lunes, 29 de abril de 2013

Mujeres contra el olvido

Marie Curie
«La infancia es un lugar al que no se puede regresar pero del que en realidad nunca se sale», advierte Rosa Montero en La ridícula idea de no volver a verte. Era algo que sabíamos no solo por Proust y por esa madalena mojada en tila capaz de llevarle a la boca el sabor del tiempo perdido. Lo sabemos por nosotros mismos. Y también por la abuela que a sus 90 solía recordar las sardinas con brona que comía alguna vez de pequeña, en viejas tardes prebélicas en las que el hambre no era un juego. También nos acordamos del yo perdido por el gusto frugal de la madre en recordarnos de pipiolas. ¡Qué gracia aquel día, ¿te acuerdas? Cuando te pusiste el albornoz, las gafas, la visera, el reloj y los cascos para darte un chapuzón en la piscina! Cómo no voy a acordarme, si existe una foto que ha salvado ese 'glorioso' instante de la pira del olvido. Qué sarcasmo de eternidad cabe en una instantánea. Qué curiosa sensación produce el hecho de que otros nos recuerden ante otros en nuestra presencia, sin dignarse esperar a que nos hayamos ido. Lo expresa con gracia el personaje que interpreta Jennifer Lawrence en El lado bueno de las cosas, cuando dice a su hermana en una cena de parejas amañada: ¡No hables de mí en tercera persona! No incurre en una incorrección gramatical, se mueve por la expresión ad sensum, advirtiendo un abismo morfológico entre la que en verdad es y la que su hermana quiere venderle en diez minutos al postor de turno. En un momento de la película, ella (brutal Jennifer) le dice a él (Bradley Cooper en un buen papel) algo como: Tienes miedo a vivir. Afrontando este miedo escribe su ensayonovela, permitid el compuesto, Rosa Montero. La ridícula idea de no volver a verte es vida ganada al olvido, ese descuidero que se lleva la bolsa al primer despiste. Con este libro, al que llegué gracias a Elena (laarmada-invencible.blogspot.com), viajamos hacia la nobel Marie Curie contracorriente, contra la corriente que fluye en torno a la muerte, o más bien, contra el olvido al que tiende la muerte si no cultivamos la memoria y dejamos que la maleza oculte su valor, un patrimonio singular o universal. Me quedo de Marie Curie gracias a este libro, más incluso que con su doliente devoción por Pierre, con ese gesto adusto que aprecia Rosa Montero en sus fotografías, en las que esta mujer sin par, madre de dos hijas, apenas lleva complementos y nunca parece a punto de darse un chapuzón en la piscina. También con la supuesta mano masculina (de dedo anular más largo que el índice) que tenía la química polaca distinguida dos veces con el Nobel. El de Marie no fue un splash, fue un salto al vacío en un mundo antiguo, vetado a la mujer. A ella no la impelían la fama ni la gloria, la movía un tesón quizá ridículo que no será pasto del olvido. El placer de descubrir algo nuevo y poderoso bajo el sol.

Eduard Estivill, el hábito hace el sueño



La noticia requiere datos. El reportaje, horizontes. Depurar puede ser un camino espléndido.
Pero a veces el límite de espacio lleva a dejar fuera de un texto matices con los que muda una realidad o el pensamiento de un personaje entrevistado.
El último libro del doctor Estivill

Dejo aquí la entrevista completa que hice al doctor Eduard Estivill, un texto que publicó ayer, domingo, La Voz de Galicia junto a otra entrevista al pediatra Carlos Gónzalez. Agrupé ambos cuestionarios bajo una idea simple. Dos pediatras y un destino: La familia feliz.
Dejo hablar a Eduard Estivill, autor de superventas como Duérmete, niño. Juzgad, si queréis hacerlo, por vosotros mismos, con toda la información de la que dispongo.

