, no siempre es así, hemos cambiado, hombres y mujeres no compartimos mirada, gusto u opinión por razón de sexo. Pero las convenciones pesan, no pasan página tan fácilmente. En cambio, en este libro, en este thriller maternofóbico diría yo, las páginas no corren, vuelan, rozan, rasgan las vestiduras del consabido complejo de culpa, agreden pero atrapan. De pronto me he sentido devoradora de ese género supremo de la evasión que tanto pega, como una thrillera de cuidado algo naíf, por mi reciente pero fervorosa afición a autoras como Paula Daly, Gillian Flynn o Auður Ava Ólafsdóttir, que en mi estantería ocupa ya, con La excepción, un lugar en el podio. No sé por qué razón me suelen gustar más los thrillers escritos por mujeres que por hombres, en este género sin duda tengo una clara y natural inclinación lectora hacia mi propio sexo, incluso más que en la poesía. Lo llamaré una femiconfesión, porque las ridículas etiquetas facilitan las cosas.
Una pregunta abre pues un vasto e insondable territorio para abonar la intriga: el hogar, la psicología de una mujer atrapada en el juego de malabares de su maternidad. 


 Aquí la reseña publicada en Fugas el pasado viernes, 5 de septiembre:

Con su debut en la novela, la fisioterapeuta Paula Daly ha reventado el corsé del género a dos manos. Le ha puesto a su detective una 100 de sujetador y ha sacado a la luz los detalles que dibujan la cara doméstica de la vida. Esta es la que asoma con sus ojeras hendidas de cansancio acumulado, acusando el drama de la conciliación, en el thriller doméstico ¿Y tú qué clase de madre eres? Ante vosotros, un caso atípico de novela negra, una pregunta abierta que  hurga sin pudor en el complejo maternal de culpa. Daly abre la caja de los truenos en un hogar inmerso en la crianza, rasgando el vistoso envoltorio con que llevamos la maternidad. Oímos a la realísima Lisa Kallisto, la madre trabajadora (disculpen la redundancia) que se confiesa en esta intriga a lo Gillian Flynn. Tiene tres hijos, un agotamiento crónico y un descuido mortal. La desaparición de una joven rompe la calma de un pintoresco pueblecito inglés y la moral de esa madre desbordada. En el extremo opuesto pero en el mismo vecindario, la madre perfecta, un espejo agigantando la torpeza e inseguridad común. Daly destroza estereotipos e ideales ficticios, estrecha el cerco a lo que hay tras la apariencia y nos decide a abrazar la imperfección. La realidad.







miércoles, 3 de septiembre de 2014

Marta Sanz, el presente del verbo recordar

No he conocido a muchas escritoras como Marta Sanz, y eso que aún le debo varias lecturas. Hay quien dice que soy una lectora demasiado entusiasta. No sé, no sé... Creo que la mayoría de los libros no lo tienen fácil conmigo, pero cuando uno me gusta me gusta de verdad, y escribo su nombre en la intimidad de las libretas pequeñas, o hasta en la corteza de los árboles!, eso sí, quizá al lado de otros muchos que me gustan; ahí van dos, tres, cuatro, cinco, seis paladas de entusiasmo... Venga un helado artesano enorme de frutos del bosque. Mi sentido del gusto no tiene límites, es un imperio napoleónico. Pero vamos a La lección de anatomía, de Marta Sanz, uno de esos libros que me gustan de verdad. 
Anagrama ofrece una nueva versión de esta obra inclasificable, que se inicia con un prólogo maestro de Rafael Chirbes. Una mujer ante los 40 abre su vida en canal ante el lector; revisa lo que ha sido y lo que es, su autenticidad con trampas y matices, salpicada de humor e imperfecciones. Marta Sanz vuelve a nacer en esta obra, en la que hace un homenaje a la madre contenido y soberbio. Esa madre se queda en nosotros como el mito creado por John Irving: Jenny Fields. Una mujer de una fuerza hercúlea, de una sensibilidad honda como la espera. Una madre común extraordinaria.
Marta Sanz vuelve a ser niña, vuelve al colegio en Benidorm, al corazón de un lugar de paso latiendo en la caja fuerte de las tiendas de souvenirs. ¿Pero cómo lo hace sin nostalgia, sin el velo de la vejez repentina que sobreviene al mirar atrás? Lo consigue, sí, regresar del todo al momento que reactiva la escritura, mirar en la forma en que lo hacía cada edad, sin condescendencia, como si cada edad hubiese escrito su propio relato. Marta no juzga a la que fue, o lo hace sin titubeos, la escribe, la deja jugar y pensar libremente, equivocarse. Desecha seguridadesy emociones infladas, ausculta complejos y prejuicios, lo que se oye tras lo que queremos decir. Parece que no quisiera gustarle al lector, emocionarlo, darse esa palmadita de autoafirmación que conlleva, sino decirle: Esta soy yo, vale? Esta es mi nariz de patata. Te recuerda a alguien?
Marta Sanz revienta de presente el verbo recordar. En su forma de contar al recuerdo se le van formando los pulmones, respira y se convierte en un reloj de rápidas manecillas que conocen bien los dos sentidos del camino y sus muchas direcciones. En esta clase magistral que Marta Sanz da desde el pupitre, la vemos como a nosotros, sorprendemos a su abuela en la bañera, oímos la cháchara de sus tías, tocamos la pena que originó el cáncer de la más hermosa de las dos. Padres, amigas, novios, gatos, profesores, alumnos, personajes de ficción, como la Demelza que le valió un mote en el instituto, tienen su sitio en esta función vital que nos concierne. Mucho más que una orla de fin de curso, como el viaje real, el
que no atrapan fotografías ni souvenirs.



Aquí una reseña sobre esta original autobiografía, publicada el viernes en Fugas.


jueves, 28 de agosto de 2014

La otra casa

Mi antigua casa viene a preguntar por mí.
El tiempo la cambió. Es otra,
como una prima carnal que se olvidó de mí.

Otra
es
mi
casa, más baja y delgada, pequeña, sin alfombras ni muebles para apoyar una mano.
No tiene pan ni palabras que decir a la ligera, habla sola en su silencio.
Es una casa con demencia senil. No sabe su enfermedad. No sabe
dónde ha dejado los juegos reunidos, las cartas de Rebeca, el mechón de pelo
del niño que me gustó como coger agua corriendo en un río, aquel disco de vinilo,
el diario donde hice por primera vez.
el amor
a la palabra.

Pero es ella, sí, sí, sí
es mi casa, esta es su forma de estar,
su cara de payaso un poco triste.
Esas son las cortinas amarillas de plumeti que estaban ahí,
y el viento que las movía

no pasó.

Esta es la cocina de chocolate donde se decían cuentos,
Sherezade, os Parramplíns, el maestro Ciruela que se fue,
la abuela que siempre se quedó.
Esta es la caja de galletas
en la que me gustaba entrar
y quedarme a comer
como en la voz de canutillo de mi madre.

