jueves, 12 de diciembre de 2013

Un día

Recuerdo el día que nací,
el calor, tu dolor corriendo como un río que viene de lo alto
a romper en las baldosas de un quirófano.
No nací en casa,
pero sí cerca del mar y de la tierra,
en el sueño como llega el mediodía.
Recuerdo el sol friéndose en un plato,
el salteado de latidos,
el amor de tu amor como un pez perdido en la marea,
el éter donde supimos dormidas cosas
que no sabemos contar.
Qué dijiste cuando te ibas. A a a a a... Di, dónde. No me asustes. Sabré, sabrás...?
Tu corazón me retenía, tu sangre me empujaba. Y el espacio que me abría tu voz se parecía a una casa. Lo era todo, como siempre, la voz, la voz descalza, el deseo de la sirena bajo la piel
del mar, la voz que ofrece al pedir, la que sonríe fija,
los ojos que la traen como una ofrenda hasta mí.
Recuerdo que nací de tu mirada,
como un pequeño claro en la incerteza.
Tenía la piel llovida de tu cuerpo rompiéndose, de tu esfuerzo por soltar ese extremo de la cuerda
sujeto a ti.
Nací, me lo contaste. Me diste nombre.
Nací en la primera palabra para mí,
en el calor de tu pecho,
en la hoja enorme como un mapa de tu mano
que se movía siempre alrededor de mí.
Vivo buscando
 la voz del amor de donde vengo.

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