Cuna, osito, chupete. Son más que tres palabras, un triple talismán para todas las familias a las que el doctor Eduard Estivill (Barcelona, 1948) ha llevado el hábito del sueño, sin excluir los besos y los cuentos de buenas noches. No es necesaria «una tribu ni un gurú» en la crianza del hijo, advierte el pediatra que apela a la confianza en uno mismo y al sentido común. Su superventas Duérmete, niño ha servido la polémica. «La polémica solo está en Internet —objeta el pediatra—. En ninguna publicación ni sociedad científica existen datos contrarios a las recomendaciones que brindamos a los padres. Nosotros no enseñamos a dormir a los niños dejándoles llorar. Y quien dice que enseñamos los hábitos sin amor, no ha leído nada de nuestros libros».

-¿Desde cuándo puede ponerse en práctica el «método Estivill»?
-Las nuevas recomendaciones las podemos implantar desde el primer día de vida. Están explicadas con detalle en nuestro último libro, A dormir.

-Dice que los padres de hoy son mejores que los de antes, pero que no siempre les dejan ejercer libremente la paternidad. Todos opinan, advierte. ¿En qué hemos mejorado como padres respecto a nuestros antecesores, quizá en que nos cuestionamos más las cosas?
-Los padres de hoy están más interesados en la educación de los hijos, leen más, se informan más, aunque desgraciadamente parte de la formación la obtienen de Internet y esa no es la mejor manera. Internet no es un foro científico y allí puede opinar cualquiera. Los padres no necesitan opiniones, sino conocimientos serios y comprobados. Por esto nosotros recomendamos a los padres que se informen a través de su pediatra, el único que podrá asesorarles adecuadamente.

-¿Contra qué viejos mitos y tópicos debemos rebelarnos?: ¿es necesario que el niño, un niño sano, coma a toda costa cuando le toca?, ¿debemos abrigarlo con lana en primavera?
-El sentido común debe privar en la educación de los hábitos de los niños.  ¿Usted se abriga con lana en primavera?, pues depende. Si hace frio sí, si hace calor no. Igual con los niños. ¿Usted come en cualquier momento del día?, pues no. Está demostrado que el hambre tiene un ritmo de aparición. Es por esto por lo que los pediatras indican qué horas son las mejores para alimentar a un niño.

-¿Hasta qué edad cree recomendable la lactancia?, ¿pecho a demanda?
-Yo no doy opiniones personales. Recomiendo lo que las sociedades científicas de pediatría han estudiado. La lactancia materna siempre es la más recomendada. Pero si por algún problema la madre no puede hacerlo, puede utilizar la lactancia artificial sin sentirse culpable. Debe ser a demanda, tal como explicamos en nuestro libro A dormir. Pero cuidado: no se debe confundir el pecho con un chupete.

-¿Rechaza la opción del colecho cuando se trata de educar a un niño en el hábito del sueño?
-Los hábitos siempre tienen aspectos culturales. El comer es un hábito. En la cultura occidental el niño aprende a comer en la mesa, sentado en una silla, con un plato y unos cubiertos. En la cultura oriental lo hacen sentados en el suelo con un bol y unos palillos. Los dos hábitos son correctos. En nuestra cultura el niño duerme solo en su habitación. En África, y por cuestiones básicamente de pobreza, duermen todos juntos en un solo habitáculo. Después de esta reflexion, cada uno puede hacerlo como quiera, al igual que si queremos enseñar a comer a nuestros niños, sentados en el suelo y cogiendo la comida con la mano. Pero no será la manera más adecuada para nuestra cultura occidental.