Y luego dormir, dormir como despierta con el arrullo del aceite que se fríe,
el grifo abierto sobre un plato de cristal. Así llueve el tiempo para dentro.

Estos son los espejos de mi otra casa. ¿Qué piensan al mirarse en mí?
Nada, no me ven, no me sonríen con las mejores caras que les di.
Su existencia no tiene pasado.

Pero tú

sí.

Mi antigua casa ha venido a preguntarme.

No he sabido decirle dónde
estoy.

Sé el lugar que ocupaba la alacena. A veces voy a abrirla en otras casas
en el mismo lugar en el que estaba,
como un mimo acostumbrado a su ritual.
Es un mueble invisible. Un espejo del apego
de una mano.
La ventana que me abre a la casa que perdí.

miércoles, 27 de agosto de 2014

Xisela López: literatura SMS

Volverán las naranjas. Xisela López. Una novela en setecientos SMS y una escritora coruñesa en la Gran Vía. Si la memoria reciente no me falla, esta es la primera entrevista que hago por wasap, al menos completa. Xisela se prestó encantada y YES dijo... ;-)
La espontaneidad y la viveza de las respuestas quizá compensa la falta de edición ortográfica.
Xisela dice que por escrito "somos más nosotros", pero prefiere el SMS al WhatsApp. La respuesta que se toma su tiempo y que en ocasiones, de tanto titubear el dedo en la tecla de envío, no llega a su destino. Volverán las naranjas es una novela breve, un diálogo de chica a móvil de identidad desconocida, que recupera esa antigua forma de comunicarnos que teníamos... ¡hace un par de años?? El amor de esta historia es el de una pareja joven en el umbral de la rutina para siempre. El libro es una carta de amor contemporánea, a dos voces que encajan, que se inicia y acaba en lo que dura una de nuestras más laaaaaaaargas charlas por WhatsApp. 
Todas las cartas de amor son ridículas, advierte Pessoa.
Qué dículos' seríamos sin cartas de amor.




miércoles, 25 de junio de 2014

El monstruo perfecto de Muriel Spark

Con permiso de Ana María Matute,
hoy mi nombre es Muriel Spark.
La descubrí con Mary Shelley, en la singular biografía que escribió sobre la madre del monstruo que inspira más piedad. No olvido a esa Mary Shelley, hija del intelecto y la emoción, casada con el amigo de Lord Byron. Cómo olvidar a la Mary Shelley que recreó Muriel Spark con una concisión poética de impacto. La narrativa de Spark es dura, como la de Flannery O'Connor, pero más grotesca. Como un té con churros y sobaos. Es la narrativa de una poeta. La ficción alucinógena de una periodista de sucesos. La forma de escribir de Muriel se parece a la forma de reír de Lise, capaz de espantar un tumulto, a todo el pasaje de un vuelo, con una carcajada. Lise es el personaje principal de El asiento del conductor, novela de Spark para leer dos veces en dos días, presa el lector de la frenética huida hacia delante que impele a Lise, que manda en la obcecación, que mueve la escritura escandalosa de Muriel. Desde el principio sabemos que algo va a suceder, algo de hecho está sucediendo continuamente. Sólo un psicópata pasaría de largo.
La agitación no cesa desde el momento en que Lise se compra un vestido y un abrigo de colores que hacen un conjunto atroz. Desde entonces los movimientos en apariencia intrascendentes de Lise son las brazadas visibles de todo el cuerpo de una mujer, de su psique atrapada en él, por encontrar a un hombre que sea su tipo. Dejémoslo ahí. Los pensamientos de Lise se delatan en sus ropas estridentes, que podemos visualizar aunque no hayamos tenido ocasión de ver la película basada en el libro. Llegamos al final a la carrera, sabiendo que no hay escapatoria.
Muriel Spark conduce la locura con los ojos abiertos. Rompe la piñata de la monotonía usando los palos como nadie. O como aquella noche junto al lago Leman lo hizo Mary Shelley. Las dos saben de dónde vienen los monstruos. Crear monstruos perfectos vagamente familiares, que duran mucho más que una noche de terror.

viernes, 20 de junio de 2014

La princesa más fea

"Ahorita te ponemos fea, dijo mi madre". Siete palabras. Una forma deliberada de ser el lenguaje. Un cuento del revés. Un mundo raro. Entrecomillo el inicio de Ladydi, así junto, como lo escribe Jennifer Clement, a la que descubro por casualidad ignorando el best-seller que dio sonoridad a su nombre. Nunca elijo un libro sin abrirlo y respirarlo un poco, y esta forma de elegir me ha llevado a perderme a grandes venerados autores de la literatura universal. Es algo que me avergüenza ligeramente, como un piropo o un insulto inesperado, pero me ha permitido descubrir a otros escritores cuyo nombre a algunos ni les suena. Sucede especialmente con autoras. No me refiero a Alice Munro, Joyce Carol Oates o Margaret Atwood. Ni siquiera a la serial writer algo snob Amelie Nothomb. Me refiero a autoras menos conocidas que llevan lo suyo escribiendo, como Hilma Wolitzer, Edna O'Brien o Jennifer Clement, que era a la que iba, por su novela recién salida sobre gentes infelices que no comen perdices: Ladydi. Es uno de esos libros que se viven, porque sus palabras tienen vida. Vida en el sentido más pleno. Huelen, saben, sufren, sienten sus raíces, dicen ahorita en lugar de ahora, voltear en vez de volver, ojos cafés y no castaños, marrones, negros. Y tú puedes revolver en las visiones de esos ojos con la cucharita de tu curiosidad. En las palabras de Clement explota el rojo radical de las amapolas, esas flores que resisten al veneno. Rebosa el sabor de la cerveza caliente. Saben también a herbicida, y alguna vez a beso recién llegado de la metrópoli, a esperanza  desnuda. Los hombres singulares de esta novela son una bendición, un oasis de sensualidad en el desierto de las mujeres abandonadas. Estamos en un estado de México del que huyen todos los hombres, rumbo al edén mercadotécnico de Estados Unidos. Allí se quedan, forman otras familias y olvidan el principio, olvidan Guerrero. Imagináis un lugar sin hombres? "Estar en un lugar sin hombres es como dormir sin sueños", escribe Clement. Lo que cuenta es una pesadilla que ha atrapado la realidad con sus tentáculos. Paraquat es una de las palabras claves, el nombre comercial del veneno que llueve en Guerrero, donde no hay hombres, donde nadie es alto, donde las mujeres se afean y se esconden para que los narcos no las roben y las prostituyan, donde la maternidad adquiere un sentido pleno acuciada por el calor, el veneno, los alacranes y las hormigas rojas. Por el poder del corrupto. La forma de contarlo de Jennifer Clement se moja en todo, evita la descripción desentendida y tediosa del desastre. Va al grano con una dureza poética extraordinaria. Va al hoyo en que deben agazaparse las niñas de Guerrero para que no las mate el veneno ni les mate la inocencia el narco, esa red de alacranes al servicio del poder del dinero.
El amor no es un sentimiento. Es un sacrificio, dice la madre de Ladydi, conectada a otros mundos posibles gracias a la parabólica que le regaló su esposo infiel.
Se sale de esta historia como de un un hoyo. Con el pecho dolorido, pero abierto del todo al oxígeno de la libertad. Volviendo a querer peinar a una de esas princesas con las que jugábamos de niñas.

