lunes, 15 de septiembre de 2014

Las vidas que tenemos por delante



 Sobre Las mil y una historias de A. J. Fikry, de Gabrielle Zevin, publicado en Fugas el viernes día 12
 
ANA ABELENDA | El azar mueve a veces con tanta gracia los hilos de nuestras vidas que parece querer decirnos algo coherente. Los porqués se nos resisten pero ahí siguen las preguntas, con sus signos-orejas aguzando el oído. Hay libros que no leemos por casualidad, que leen tanto en lo que somos o nos abren los ojos de tal manera que diríamos que han sido escritos en especial para nosotros. ¡O por un álter ego superior! De esos guiños que a veces nos hace la literatura, de la relación de necesidad que establecemos con nuestros libros favoritos habla Gabrielle Zevin (Nueva York, 1977) en su nueva novela, la séptima de una escritora que debutó a los 14, cuando se ganó un empleo en un periódico local con una carta protesta sobre un concierto de los Guns N’ Roses. En la crítica también se forja un escritor. Pero fuera acidez. Las mil y una historias de A. J. Fikry —reverencia a Sherezade— es un elogio, un homenaje a las lecturas a las que se debe un escritor. Por si acaso, la autora se cuida de advertir al final que los gustos de A. J. Fikry, el librero cascarrabias con corazón que abre la persiana de esta historia, no son los suyos. Pero será fácil para el lector coincidir con él en algunas de sus preferencias, como Un hombre bueno es difícil de encontrar, de la gran Flannery O’Connor, y sentir curiosidad por otras que aún se le escapan.
La autora Gabrielle Zevin
Una prosa sencilla, dulce, viajera de distancias cortas por mar, nos cuenta este relato en diálogo con otros, una historia de historias que se heredan. El hilo entre ellas es el amor por la literatura, un apego vital a la palabra escrita. Un título célebre, brevemente comentado para una niña, abre cada uno de los 13 capítulos de la novela. Roald Dahl, Poe, Mark Twain, Scott Fitzerald, Raymond Carver o J. D. Salinger guían a Zevin, y al lector, en este viaje literario que cura la soledad. Una niña, Maya, enseña a ser padre a un viudo, A. J. Fikry, dueño de la librería Island Books. Y él le descubre a ella su vocación: «El día en que mi padre me estrechó la mano supe que era escritora». Es una niña que vive entre libros. Literalmente. Ellos la salvan y la unen a otras personas. Y nos recuerdan todo lo que nos queda por leer. Las vidas que tenemos por delante.

domingo, 7 de septiembre de 2014

¿Madre perfecta o mujer real?


Nunca he sido una mujer demasiado aventurera ni una gran lectora de thrillers. Bieeen, ¡lo he dicho! Me siento casi como una Paula Daly haciendo revelar a su personaje: "Sí, siento envidia de esa mujer, me cambiaría por ella".
Hay verdades que duele tanto confesar que preferiríamos trabajarnos la mentira. Hasta créernosla. De verdades amordazadas y mentiras cochinas sabe un rato el que han etiquetado como el thriller doméstico del año. Hasta se han aventurado a hacerle el compuesto femicrimen, ¿para que la novela no se quede compuesta y sin subgénero? Es posible que ¿Y tú qué clase de madre eres?, esa pregunta que se las trae, esté especialmente dirigido a mujeres, de hecho su autora así lo ha señalado, o que centre la intriga en lo que a menudo suele concernir todavía más especialmente, si no solo, a las mujeres: el hogar, sus pormenores, el peso de sus dramas cotidianos, aún silenciosos, aún silenciados. Diréis: no te equivoques, eh, no siempre es así, hemos cambiado, hombres y mujeres no compartimos mirada, gusto u opinión por razón de sexo. Pero las convenciones pesan, no pasan página tan fácilmente. En cambio, en este libro, en este thriller maternofóbico diría yo, las páginas no corren, vuelan, rozan, rasgan las vestiduras del consabido complejo de culpa, agreden pero atrapan. De pronto me he sentido devoradora de ese género supremo de la evasión que tanto pega, como una thrillera de cuidado algo naíf, por mi reciente pero fervorosa afición a autoras como Paula Daly, Gillian Flynn o Auður Ava Ólafsdóttir, que en mi estantería ocupa ya, con La excepción, un lugar en el podio. No sé por qué razón me suelen gustar más los thrillers escritos por mujeres que por hombres, en este género sin duda tengo una clara y natural inclinación lectora hacia mi propio sexo, incluso más que en la poesía. Lo llamaré una femiconfesión, porque las ridículas etiquetas facilitan las cosas.
Una pregunta abre pues un vasto e insondable territorio para abonar la intriga: el hogar, la psicología de una mujer atrapada en el juego de malabares de su maternidad. 