-¿Qué recetaría a una madre con sentimiento de culpa por dejar a sus hijos cuando debe ir al trabajo o cuando apela a encontrar un tiempo solo para ella: más entrega al niño y más resignación, más psicoterapia, más ejercicio físico, más aire libre, menos libros del tipo ‘cómo criar a un hijo en un mundo imperfecto’?
-Tal como comentaba antes, los padres de hoy en día intentan ser muy responsables. Este sentimiento de culpa viene dado en gran parte por el poco tiempo que tienen para dedicar a su hijo y esto lleva a una sobreprotección que no es nada adecuada para el niño. La mamá no tiene por qué sentirse culpable de no tener más tiempo. No es su culpa que tenga que trabajar, fuera y dentro de casa (doble trabajo). Lo importante es la calidad del tiempo que tenga para su hijo. Aunque sea poco, si ella está feliz, alegre, le transmite seguridad y buenos hábitos, niño y madre serán felices.

-¿Cree que el padre y la madre pueden cumplir los mismos roles o intercambiar los papeles que se les atribuyen convencionalmente? A menudo se habla de un vínculo especial entre madre e hijo.
-Es muy evidente que el padre puede tener el mismo tipo de vínculo que la madre. El vínculo afectivo no se transmite solo por el hecho de amamantar, sino por cómo le hablamos, como le acariciamos, como intercambiamos emociones con él... Pero a veces, los hombres, por comodidad, ceden este rol a las madres. No debemos admitirlo.
-¿Es posible educar a un niño explicándole en todo caso el porqué de las cosas y recurriendo al juego?, ¿es imprescindible en la educación el “porque lo digo yo”?

-El Juego es una herramienta magnífica para educar a un niño. Nosotros hemos publicado un libro, A jugar, con juegos para inculcar buenos hábitos, que es muy leído y seguido por los padres. El “porque lo digo yo” no sirve para nada.
-He leído atribuida a usted la frase: “A los niños hay que educarlos en la frustración”. Resulta muy contundente. ¿Es realmente necesario? Quizá la infancia es el reino de la felicidad en parte porque apenas existe en ella la frustración.

-Para entender esta frase esa necesario leer el artículo completo que se publicó. En él explicaba que los niños, antes de la crisis, tenían demasiadas cosas, no les costaba esfuerzo conseguirlas y consecuentemente no las valoraban. Las restricciones económicas hacen que los padres no puedan ofrecer a los niños tantas cosas. Así los niños aprenden que las que consiguen tienen más valor. La frustración es que un niño entienda que no lo puede conseguir todo y no quede traumatizado por ello. Que las cosas cuestan, que el fracaso es muy superir a los éxitos. Así les enseñamos a que valoren más lo que tienen, aumenten la autoestima y estén preparados para el futuro de adultos, lleno de situaciones difíciles y conflictivas, que han de saber superar.

-Guardería, ¿sí, no, no si es posible…?
-Desde el punto de vista pedagógico, socializar a un niño desde pequeño es adecuado. Hoy en día las escuelas infantiles son muy recomendables. Enseñan a niños buenos hábitos, que realizan desde muy pequeños con seguridad. No hay ningún niño traumatizado por ir a la escuela infantil.

-¿Cómo se comportan los padres con sentido común?
-No consultan a Internet y preguntan a su pediatra.

-¿Podría haber en las madres plenamente entregadas a sus bebés cierto egoísmo por cultivar hasta el extremo la interdependencia con el hijo, o es este un planteamiento absurdo?
-Totalmente de acuerdo. Así lo han corroborado estudios psicológicos.

-Mi experiencia me ha llevado a asociar su libro a un tipo de padres, del mismo modo que asocio el ‘Bésame, mucho’, de Carlos González, a otro diferente, incluso en su color político. ¿Cree que en el tipo de actitud hacia los hijos puede reflejarse la tendencia (conservadora/liberal) de los padres, o en particular, la de las madres?
-Enseñar buenos hábitos no tiene color político, ni un tipo de padres específico. La sopa se come con cuchara (es un hábito), los dientes se lavan con un cepillo (es un hábito), a dormir les enseñamos a hacerlo solos (esto es un hábito), a conducir se enseña yendo por la derecha (es un hábito). De derechas o de izquierdas, conservadores o liberales, agnósticos o creyentes… todos comen la sopa con la cuchara.