sábado, 14 de junio de 2014

Borbones y anécdotas


Enfrascada en La maldición de los Borbones, de José Zavala, y La soledad de la reina, de Pilar Eyre... tras este guiso casero con sangre real que hice, con muchísima ayuda de Eyre, para Extra Voz.
Quiero saberlo todo sobre Isabel II! Aunque para reinas las de la casa, en el scalextic de su rutina, con sus brillos en la sombra, su historia de miserias y su desparpajo natural.




LOS BORBONES, UNA DINASTÍA EN PRIMER PLANO
Por hablar de un principio, esta historia comienza con Felipe V, el rey de la triste estampa, que se fue consumiendo entre vapores, hipidos y alucinaciones, viendo escorpiones en torno a su cama. Aquejado de una melancolía extrema, el monarca que inauguró en España la dinastía borbónica llegó a cambiar los horarios en palacio para vivir de noche y dormir de día. «Felipe V, creyéndose muerto, llegaba a morderse los brazos», relata José Zavala en La maldición de los borbones. Si entonces, inaugurado el siglo XVIII, alguien no gobernaba España era precisamente el rey. «Frenesí, morbo, manía y melancolía hipocondriaca» fue el diagnóstico desglosado de la locura crónica de un rey que de partida no se separaba de su mujer, la primera, María Luisa Gabriela de Saboya, a la que el voraz apetito borbónico no dio un día de tregua. Ella era un «demonio colérico», advierte Zavala, que en accesos de ira llegaba a dar palizas a su esposo.
¿Excéntrico cuadro de familia? La realidad de la realeza supera a la ficción en numerosas estampas, que parecen exclusivas de las sagas de sangre azul. Secretos, mentiras y azares mortales suelen vagar cual fantasmas comunes en familias como la real, apartados de una versión oficial de la historia que dista de ser exacta. La de los Borbones se remonta en España al rey que abre este álbum escrito, y conserva nombres y anécdotas curiosas en obras que mantienen viva la historia de un apellido ligado a la suerte de España. Enfermedades, infidelidades, amantes, hijos ilegítimos, trastornos, manías y tragedias planean en una nube de leyendas que desafían el pacto de silencio que, admiten los periodistas especializados, se mantiene en torno a la familia real. «Los Borbones arrastran una dura historia; es importante conocer lo que hay detrás de su fachada, de las fotos, de esos rostros sonrientes. Descubrir que han sufrido y que han tenido siempre la voluntad de volver a España y sentarse en el trono. Hay un dicho que apunta: “Los Borbones, vivos o muertos, siempre vuelven a España”», cimenta Pilar Eyre, autora de obras como Secretos y mentiras de la Familia Real y Dos borbones en la corte de Franco.
Ante los requerimientos del poder, el amor parece pura coincidencia en la mayoría de los matrimonios reales, concebidos como uniones de Estado, por más que Alfonso XIII, abuelo de don Juan Carlos, se casase, dicen, enamorado de doña Victoria Eugenia, Ena en la intimidad. Ena era portadora de hemofilia, una de las marcas de la sangre de esta casta, pero el rey insistió en quererla con la bendición de Dios. A causa del mal de la sangre el rey perjuro que se entregó a la dictadura de Primo de Rivera perdió a un hijo tras un leve accidente de coche, desangrado en Miami. El fantasma de la hemofilia cobró cuerpo en varias ocasiones en palacio e hizo que, cuenta Pilar Eyre, «los niños tuviesen que dormir en habitaciones sin esquinas, con los muebles envueltos en vendas para que, al estar acolchados, los infantes no sufriesen heridas».


Leyenda negra
Enfermedades y accidentes han alimentado una leyenda negra en torno a la familia que hoy se halla en la encrucijada. ¿Existe una maldición sobre los Borbones? «Ena, doña Victoria Eugenia, abuela del rey abdicatario, decía que ya le habían avisado sus amigos protestantes de que si se convertía al catolicismo la familia iba a estar maldita», cuenta la autora de La soledad de la reina. Ella quería alejar esa sospecha fatal de la dinastía, conocedora de la convicción de Franco de que el pueblo no quiere príncipes tristes. Solo muy al fondo en la mirada de don Juan Carlos, dicen quienes le conocen bien, puede verse la esencia melancólica que se atribuye a la estirpe. A ella nos remonta la difícil infancia de quien perdió a su hermano en un accidente que dio pie a diversas especulaciones, tan diferente a los primeros felices años de Felipe VI. «Cuando era pequeña —cuenta Eyre— pensaba que el hermano del rey había muerto de accidente de coche». El infante Alfonsito murió a causa de un disparo. El arma la empuñaba don Juan Carlos. «Yo he hablado con un íntimo amigo de don Juan Carlos que estaba en ese momento en Estoril [donde ocurrió la tragedia]; su testimonio me ha permitido descubrir todos los detalles. Todas las historias que corren acerca de que el rey Juan Carlos mató a su hermano son una canallada impresionante y absurda». Esa es también la tesis que defiende el periodista y escritor José María Zavala, quien eleva a don Juan Carlos y a Carlos III, por su papel en España, sobre el resto de los Borbones.
El gen de la infidelidad
Prominentes siluetas de alcoba lleva consigo el recuerdo de la figura de Carlos III, portador del supuesto gen que determina la propensión a las relaciones extraconyugales. Lo heredó Isabel II, Isabelita, que propagó el escándalo en la corte con su permanente infidelidad con el general Serrano. Tan sabia y culta como promiscua, dicen, halló el consuelo del perdón de su esposo, «porque nuestro enlace ha sido hijo de la razón de Estado». Los amoríos de la reina que ascendió al trono en 1833 han hecho historia, como su canalillo, y quedan expuestos a la mirada del respetable en libros como La maldición de los Borbones o Los amantes de Isabel II. Pilar Eyre localiza el gen en otras historias y el empuje Borbón en unas palabras que pone en boca del afectuoso don Juan, conde de Barcelona, en una de sus obras: «Los miembros de las familias reales somos unos sementales de buena raza y nuestra primera obligación es perpetuar la especie, procreando una y otra vez, sin cambiar de vaca», si es que admitimos al sagrado animal como sinónimo de joven esbelta y arrogante de nariz helénica. «Más que la hemofilia, la tara genética de los Borbones es la infidelidad —sostiene Eyre—. Casi todos han tenido relaciones extramatrimoniales. La mujer que se casa con un borbón lo sabe. Distinto es el caso de doña Letizia, pero Felipe no es muy Borbón en este sentido».
Alfonso XIII fue uno de los grandes seductores de su tiempo, sobre todo por rey; «tenía a las mujeres que le daba la gana: de la Corte, artistas... y don Juan Carlos es un gran seductor no solo de mujeres, sino también de hombres. Sabe tender puentes con las personas. Se parece mucho a su padre, don Juan, en quien se notaba que había sido muy atractivo y que tenía esa memoria legendaria de los Borbones», afirma Pilar Eyre.
Insólito sentido del humor
Un humor cambiante es otro de los trazos del temperamento borbónico, en las antípodas de una reina glacial como doña Sofía. La periodista que firma su biografía revela una anécdota: una vez en el convento en las Descalzas Reales, la reina estaba entretenida con las monjitas. El rey la aguardaba impaciente en la puerta. Y en su impaciencia mandó decir a la reina: «Majestad, lleva usted aquí tanto rato que don Juan Carlos quiere saber si va a quedarse en el convento». Ella, delante de todo el mundo, dijo: «Yo no, pero quizá a él sí le convendría».