 Aquí la reseña publicada en Fugas el pasado viernes, 5 de septiembre:

Con su debut en la novela, la fisioterapeuta Paula Daly ha reventado el corsé del género a dos manos. Le ha puesto a su detective una 100 de sujetador y ha sacado a la luz los detalles que dibujan la cara doméstica de la vida. Esta es la que asoma con sus ojeras hendidas de cansancio acumulado, acusando el drama de la conciliación, en el thriller doméstico ¿Y tú qué clase de madre eres? Ante vosotros, un caso atípico de novela negra, una pregunta abierta que  hurga sin pudor en el complejo maternal de culpa. Daly abre la caja de los truenos en un hogar inmerso en la crianza, rasgando el vistoso envoltorio con que llevamos la maternidad. Oímos a la realísima Lisa Kallisto, la madre trabajadora (disculpen la redundancia) que se confiesa en esta intriga a lo Gillian Flynn. Tiene tres hijos, un agotamiento crónico y un descuido mortal. La desaparición de una joven rompe la calma de un pintoresco pueblecito inglés y la moral de esa madre desbordada. En el extremo opuesto pero en el mismo vecindario, la madre perfecta, un espejo agigantando la torpeza e inseguridad común. Daly destroza estereotipos e ideales ficticios, estrecha el cerco a lo que hay tras la apariencia y nos decide a abrazar la imperfección. La realidad.







miércoles, 3 de septiembre de 2014

Marta Sanz, el presente del verbo recordar

No he conocido a muchas escritoras como Marta Sanz, y eso que aún le debo varias lecturas. Hay quien dice que soy una lectora demasiado entusiasta. No sé, no sé... Creo que la mayoría de los libros no lo tienen fácil conmigo, pero cuando uno me gusta me gusta de verdad, y escribo su nombre en la intimidad de las libretas pequeñas, o hasta en la corteza de los árboles!, eso sí, quizá al lado de otros muchos que me gustan; ahí van dos, tres, cuatro, cinco, seis paladas de entusiasmo... Venga un helado artesano enorme de frutos del bosque. Mi sentido del gusto no tiene límites, es un imperio napoleónico. Pero vamos a La lección de anatomía, de Marta Sanz, uno de esos libros que me gustan de verdad. 
Anagrama ofrece una nueva versión de esta obra inclasificable, que se inicia con un prólogo maestro de Rafael Chirbes. Una mujer ante los 40 abre su vida en canal ante el lector; revisa lo que ha sido y lo que es, su autenticidad con trampas y matices, salpicada de humor e imperfecciones. Marta Sanz vuelve a nacer en esta obra, en la que hace un homenaje a la madre contenido y soberbio. Esa madre se queda en nosotros como el mito creado por John Irving: Jenny Fields. Una mujer de una fuerza hercúlea, de una sensibilidad honda como la espera. Una madre común extraordinaria.
Marta Sanz vuelve a ser niña, vuelve al colegio en Benidorm, al corazón de un lugar de paso latiendo en la caja fuerte de las tiendas de souvenirs. ¿Pero cómo lo hace sin nostalgia, sin el velo de la vejez repentina que sobreviene al mirar atrás? Lo consigue, sí, regresar del todo al momento que reactiva la escritura, mirar en la forma en que lo hacía cada edad, sin condescendencia, como si cada edad hubiese escrito su propio relato. Marta no juzga a la que fue, o lo hace sin titubeos, la escribe, la deja jugar y pensar libremente, equivocarse. Desecha seguridadesy emociones infladas, ausculta complejos y prejuicios, lo que se oye tras lo que queremos decir. Parece que no quisiera gustarle al lector, emocionarlo, darse esa palmadita de autoafirmación que conlleva, sino decirle: Esta soy yo, vale? Esta es mi nariz de patata. Te recuerda a alguien?
Marta Sanz revienta de presente el verbo recordar. En su forma de contar al recuerdo se le van formando los pulmones, respira y se convierte en un reloj de rápidas manecillas que conocen bien los dos sentidos del camino y sus muchas direcciones. En esta clase magistral que Marta Sanz da desde el pupitre, la vemos como a nosotros, sorprendemos a su abuela en la bañera, oímos la cháchara de sus tías, tocamos la pena que originó el cáncer de la más hermosa de las dos. Padres, amigas, novios, gatos, profesores, alumnos, personajes de ficción, como la Demelza que le valió un mote en el instituto, tienen su sitio en esta función vital que nos concierne. Mucho más que una orla de fin de curso, como el viaje real, el
que no atrapan fotografías ni souvenirs.



Aquí una reseña sobre esta original autobiografía, publicada el viernes en Fugas.