 -¿Es su manera de orientar a los padres respecto a la educación y el cuidado de sus hijos contraria a educarlos con amor y besos?, ¿pueden estos y otras expresiones de cariño echar a perder la futura autonomía y fortaleza emocional de los pequeños?
-Quien dice (evidentemente eso solo esta en Internet) que nosotros enseñamos los hábitos sin amor y sin afecto, no ha leído nada de nuestros libros ni ha consultado con su pediatra. Los besos, los abrazos, el afecto, son algo primordial en la enseñanza de un hábito para transmitir seguridad al niño. Esto es lo que recomendamos en nuestros libros.

-“Para educar a un niño hace falta toda la tribu”, dice un proverbio. ¿Cómo lo conseguimos hoy?
-Inculcar a un niño buenos hábitos no es tan difícil. No hace falta una tribu, ni un gurú que nos guíe, ni consultar con Internet. Solo tener sentido común, estar seguros de nosotros mismos para trasmitir esta seguridad a los niños y consultar las dudas médicas al pediatra.

viernes, 26 de abril de 2013

Pilar Eyre y la reina

Tiene un sentido del humor de color negro. Será que Galicia está en su modo de mirar el mundo. Por algo aquí se encuentra su raíz. En Lemos nació su padre, mucho antes de que la igualdad jurídica sortease un abismo entre el hombre y la mujer. Ha ejercido el periodismo en varios frentes y la literatura en libros como La soledad de la reina, un relato biográfico no autorizado sobre la reina consorte. «Menos mal que las intelectuales sois una excepción, porque si todas las mujeres fueran como tú habría que pegarse un tiro». Eso cuenta Pilar Eyre que le dijo Manzanita en una entrevista en los sesenta. Corrían otros tiempos, en los que el general Franco se asomaba vivo al palacio de Oriente. Eran jóvenes entonces Amparo Muñoz, Carmen Martínez-Bordiú e Isabel Preysler, que llegó a España en 1968 dispuesta a encontrar marido. Y Marisol era la novia de un país que muchos se resistían a dejar al desnudo. La reina de la casa sobre la que hoy escribe Eyre no tiene título. Es esa mujer real de dudoso reinado. La señora o señorita que visitaba en tiempos la Zarzuela solo de revista, mientras sobrevivía al sexismo de una sociedad que no condenaba el maltrato. «Soy un machista. No me gusta que mi mujer hable con hombres. Quiero que esté en casa fregando los platos y cuidando a mis hijos», disparaba Manzanita a una joven Pilar Eyre. La autora dirige La reina de la casa a lectores de toda edad y condición. A mujeres y a hombres. «Un amigo mío dice que se ha visto identificado en muchas cosas del libro», afirma la que fue periodista yeyé:  desde los días de misa con los padres hasta el recuerdo de mitos como el capitán Trueno. «El hombre de aquellos años [de la posguerra a la transición] era un ejemplar que debía cumplir con las recias virtudes de la raza. Un papel triste. Por eso yo no considero que los hombres fuesen los culpables del papel que tenían entonces las mujeres, de las que se decía «pata quebrada y en casa». Ellos también eran víctimas de un sistema, de un estado de cosas». 
Crónica en clave de humor (negro) de la España anterior a la Transición 
-¿Cómo es eso de mujer, pata quebrada y en casa?
-Fue incluso un título provisional de este libro. Los tratados de sexualidad, el catecismo, todo en la España de posguerra iba dirigido a confinar en casa a la mujer. Se le pedía que fuese mitad soldado, mitad monja y que tuviese muchos hijos, pero de dónde venían… ¡a saber! Era una España trágica, triste, en la que reíamos por no llorar. El humor y la ternura, que yo he tratado de poner en este libro, son necesarios. Las mujeres tenemos que reírnos mucho de nosotras mismas. Y muchísimo de los hombres.
-¿Es cierto que la liberación de la mujer no ha sido para tanto?