viernes, 13 de junio de 2014

A lingua esperta de Yolanda Castaño

 Unha entrevista é o xénero máis lindo e máis tenso do mundo, con permiso da reportaxe. É cousa de dous. Tamén unha especie de encerrona para quen aspira a retratar a alguén ante os outros nunha lectura exprés, pois son as que moven as follas dun periódico.
Reteño aquí algo, moi pouco, de canto oín e vin,... quen non pode ver as palabras que amosan o que son!, en máis de hora e media de café coa poeta Yolanda Castaño. Coa Segunda Lingua conseguíu un novo premio. O libro naceu dunha inspiración que lle foi enchendo os petos a Yolanda de «papelitos», que xuntou e fixo obra un agosto á beira do mar en Málaga. Desa casa de amigas que o azar trocou en residencia de autora vén, dende o sur ao Norte en punto, A Segunda Lingua. É unha obra na que Yolanda Castaño espreme a lingua, as linguas que baten unhas coas outras, que ás veces se chiscan o ollo -ou unha fricativa velar-, e ás veces se abrazan case sen palabras. "Todos os abrazos son traducións", advirte a autora neste poemario irónico, erótico, metalingüístico e saboroso como a lingua. Como a lingua que falas contigo, con todo o que ela sabe, e conta e non conta, de ti.


 Vai o texto da entrevista que foi conversa moito máis longa, clara e cómplice...

ANA ABELENDA | As palabras preferidas de Yolanda Castaño (Santiago, 1977) «son as que saen da boca». O sentido do gusto admite varias lecturas no caso da poeta, neta de modista, que máis que nos ollos o atopa na lingua. Gústalle comer moito máis que cociñar. Non terá man para caldeiradas, pero é quen de mirar un linguado en fite. «As cousas menos lindas poden revelar significados», advirte. Un linguado, a dieta, o coche ou o Teleprompter habitan A Segunda Lingua, poemario co que a autora acadou o Premio da Fundación Novacaixagalicia 2013. «A Segunda Lingua é a lingua dos outros», aclara, un libro que nace da conxunción de varias circunstancias. Unha delas, un erro médico que fixo que a poeta estivese dous meses con media lingua anestesiada.
—«A Segunda Lingua» é tamén a propia, ¿non?
 —Claro. Pensa no contestador que di: «Si quiere que le atienda en castellano pulse uno, si quiere que le atienda en gallego pulse dos...». En Galicia o galego é o dous. E a cousa segue así, pulsas o dous e escoitas: «Le atiende Mari Carmen, ¿en qué puedo ayudarle? ¡Verídico!
—A realidade é difícil. ¿Como é a poesía?
—Caprichosa. Eu podo pasar anos enteiros sen escribir poesía e de pronto verme como un cadeliño á súa porta. O que me fascina é que ela de repente me diga «¡Agora!, non te deixo marchar». Hai algo que chaman inspiración ou disposición. Son eses momentos nos que estás esponxa. Eu sentín que tiña ideas, ideas, ideas. Apuntábaas en papelitos, no que tiña a man, nunha libretiña, no móbil.
—Pero un poema non son ocorrencias soltas. Require máis, ¿un cuarto propio?
—Un traballo de composición, obviamente. Un cuarto propio. Poder desfacerte do que che ocupa ou che distrae a diario. Eu neste caso non conseguín unha residencia, pero en maio do 2013 estiven no Festival de Poesía de Málaga. Alí unha amiga poeta e a súa parella dixéronme: «Imos deixar a casa baleira todo o mes de agosto, ¡vente!». Unha casa unifamiliar a tres minutos da praia. ¡O ceo! Elas marcharon, deixaron unhas chaves e dixéronme como se poñía a Thermomix. É que eu  son moi mala cociñando…
—¿Non lle dá a paciencia?
—Non sinto curiosidade polo proceso. ¡Só quero comer! Díxenme: se gaño algo con este libro, compro a Thermomix [risos].
—¿Recluíuse todo un mes no cuarto propio da creación?
—Ese agosto non saín das dúas mazás nas que estaba a casa e o supermercado. Só comín, durmín, fixen de comer, fun á praia e escribín. Cando ía rematando o libro, era unha sensación de tal euforia que cruzaba a carretera sen mirar. A produtividade foi moi alta. 
—¿O título é un chisco intencionado ao «Segundo sexo»?
—Atopeino o último día. O segundo sexo por suposto, pero hai moitas cousas...
—Na obra, poeta e palabra manteñen unha relación altamente erótica. Recorda a Ángel González: «Escribir un poema se parece a un orgasmo». ¿É así?
—Si. Isto está tamén na poesía de María Xosé Queizán.
—¿Que apoios bota en falta como escritora?
—En Galicia non hai un recoñecemento da produción literaria como tal. ¿Quen axuda a produción literaria? Aquí todas as axudas que hai para un libro son a posteriori.
—¿Hai cousas que non se deben contar?
—Todo depende do como. O como é a arte.
—¿Pode vivir sen escribir?
—Penso que non; escribir é o mellor que podo facer co meu tempo. O único patrimonio que podemos ter os poetas é un novo título. Eu débome á escrita. Cando a poesía chama por min… Si tú me dices ven lo dejo todo.
—Hai un sorriso moi cómplice neste poemario.
—É un libro máis reconciliado. Está escrito dende unha maior placidez.
—Pero é violentamente pasional ás veces…
—É un libro que xoga con lume, escribilo foi case como ter un monstro entre as mans... Pero si, volve o desexo.
—«Cando falamos acabamos manchados de linguaxe», escribe. ¿Que facemos?
—Desouvir a linguaxe, todos os ecos. Na poesía a linguaxe faise ouvidos xordos a si mesma. As palabras amplían os seu círculo de amizades.
—Nesta obra escribe tamén sobre as cousas que non se din. ¿Canto achegan?
—A poesía é un pacto entre o que se di e o que se cala.

Máis sobre Yolanda Castaño en La Voz de Galicia e El Pie en la Marea:

http://elpieenlamarea.blogspot.com.es/2014/03/entrevista-yolanda-castano.html

http://elpieenlamarea.blogspot.com.es/2013/09/fogar-de-poesia.html

martes, 10 de junio de 2014

Tratado de paternidad a lo bestia

ANA ABELENDA | «¿Pero dónde coño estás?». Con este disparo a bocajarro abre fuego Michele Serra. Les hablo de la novela que está conmocionando a miles de lectores en el mundo. La querrán o la repelerán, o ambas cosas a la vez. Pero no saldrán de aquí, de esta Toscana desmitificada de Serra, igual que entraron.
El libro es una pregunta con varias certezas, un exabrupto en la placidez de pega de las relaciones paterno-filiales, un golpe de honestidad encima de la mesa, un tratado descarnado sobre la paternidad en tiempos difíciles. Muchos se preguntarán ¿y cuáles no lo son?
He aquí a un padre y un hijo, dos seres únicos en su especie, dos especies distintas, dos líderes de tribus rivales. Pero un padre ya no es lo que era. «Una fragilidad materna reblandece mi aplomo viril. Soy consciente de sumar dos debilidades: el afán protector de la Madre, las exigencias de rectitud del Padre. Me veo socorriéndote y regañándote al mismo tiempo, caricatura esquizofrénica de la autoridad», confiesa con valor este ser en apuros. Y hoy tampoco los hijos parecen tan dispuestos a pisar nuestras huellas. Quizá porque nosotros tampoco querríamos que lo hiciesen.
El autor de Los cansados escribe una carta abierta, una declaración de guerra con alma secreta de armisticio de paz, por el bien del mundo que ha heredado y quiere legar a su hijo. Este diálogo con el silencio del hijo que establece Serra con un sentido del humor radical, de factura claramente periodística, es un exorcismo. El padre se atreve no solo a mirar y retratar sin piedad a «los cansados» (jóvenes, hedonistas, hiperelectrónicos, siempre en modo avión, habitantes de un exceso con calcetines sucios apilados en las esquinas). También reconoce debilidades, incoherencias y prejuicios propios. Muy ilustrativa la tópica charla que se dispone a afrontar el padre con la profesora de su hijo, o esa otra en la que «un fulano» con pintas le para y le dice: «Usted no me conoce, pero yo le conozco a usted. Soy el tatuador de su hijo. Debería hablar más con él».
Serra se procura un álter ego a la altura de su sarcasmo, Brenno Alzheimer, decidido a librar la Gran  Guerra Final entre Viejos y Jóvenes; y en ese otro yo ficticio su frustración se despacha a gusto.
Vulnerable, histriónico, apocalíptico en su juicio sobre un mundo agonizante se muestra el autor de esta obra de lectura obligada, donde el mito de Narciso crece en una tienda de sudaderas de moda con dependientes modelo.
Michele Serra libra una lucha a muerte con toda la historia del padre que es y con todo eso que se espera de un hijo. Teme ser «el último eslabón» de la especie. ¿No es algo común? Pero este padre implacable y sobreprotector al tiempo entiende al fin lo que ninguna gracia concede sin esfuerzo: hay que separarse del hijo, perderlo de vista hasta verlo saludarnos desde lo alto. En una cima vital que quizá un padre solo alcanza tras su hijo, cuando este se vuelve y grita: ¡Papáaaa!

jueves, 29 de mayo de 2014

Cuento los buenos días

Cuando despiertas, yo me duermo,
con un pie colgando de la noche y el pelo suelto en la mañana.
No podía cerrarme en el silencio viendo tus sueños correr, intentado no caerse
en una trampa. Entre las hojas hay dientes escondidos,
cepos hambrientos de miedos ancestrales. Hormigas laboriosas
asfaltando rutina, gusanos con más paciencia que nadie.

La fauna más sutil habita la oscuridad,
sólo un dragón podría despertarnos,
un dinosaurio también o una lechuza con su alarmante mirada.

Te despiertas y el mundo estira los brazos.
Y yo caigo frescamente en la mañana,
como un zumo de naranja con pepitas.

Bebo la primera hora del día.
Puedo soñar al fin como un color,
pensando en ti a sorbos de zumo recién hecho,
en el descaro del sabor de una cereza. En la mancha que salta a la camisa
como una pasión que no sabe contenerse.


¿Si estoy contigo, te con-tengo?
De ilusiones que no mueren vive la esperanza.



Cuando salgas de casa a por el día
estaré como durmiendo,
esperando el oso grande de tu corazón cuando me abraza,
la palabra mágica que ama todos los idiomas.
Un cuento real
de buenos días.


Estos son los buenos.
No. Son
los mejores.

Tantos que es fácil perder la cuenta













http://elpieenlamarea.blogspot.com.es/2014/05/la-primera-persona-del-dolor.html

miércoles, 28 de mayo de 2014

La primera persona del dolor

Duelo es meter en casa el dolor, arrastrar esa manta por el suelo
del pasillo. Qué larga puede ser la forma de esperarte.
Entra, por favor, tómate tiempo, duele a gusto,
tengo poco de comer en la nevera.

Duelo el dolor en primera persona, en otra parecida a la que amé.
Es un sustantivo singular, un hijo único. Puede pasar horas buscando la pieza
de esa torre en escalera de color, pero de pronto suelta una patada
y todas las horas se vienen abajo.

El dolor se parece al amor. No importa la historia, solo el momento.
Esta emoción es una guerra a vida o muerte.

Duelo el dolor en singular, entre nosotras
ni los pronombres quieren despedirse.

Te quiero
como si no dejase de encontrarte.
Te quiero
y estás aquí, me tocan tus palabras para siempre.
Te quiero y hablas
en todas las direcciones, en avenidas que acaban en las leiras donde come el pasado
sus miserias,
en calles que se cortan cuando te frenas en seco,
en sentidos prohibidos que me llevan donde quieres.

Te quiero como una casa en el centro
de este instinto maternal, que agarra los dedos de la luz en otros libros.
Eres la casa del yo en penumbra, el mueble bajo la sábana caliente,
todo lo interior doblado
 y guardado en la coqueta.
No tengo nada que ver con ese nombre... eso lo has dicho tú!

Las prendas íntimas necesitan respirar, asoman sin darse cuenta
un poco de tela, una mano tendida, las primeras palabras
de una historia.

Esta es una historia singular que habla por nosotras,
de una alianza elemental de contrarios condenados a perderse
por la paz mundial de la familia.
Este es el tú al que regreso yo.