-El papel del hombre no ha cambiado demasiado. La mujer está ahora más preparada y tiene más opciones, pero es a costa de sobrecargarse. El mundo de las mujeres nunca ha sido fácil.
-¿Lo ponen más difícil otras mujeres, exigiendo a otras el sobreesfuerzo que han tenido que hacer ellas?
-A veces, la propia mujer es el peor enemigo de la mujer. Solo hay cinco mujeres en la Real Academia Española. Eso es así en parte porque las dos primeras académicas de la lengua vetaban la entrada de otras mujeres en la institución.
-¿Es posible ser la reina de la casa y defenderse en el mundo exterior?
-Nosotras tenemos un techo de cristal que es la maternidad. Es así, en los primeros años todo se complica, se dispone de menos tiempo para viajar y para echarle horas al trabajo. Yo he llevado siempre un actividad incesante y tengo un hijo. He tenido que hacer muchos malabares y el trabajo me ha costado el matrimonio. Las mujeres debemos sacrificar siempre una parte, y esa parte suele ser la social.
-El hombre sigue siendo el modelo. ¿Con qué tipo nos quedamos hoy?
-El hombre está acostumbrado a tomar la iniciativa. Las mujeres con demasiado arrojo aún dan miedo a los hombres. Por ejemplo, Massiel, una mujer con iniciativa [citada en La reina de la casa], se lamentaba: «¡Solo les gusto a los hombres que no me gustan a mí!». El hombre sensible tuvo su momento. Pero hoy no nos gustan los hombres afeminados, amanerados. Sensibles, sí, pero entendiendo por sensibilidad inteligencia, no debilidad. La verdad es que aún tiene fuerza el arquetipo del hombre de las cavernas.
-¿Cómo fue que a usted llegaron a compararla con Franco?
-[Risas] Sí, fue Luis Miguel Dominguín, que insistía en convencerme de que Franco era un hombre fantástico y muy gracioso. «Tiene un sentido del humor parecido al tuyo, y ahora que te miro…, hasta os parecéis un poco», me dijo. Habíamos tomado un par de whiskis.
-Con algunos de esos ejemplares se encontró usted como entrevistadora, como periodista yeyé...
-Sí [risas]. Así me llamaban las folclóricas mayores. Yo además lucho contra una mentira, la imagen de Concha como la chica yeyé. Ella ha acaparado esa palabra que para nosotros representaban los Beatles, Sylvie Vartan o, aquí, grupos como Los Brincos.
-En los tiempos en que mandaba Franco, debía mandar también la hipocresía, ¿o no?
-Hay un capítulo de La reina de la casa dedicado a eso, El revés de la trama. En aquella España de sacristía y tentetieso que veneraba a la mujer frígida y el hombre rudo había bastante hipocresía. La aristocracia franquista tenía vicios deshonrosos. Una era la España que se veía, y otra, aquella invisible de la que nadie hablaba [en este libro… intimidad de las alcobas]
-¿Cómo sobrevivieron?, ¿cómo es posible recordar con humor y ternura aquella época?
-La verdad es que las mujeres de mi generación hemos hecho un esfuerzo inmenso para sobrevivir. Solo con humor se pueden sobrellevar ciertas cosas. El otro día recordaba con Paloma Barrientos el entusiasmo que teníamos entonces nosotras (“en la vida hermanos, en la noticia gitanos”, y disculpa la expresión). La juventud se echa a faltar. Todos tenemos una etapa cumbre. La mía transcurrió en Interviú [algunas citas, extractos y anécdotas de las entrevistas que hizo entonces Pilar Eyre son parte de su crónica La reina de la casa]
-¿Tiene el buen concepto de Isabel Preysler que se percibe en el libro?
-Es una persona que tiene un revés de la trama positivo que apenas se conoce. Es una persona generosa y coherente. Sé que ha hecho favores a varios periodistas. Mujeres veinte años después [de Eyre] se convirtió en un éxito gracias a la presencia desinteresada de Isabel Preysler en la presentación. Es algo que yo no he olvidado nunca.

(Entrevista a Pilar Eyre sobre su libro La reina de la casa, editada sobre un texto publicado en Extra Voz, dominical de La Voz de Galicia)


Volver

Una mala abuela es de lo peor que le puede ocurrir a una niña, escribe la Nobel Toni Morrison en su libro Volver. Una abuela es en sí más que una cómplice, y la que cito de Morrison, una buena historia, contada desde un punto de vista peculiar, como la contaría un niño que ha vivido mucho y ha sabido qué hacer con el dolor. En esta novela, editada por Lumen, la esencia extraña de las cosas no sucumbe al deseo de impresionar con que se mueve tantas veces el lenguaje. Las palabras, especialmente las grandes, son tan tentadoras para los adultos como lo es hoy un disfraz de princesa azul para mi hija. Entre el rosa y el malva hay un abismo de mar que separa un mundo de edad a dos pequeñas.  "¿Te has fijado en la sonrisa de los bebés -dice uno de los personajes de Morrison en la novela-. Yo no dejo de verla". No es poesía al azar, es una pregunta cargada de intención, como esa luz suave y mortecina de una tarde que pinta la autora, en que retozan pensamientos, remordimientos y falsos recuerdos. Son el aire viciado de un hogar marcado por la metralla de la guerra de Corea. A Frank Money le cuesta respirar. Pero su autora, Toni Morrison, le ayuda a hacerlo mientras desanda la memoria, en busca de la verdad, la de muchas familias, negras, en la USA de los 50. Algunos escritores reaniman la historia, devuelven las constantes vitales a aquello que se creía muerto, a vidas que aún boquean como peces tropicales en el Atlántico. La noche que mi abuela se fue yo leía Deja que la vida llueva sobre ti, donde respira el fantasma de una madre. Mi abuela ha cumplido 99 abriles. Pues vive en lo que soy. Y en los ojos de la niña que me mira.

La mujer que nunca dice no

http://www.lavozdegalicia.es/noticia/politica/2013/03/24/maria-dolores-cospedal-mujer-nunca-dice/0003_201303SX24P7991.htm