El dolor es tan plural como nosotras.
Duelo con todo tu amor.
 Esta es mi forma de ser.
Nosotras
eres tú si me dejas abrazarte.


http://elpieenlamarea.blogspot.com.es/2014/05/la-palabra-que-ere.html

martes, 27 de mayo de 2014

La palabra que eres

No importa que no las oigas.
No dejan de ser palabras
para ti.
Es difícil saber de dónde vienen.
Están. Se mueven en tornados diminutos en las cartas de amor,
en mi mano cuando toca la lengua del fuego,
las comisuras de mi necesidad.
No sé cómo quedarme al ver que ya te fuiste.
Dónde dejo esta palabra que te quería decir?
Déjala sola contigo, hacéis buena pareja, ojalá
podáis la una con la otra.

No estaba preparada para perder
en un día todo lo que eres,
años de infancia,
días repetidos que perdieron la noción de la felicidad.

Cuenta las horas con los dedos,
chúpatelos, todo lo que no cuentan,
cuenta despacio
el placer recuperado,
el pantalón rojo como tú,
las cerezas que van de la oreja a la boca,
el gato de Chesire que dice miau
en el ovillo de tu miedo.

Cuenta adónde llega la respiración materna de las noches,
el tintineo de luz de la cruz en la cadena de todas las vidas
que arrastras y te llevan.

Escucha lo que dice el olor a ti misma de la palabra
mamá.
Mamá.
Es una palabra
que no deja de ser tú.

lunes, 19 de mayo de 2014

El poder especial de Érica


    Érica Esmorís.
    Es decirlo, escribirlo, y sonreír. Y verla con una camisa vaquera, unas zapatillas blancas y un sombrero descubriendo L.A. O un poco antes, bajo el sauce llorón de Calasancias, con un chicho a un lado y zapatos... ¿Gorila? (Privata, corrige Érica en Facebook), riéndose fuerte, como si toda una clase lo hiciese a la vez.
    He tenido la suerte de celebrar las Letras en La Voz con Érica Esmorís y otra escritora a la que quiero, Dores Tembrás. Sus libros, uno de Érica y tres de Dores, viven conmigo, son parte del caos sideral de tiempos verbales que es mi casa. El pasado no pasado es un presente continuo. Y un presente es un regalo.
    Un verano Érica creó a Amabel, una heroína con un sentido pleno de la infancia, pero eso ya no es noticia. En todo caso, entrevista en YES. Y esa entrevista, publicada el sábado, se gestó hace algún tiempo. ¿Nueve meses? Es posible, pues fue el pasado junio cuando tropecé con Érica en unas escaleras después de un largo paseo de años sin vernos. Ella bajaba, yo subía, le conté: ya ves, aquí con mi hija. Ella dijo algo como: Yo sin hijos, pero ya ves, escribo la historia de una niña con un poder especial. Como no soy tan veloz como la madre de Amabel, tardé en reaccionar. Aaaah! Qué intriga.
    Con esta superheroína casera
    nació el sello Sushi Books
    Unos meses después de aquel encuentro el libro llegó a mis manos. Y mis manos lo auparon y pasaron las hojas muertas de risa y de ternura con muchas cosas de Amabel, con Roi, coa curmá Comba... Sentí yo aquel olor a pelea de recreo, a sudor de brilé, a lápices, a algas, a verano infantil con mucho cloro y a ese amor cómplice, dulce de verdad, de abuela. No leí O poder de Amabel como amiga, sino como lectora, y como tal, muy segura de mi oficio, me quedé enganchada en la risa floja por la escena de una jaula de palomas llena de caca. También muy agradecida con los padres de Amabel, y con Amabel ¡claro!, por ser tan así, tan de verdad.
    Gracias al poder especial de Amabel, entrevisté a Érica Esmorís dos veces, y una tercera, y una cuarta ¡por WhatsApp! Hablamos de muchas cosas, las llevo en mi cabeza algo alteradas, porque una vez la grabación se borró (mis dedos guardan silencio) y mi memoria tiene por costumbre pasar de la literalidad. Érica me contó que no tiene miedo a nada, que dice lo que piensa, que ama los animales, el verano y el movimiento, que sabe desenvolverse en las crisis. Antes escribía para hacer terapia, ahora no. Sale con un músico de raíz. Tiene un gato, una perra, dos proyectos, una furgoneta que ha convertido en hogar. De pequeña soñaba con ser normal, quizá sin saber que eso supondría perder su poder especial.
    Menos mal que no todos los sueños se hacen
    realidad.

    Te seguimos, Érica Esmorís
    (http://www.ericaesmoris.com/)


    sábado, 17 de mayo de 2014

    Dores Tembrás, a lingua do silencio


    "agardo pola túa man / ou por ti / polo movemento / para / facerme / redondel"
    Leo na Cronoloxía da urxencia, o poemario por saír de Dores Tembrás, e as palabras veñen por min, sen lazo e sen présa, dicíndome Acouga se es capaz. Esta Cronoloxía leva uns días comigo e cada vez que lle roubo un tempo éncheme o silencio de razón. O silencio, di Alejandra Pizarnik, "no existe"."O silencio é case un animal con púas", di Dores Tembrás, e xorde un ourizo cacho, mais non para o tacto da man, baixo o dominio ao que está afeita, senón moi dentro dun ouvido. Unha pode rascar ou poñer a almofada no oco da orella, pero o silencio, animal visible e invisible, sobrevive no umbral das palabras. O case, na obra de Dores Tembrás, é definitivo. A precaución dun adverbio ante o verbo seguro e obstinado, irrevogable decisión (precipitar, afiar, querer, purgar, apodrecer), ou ante un mundo creado por un, dous sustantivos. Dores sostén mundos cos substantivos, percorre o esforzo da palabra por nacer. A poeta que non asaña o silencio, que se torna minúscula para a escoita, obra o Big bang da palabra. Hai nesta Cronoloxía, na que eu quedo co estalido dos silencios no xerme das vocais, unha dureza madurada que rexeita metáforas, as badaladas da lingua cotiá, o son sin máis da palabra que non se parou a mirarse e sacudirse todo o pó de anos no camiño.
    Dores Tembrás escribe o desexo con palabras da caste do silencio, que estoupan na intimidade, como o rigoroso inverno dos avós dentro da lacena da memoria. A nosa.
    O "si non do faro" da poesía de Dores non se detén. Guíanos nunha escuridade (case) familiar cara o fulgor da palabra orixinal. Na procura dunha procura sen fin. O desexo.
    A vida sempre.