sábado, 13 de abril de 2013

El guapo de la casa


En casa siempre hemos sido más de Robert Redford (que volverá al cine con el Capitán América) que de Paul Newman. Dos hombres y un destino, cabalgar por los sueños de miles de mujeres sorteando las fronteras de la edad. Puede que la percepción del sexappeal sea cosa de familia, como ocurre a veces con el color político o el deportivo. Un hogar tiene corrientes naturales que no se remedian cerrando la ventana. De las que en ocasiones solo se puede escapar dando un salto al vacío. Es solo una manera dura, contemporánea, de hablar. La devoción por Bob frente a Paul era uno de los pocos gustos en común entre mi madre y yo cuando la adolescencia, que capeamos juntas pero no revueltas, amenazó con instaurar entre nosotras la ley del silencio. También las dos, curiosamente, torcíamos la cara en un desaire ante el brutal Marlon Brando, que empezó a gustarme de mayor (me refiero a mí, no a él). Tal como éramos de joven y polluela mi madre y yo, si yo ponía un punto, ella venía directa a mí con una coma escondida en la manga, o con un top de lycra (que, como sabréis, estira más que el punto pero envejece algo mejor). Más allá de nuestras diferencias en moda y del áspero tejido de la pubertad, ahí solía estar Redford, erguido en un porche colonial con la mirada perdida, llamando a la calma, o sobrevolando con su sonrisa de autor americana el tedio de las primeras tardes de un verano en el que nadie invitaba a un paseo descalzos por el parque, como en la película. Si acaso, a un helado de máquina o (chissss) a un corto en el viejo bar donde los ponían a 50 (pesetas). No sé bien de qué manera —así suceden grandes cosas de la vida—, Redford tendió entre mi madre y yo un puente. Como el del Kwai... o el del Miño. Que en la marea del tiempo va menguando, y acercando a la vez las dos orillas de un mismo río. 
El deseo femenino es un territorio complejo. Limita al norte con el pudor, al sur con el sentimiento de culpa y se pierde al este del edén por el archipiélago de recelos y remordimientos. Yo confieso que Redford no fue el único, yo que quería ser única en todo, como una pardilla más. En mi vida también había un lugar bajo el sol de Monty Clift. Y en ocasiones Bogart trasnochaba con su "pandilla de ratas" en el casino de mi psique, donde jugaban a los dados Nancys y dragones, instintos como la atracción y la repulsa. «Tranquilícese, encanto, no abofeteo bien a estas horas de la noche», ahí un Bogie de impacto. Eso son maneras y no las de Rob Lowe en su papel de príncipe, un guapo estático de cara cuadrada al que algunas quisimos por su naturaleza de póster. Corrían entonces los primeros noventa. Cierto que todos tenemos un pasado y que lo que contamos sobre él la mayoría de las veces dista de ser lo que ocurrió. Por eso algunas fotos congelan, además de un instante, verdades parciales que refutaríamos con gusto, y también la sonrisa del retratado que se encara a ellas pasado un tiempo que lo ha conducido a otro lugar. Pero volvamos a los sueños, a esa atmósfera difícil de capturar con un solo objetivo. Qué haríamos sin ellos. Efímeros, eternos, como los de Marlowe. Aunque conduzcan a veces a un callejón sin salida.

viernes, 12 de abril de 2013

Gente con fortuna

Es posible que el Sol no llegue a venderse; sin embargo, hay islas que cambian de manos con un talón de ceros por medio. Ha sucedido con la de Skorpios, un espléndido regalo de cumple que hasta hace muy poco pertenecía a la heredera de la fortuna de Aristóteles. Me estoy refiriendo no al mentor de algún político, sino a aquel pequeño señor de ojos saltones y gafas de pasta que hizo gala de una singular filosofía de vida, disolviendo lo que en esta pudiese haber de platónico en el ácido de un pragmatismo voraz. "Guarda tus problemas para ti y haz creer a los demás que lo pasas estupendamente", aconsejó Onassis. Gracias a un éxito de los ochenta, sabemos que los ricos también lloran, aunque luzcan un aspecto más que saludable y en la adversidad tengan la opción de echar la pena al Mediterráneo por la borda de un yate donde se juega a hacer política igual que a las damas. El velero de Onassis, donde el armador pasó largas veladas junto a la gran Maria Callas y en el que la olvidó en breve hechizado por Jackie Kennedy, se llamaba Christina O. Christina era el nombre de su hija, la niña rica que dejó el mundo, uno de excesos materiales y carencias quizá afectivas, a los 37 años. Era tan pobre que

no tenía más que dinero, advirtió el cantante que le dedicó una canción. Dinero y una trepidante carrera de desequilibrios emocionales. ¿Fortuna? No con el sentido de suerte.
Alguien escribió que cuando llueve en Nueva York caen monedas de cinco centavos. Algo así. Disculpad si recuerdo mal. Billetes de cien pesetas vi yo mojar en cortina una calle coruñesa. De pequeña soñé una vez que llovía dinero y que debía atraparlo con ayuda de una pequeña bolsa de deporte azul marcada con el logo de un equipo de fútbol sala. El tiempo en el sueño jugaba en contra, pues, aun yo dormida, era consciente de que me despertaría. Recuerdo el desasosiego de no dar  abasto con tanto billete de Falla llamando a mi avaricia.
Observo con recato las mansiones de revista, la quietud encantada con que exhiben su belleza interior las casas de algunos de los poderosos del mundo. En Lo imposible, el taquillazo de Bayona, el tsunami reduce a escombros el paraíso en segundos. La ola gigante revela la fragilidad de los cimientos del lujo. Será porque pertenezco a una generación marcada por la historia de la pobre Christina que siento un temblor ante esa clase de sagas de portada con sonrisa de molde que miran con ojos de piedra el dolor, un peaje en la vía del paraíso recobrado. Y agradezco el pudor de algunos millonarios que prefieren rehuir los focos y evitar la ostentación, al menos en público. Delgada es la línea que separa el boato del mal gusto. Y la vanidad de la desgracia.
No diréis que no es desconcertante que el Christina O siga teniendo hoy un aspecto
de lujo. Treinta y cinco años después de la aparición en una bañera del cadáver 
de la heredera de los mil millones de dólares.