    Máis sobre Dores en La Voz de Galicia y El Pie en la Marea
    http://elpieenlamarea.blogspot.com.es/2013/12/o-paxaro-coa-palabra-na-boca.html
     http://elpieenlamarea.blogspot.com.es/2013/09/fogar-de-poesia.html
    http://elpieenlamarea.blogspot.com.es/2013/10/elas-responden.html


    sábado, 3 de mayo de 2014

    Recuerdo de una tarde larpeira

    Todo empezó en la cocina de casa. ¿No es así como empieza todo? Derramé el azúcar en ese espacio zen que tantas madrugadas me ha visto tomar tilas conmigo misma, y se me ocurrió consultarle a la tableta por el quid de un bizcocho fácil. Sí, sí, ¡el de yogur! Surgieron una buena mano de bloguers con un delicioso sentido de la solidaridad (Ahí están Directo al Paladar, Una Pincelada en mi Cocina, Pequerrecertas, Dulces Tentaciones, Bizcochela, Bocados de Cielo...). Yo nunca he sabido freír un huevo, ¡menos aún los espárragos!, así que me dije: oye, si te sorprenden con las manos en la masa que sea enfaenada con un roscón de Pascua o unas chulas, o esas flores que la abuela te echaba todo el año y se comían en carnaval. Y así azúuuuucar, todo sinsabor se curará. Harina, huevo, anís, chocolate... ¡con todos esos ingredientes que te vienen de la infancia llegarás al paladar del mundo, por pequeños que sean sus dominios! Si no eres la mar de salada, demuéstrales que esa dulzura es genuina y fluye como un río de nata a manga pastelera, que tiene su destreza con la masa madre, que usa la varilla manual como una túrmix, que no necesita abrir el horno para obrar oh! el misterio de la creación. La repostería casera, que en realidad es mucho nombre para lo que hace alguien como yo, que se inpira siempre en recetas de casas ajenas, aunque unidas a la mía por los lazos de una vecindad también virtual, es como una memoria de las manos, un recuerdo lento del olfato, un fuego vivo que humea de muy atrás, un sabor perdido que viene de pronto a chuparnos los dedos. Mmmmm. No hay palabras. Yo no las tengo. Tampoco mi hija cuando come un dulce bueno como sin creérselo. Mi abuela no las dejó escritas. No me dijo así se hacen las flores que yo hacía para ti. Otros sí las tienen, palabras digo, como... como este grupo de amigas, dulceras de raigambre, que hornearon conmigo esta tarde especial con mucho gusto ¡y doble página en YES! 
    Felices postres, que hagamos muuuuuchos más 






    viernes, 25 de abril de 2014

    El amor, cura para el ego

    A quién se le ocurre ya morir de amor. Hoy se estila más morir de uno mismo. Enfermos de ego, nos vemos hombres y mujeres en el espejo que cruzar en la última obra de Byung-Chul Han. La agonía del Eros llega a un mundo herido por grandes cambios operados en hábitos, vínculos y sentimientos por la sociedad de consumo; y al escaparate editorial tras La sociedad del cansancio y La sociedad de la transparencia, títulos que han llevado a este filósofo de origen coreano experto en Heidegger al top de ventas en Alemania. ¿Por qué duele el amor?, se pregunta Eva Illouz interesándonos sobre el crac devastador de lo humano. Hay algo más que ataca al amor aparte de la libertad sin límite o la fiebre de racionalizarlo e igualarlo todo, matiza Han: «La erosión del otro», su pérdida por el culto al yo. La agonía del Eros deriva de la tiranía del consumo y el éxito, leemos. Han lleva a su lector de la melancolía a la «crisis de la comunicación», sin rehuir el porno, que «aniquila la sexualidad». Filosofía clara, contemporánea, rica en referencias sin prejuicios, para amantes del arte y de la vida, la que escapa de las manos y custodia sus misterios.

    Publicado en Fugas, La Voz de Galicia, el viernes 25 de abril

    jueves, 24 de abril de 2014

    Un Principito diferente


    Talleres sobre El estrámbotico Principito, de Pinto & Chinto, en la Librería Cascanueces, de A Coruña

    martes, 22 de abril de 2014

    El mundo recién parido

    Desde que conocí ese mundo, ese mundo recién parido sin tiempo para darse nombre, no he dejado de soñar en él. Ya conocéis el comienzo, entre los más célebres y celebrados de la historia de la ficción, a veces real y mágica a un tiempo: "El mundo era tan reciente que muchas cosas carecían de nombre, y para nombrarlas había que señalarlas con el dedo". Cien años de soledad son muchos, de hecho yo misma, disculpad, le quitaría páginas a la historia de la saga Buendía, sabiendo que por ello locos ávidos voraces gabianos me llevarían al pelotón de fusilamiento. Disparen sobre mí un aguacero de palabras, fogosas letras de cartas de Florentino Ariza a Fermina Daza, y que la historia, todas las historias de la historia de Gabo, continúe siempre como una marea musical a la hora de la siesta.
    El comienzo del mundo es como lo escribe Márquez, extraordinario y natural como un parto, y  yo no olvidaré a los Aurelianos, que viven en mi casa, bastante cerca de Comala, en un Macondo por el que se pasean a menudo la Clara y la Alba de Isabel Allende, con la sonrisa de mi madre a contraluz, leyendo de nuevo ciertos pasajes. Señalando con el dedo las emociones que solo algunos saben nombrar.

    Mira, mamá, ella les deja pintar en la pared!...
    Ya, ya... En la ficción todo es mejor.
    Ay... pero qué sería de ella sin realidad?
    Y de la realidad sin la ficción?

    He crecido pared con pared con la abuela de Gabo. Dormía en la habitación de al lado cuando yo soñaba también. ¿La abuela de la que él aprendió a escribir es la que a mí me enseñó a hacerlo? No había ido al colegio, no sabía leer, pero me crió con pan de brona y miga de palabras; no me enseñó sus trazos, su forma azarosa, me mostró su esencia, lo que late dentro de ellas, cómo respiran, lo que han vivido y contado por sí solas o uniéndose con otras, su extraño ser tan familiar. Las palabras de la tribu. Capaces de contarlo todo como sin saber.

    García Márquez se ha mudado conmigo hace años a un piso de adulta infantil, pero tiene el don de la ubicuidad. Sigue también en casa de mis padres, en mi estantería de libros forrados con papel de revista o de regalo; en la casa familiar que han construido sin miedo, con una poderosa intuición y un sentido Caribe del ritmo sin par, sus palabras. Grandes en su sencillez, de colores intensos, palabras como tigres que se hacen pasar por gatitos y se dejan acariciar por los lectores tan confiados, asumiendo el riesgo enorme del amor. Gabriel escribe la casa, el fuego, la lluvia copiosa de días y días muy humanos, la escalera del tiempo, el sueño que no deja dormir en la paz del olvido a todas las generaciones que nos preceden y nos seguirán, el río Magdalena, la voz del agua que no deja de fluir pero atrapa el escritor en la redecilla de sus manos pacientes.

    Viví la muerte de Santiago Nasar con extrañeza, casi como cualquier otra lectura de BUP, sentí compasión del coronel que aguardaba su carta, y me siento ahora un poco como él, esperando cada viernes la noticia que podría aquietar la desespera. Amé con toda mi adolescencia a los 20 Cien años de soledad, y me queda tanto Gabo por leer. Mientras tanto, me quedo, sin argumento, unida a él como la hiedra, con el autor de El amor en los tiempos del cólera. No es algo racional, sino muy Gabo. Me quedo entre todos los seres garciamarquianos de mi pequeño mundo realista mágico con Juvenal, con Fermina, con el incidente del jabón que puso en riesgo una sólida unión matrimonial, con ese loro en la casa de un último amor, de un amor que ha sabido envejecer, y así se quiere, con lentitud, con arrugas, con perdón. Y con el amor nuevo, largo tiempo engendrado, en el quizá siempre joven Florentino Ariza. No es siempre joven quien ama? Me quedo con las cartas del amor que sabe esperar. Con las palabras que dan a luz el misterio de la vida. Eso que va más allá de ella, a lo que Gabriel García Márquez fue capaz de dar nombre.


    Escribo porque quiero que me quieran, dijo.

    Te queremos.

    lunes, 21 de abril de 2014

    El desván de Franciszka


    ANA ABELENDA | Hay historias capaces
    de reconciliarnos en horas
    con el género humano. El
    secreto de mi madre es una de
    ellas. Decir que se ambienta en
    la Polonia ocupada es solo advertir
    sobre un contexto atroz
    que puso al límite a millones de
    personas, de pronto sin libertad;             
    por lo demás, como nosotros.
    Gente en su mayoría con apego
    a los suyos. Gente a la que
    definen acciones y omisiones.
    Deseos y secretos. «Cuando
    eres niño crees que tus padres
    son iguales a los demás y que
    lo que ocurre en tu casa es lo
    mismo que ocurre en los hogares
    de las otras personas». Sin
    temor entra el lector en este libro.
    Tras la mirada de una niña
    que no necesita trucos retóricos
    para escribir sentimientos
    plenos. Basado en la historia de
    Franciszka Halamajowa y su hija
    Helena, que salvaron la vida de
    16 personas jugándose las suyas,
    este relato vital se hace a cuatro
    voces, las de cuatro víctimas del
    horror nazi que confluyen en
    una sutil melodía familiar. «Ya
    no soñamos con viajes exóticos.
    Soñamos con la vida que
    llevábamos antes, con nuestras
    rutinas». Aquí la felicidad
    que pasa inadvertida, brillando
    como lo hace en la memoria la
    joya robada. 
    Bienvenido este reconocimiento
    al coraje de las Franciszkas que no han pasado a la historia. Tras salvarla de quienes la sembraron de muertes.


    Publicado en Fugas, La Voz de Galicia

    viernes, 28 de marzo de 2014

    jueves, 27 de marzo de 2014

    Palabras para vivir

    ANA ABELENDA | Con un amor que se mide a la enfermedad, y la supera, ha logrado Carmen Amoraga el Premio Nadal de Novela 2014.  Y además, ofrecer un consuelo, 300 páginas de terapia en el duelo de una pérdida. Quizá sientan que la consulta se queda en unas horas gracias a la mano de Amoraga, segura en el retrato contemporáneo del mundo cotidiano y sus nuevas formas de relación social. Facebook, con su realidad revisitada, es un canal de comunicación definitivo, un bote donde ampararse de la ausencia en La vida era eso. La novela comienza con una escena familiar, un tema de Whitney Houston sonando en la cocina. Un hogar feliz. Y de pronto, la amenaza: cáncer. En esta literatura hecha sin miedo con las cosas de la vida, su brillo y sus miserias, otras muchas palabras se pronuncian directamente, con gusto, hasta con gracia. Y son una lluvia fina que empapa como la ira ante la pérdida de un padre sin tiempo a ver crecer a sus hijas. El principio de esta historia es un final, o viceversa; una despedida que no es tal, pues ahí está la vida. Agarrada a lo mejor del que se fue, advierte Amoraga, metida en uno de sus jerséis o entre sus libros. En las palabras que salvan del olvido. Dando voz a esa parte de uno que el dolor de una muerte muy próxima ha dejado muda.

    Publicado en Fugas, La Voz de Galicia 

    En Leonas Cativas
    http://abelendanoesgerundio.blogspot.com.es/2014/02/leona-compulsiva.html 

    lunes, 24 de marzo de 2014

    Regreso al 77

    Cuando empecé a generar recuerdos, él había tomado la decisión de marcharse. Nací con las primeras elecciones democráticas, ese agosto del 77 desde el que Suárez nos mira ahora con la determinación del arte fotográfico, seguro de sí mismo, bien afianzado en ese presente tamizado por el punto de vista que adoptamos tras haber pasado página en la historia. El presente vuelve para quedarse en la despedida, para recordarnos algo del hombre que se olvidó a sí mismo. Impacta verlo en bañador en un posado recién salido del agua en los ochenta, con sus ojos pintados por Modigliani, la mirada buscando el centro de la escena, la sonrisa como una sábana secándose al sol, con un sonido seco de bandera al viento. A media asta le despide España, unos conmovidos, otros aferrados al reproche de su condición de hombre del régimen que no cumplió los principios que pudo prometer. Y prometió. Tuvo, eso sí, el valor de abrir la puerta con la ley de la reforma política. De no consultar ciertas cosas con el Rey al que juró lealtad. De marcharse. De ponerse en pie y saltar al ruedo el 23-F. Ahí está el testimonio gráfico, la valentía ya en segundo plano en una imagen del álbum para el recuerdo de Suárez que ofrecen los periódicos. Dónde están los pasos perdidos?
    La compasión, esa solidaridad que nace de la empatía en el dolor, acerca quizá como ninguna otra cosa a un hombre que miraba de frente y sonreía, como nos gusta a todos que nos miren, y que cumplió todas sus ambiciones personales. Eso aseveró en los 80, sin temor a la sombra de su fortuna.
    Pienso en el jersey azul turquesa que me hizo mi abuela, una de las prendas que podrían vestir toda mi infancia. No sé qué fue de ese jersey que tanto me gustaba, capaz de calentar el invierno. He olvidado como era pero sé que era azul y que me gustaba mucho. Como a Suárez sus zapatos cuando no reconocía hijos, amigos, recuerdos propios? No debió de ser fácil calzarlos la última década sin ayuda de ese poema que tanto gustaba al hombre de la Transición. Serás un hombre, decía. Tras cumplir estas duras condiciones. Un poema dice mucho de quien lo escoge, mucho más que un ideario con plantilla o un programa suscrito en equipo, pero suele admitir varias lecturas. Por eso seguimos leyendo. Para poder entender más allá de nuestras propias ideas y la visión heredada de la historia.
    http://www.lavozdegalicia.es/noticia/politica/2014/03/24/adolfo-suarez-lleva-reconocimiento-espanoles/0003_201403G24P2991.htm