(Sobre una columna publicada en el suplemento Extra Voz, de La Voz de Galicia, el 10 de marzo del 2013)

jueves, 11 de abril de 2013

La última sonrisa

Leí La sonrisa etrusca hace años. Al menos diez antes de advertir el abrazo generacional que suele darse entre abuelos y nietos, y unos siete u ocho después de oír la canción de La violetera en la gran versión a capela de mi abuela Ester, medio tono más alta que la original. La Montiel entró en mi casa sin violencia y allí se quedó un poco para siempre, si aceptáis la paradoja, como un viejo sueño americano convertido en soldadito de vitrina.
Fue una mujer reacia a envejecer, y así se mantuvo joven a su manera, grotesca en ocasiones. Quizá para entenderlo haya que haber visto moverse en las distancias cortas al menos a tres o cuatro generaciones de mujeres. Una cosa es lo que decimos, con esa vocación de titular con que nos presentamos a otros, y otra más o menos distinta lo que somos, lo que de nosotros suele quedar a pie de página o fuera del guion. A Sara, al parecer, este le importaba poco, sobre el escenario y más allá de él. Sé de una buena fuente (y no me refiero a Andreu) que en uno de sus últimos filmes acabó con la paciencia del director; tal era su afán por preservar su aura de musa del cuplé que cualquier otro aspecto del rodaje podía relativizarse. Quizá una sonrisa etrusca sea capaz de transigir con la vanidad, como con casi cualquier cosa. ¿Podríamos relativizar las cosas sin matarlas o sin dejarlas morir a la sombra del tedio? ¿Podríamos relativizar su importancia reconociendo precisamente su importancia, mirando atrás y apartando el grano de la paja? Eso debía de hacer José Luis Sampedro cuando salía a pasear por la playa de Mijas o se paraba a contemplar un huevo, y luego hablaba del libre mercado con claridad oracular. Él dejó, a este lado del mar, verdades como puños, de las que hacen sonreír con una comisura a esos cínicos acomodados de cine en un mundo corrupto, en el que los poderosos van dejando sin butacas al respetable, tirando por la borda el esfuerzo de varias generaciones por mejorar el rumbo de la historia. Que nos gustará contar a nuestros nietos con una sonrisa etrusca.

domingo, 7 de abril de 2013

«¡Ero yo, ero yo!», dice la niña enseñándome uno de los viejos dibujos que guarda en su carpeta de cartón azul y blanca. Llamarlos viejos es un exceso tratándose de una niña de tres años y cuatro meses. Eureka. Ella celebra reconocerse.
Dibujo entre madre e hija
No solo el hecho en sí, descubrir su existencia imperecedera en un papel garabateado con ceras de colores, sino también poder compartir ese hallazgo con su limitada audiencia, que en este caso soy yo. La identidad de uno, como su experiencia (que es sin duda parte de su identidad), suele tener otro sabor compartida. De ahí vienen muchas historias. Que van de boca en boca, o de boca a oreja, o de mano en mano, o de e-book en e-book. Algunas ni siquiera verán la luz o nacerán y morirán pronto, antes del fin de su generación. Otras nos sobrevivirán. Y es posible que en ellas quede algo de nosotros.