sábado, 14 de junio de 2014

Borbones y anécdotas


Enfrascada en La maldición de los Borbones, de José Zavala, y La soledad de la reina, de Pilar Eyre... tras este guiso casero con sangre real que hice, con muchísima ayuda de Eyre, para Extra Voz.
Quiero saberlo todo sobre Isabel II! Aunque para reinas las de la casa, en el scalextic de su rutina, con sus brillos en la sombra, su historia de miserias y su desparpajo natural.




LOS BORBONES, UNA DINASTÍA EN PRIMER PLANO
Por hablar de un principio, esta historia comienza con Felipe V, el rey de la triste estampa, que se fue consumiendo entre vapores, hipidos y alucinaciones, viendo escorpiones en torno a su cama. Aquejado de una melancolía extrema, el monarca que inauguró en España la dinastía borbónica llegó a cambiar los horarios en palacio para vivir de noche y dormir de día. «Felipe V, creyéndose muerto, llegaba a morderse los brazos», relata José Zavala en La maldición de los borbones. Si entonces, inaugurado el siglo XVIII, alguien no gobernaba España era precisamente el rey. «Frenesí, morbo, manía y melancolía hipocondriaca» fue el diagnóstico desglosado de la locura crónica de un rey que de partida no se separaba de su mujer, la primera, María Luisa Gabriela de Saboya, a la que el voraz apetito borbónico no dio un día de tregua. Ella era un «demonio colérico», advierte Zavala, que en accesos de ira llegaba a dar palizas a su esposo.
¿Excéntrico cuadro de familia? La realidad de la realeza supera a la ficción en numerosas estampas, que parecen exclusivas de las sagas de sangre azul. Secretos, mentiras y azares mortales suelen vagar cual fantasmas comunes en familias como la real, apartados de una versión oficial de la historia que dista de ser exacta. La de los Borbones se remonta en España al rey que abre este álbum escrito, y conserva nombres y anécdotas curiosas en obras que mantienen viva la historia de un apellido ligado a la suerte de España. Enfermedades, infidelidades, amantes, hijos ilegítimos, trastornos, manías y tragedias planean en una nube de leyendas que desafían el pacto de silencio que, admiten los periodistas especializados, se mantiene en torno a la familia real. «Los Borbones arrastran una dura historia; es importante conocer lo que hay detrás de su fachada, de las fotos, de esos rostros sonrientes. Descubrir que han sufrido y que han tenido siempre la voluntad de volver a España y sentarse en el trono. Hay un dicho que apunta: “Los Borbones, vivos o muertos, siempre vuelven a España”», cimenta Pilar Eyre, autora de obras como Secretos y mentiras de la Familia Real y Dos borbones en la corte de Franco.
Ante los requerimientos del poder, el amor parece pura coincidencia en la mayoría de los matrimonios reales, concebidos como uniones de Estado, por más que Alfonso XIII, abuelo de don Juan Carlos, se casase, dicen, enamorado de doña Victoria Eugenia, Ena en la intimidad. Ena era portadora de hemofilia, una de las marcas de la sangre de esta casta, pero el rey insistió en quererla con la bendición de Dios. A causa del mal de la sangre el rey perjuro que se entregó a la dictadura de Primo de Rivera perdió a un hijo tras un leve accidente de coche, desangrado en Miami. El fantasma de la hemofilia cobró cuerpo en varias ocasiones en palacio e hizo que, cuenta Pilar Eyre, «los niños tuviesen que dormir en habitaciones sin esquinas, con los muebles envueltos en vendas para que, al estar acolchados, los infantes no sufriesen heridas».


Leyenda negra
Enfermedades y accidentes han alimentado una leyenda negra en torno a la familia que hoy se halla en la encrucijada. ¿Existe una maldición sobre los Borbones? «Ena, doña Victoria Eugenia, abuela del rey abdicatario, decía que ya le habían avisado sus amigos protestantes de que si se convertía al catolicismo la familia iba a estar maldita», cuenta la autora de La soledad de la reina. Ella quería alejar esa sospecha fatal de la dinastía, conocedora de la convicción de Franco de que el pueblo no quiere príncipes tristes. Solo muy al fondo en la mirada de don Juan Carlos, dicen quienes le conocen bien, puede verse la esencia melancólica que se atribuye a la estirpe. A ella nos remonta la difícil infancia de quien perdió a su hermano en un accidente que dio pie a diversas especulaciones, tan diferente a los primeros felices años de Felipe VI. «Cuando era pequeña —cuenta Eyre— pensaba que el hermano del rey había muerto de accidente de coche». El infante Alfonsito murió a causa de un disparo. El arma la empuñaba don Juan Carlos. «Yo he hablado con un íntimo amigo de don Juan Carlos que estaba en ese momento en Estoril [donde ocurrió la tragedia]; su testimonio me ha permitido descubrir todos los detalles. Todas las historias que corren acerca de que el rey Juan Carlos mató a su hermano son una canallada impresionante y absurda». Esa es también la tesis que defiende el periodista y escritor José María Zavala, quien eleva a don Juan Carlos y a Carlos III, por su papel en España, sobre el resto de los Borbones.
El gen de la infidelidad
Prominentes siluetas de alcoba lleva consigo el recuerdo de la figura de Carlos III, portador del supuesto gen que determina la propensión a las relaciones extraconyugales. Lo heredó Isabel II, Isabelita, que propagó el escándalo en la corte con su permanente infidelidad con el general Serrano. Tan sabia y culta como promiscua, dicen, halló el consuelo del perdón de su esposo, «porque nuestro enlace ha sido hijo de la razón de Estado». Los amoríos de la reina que ascendió al trono en 1833 han hecho historia, como su canalillo, y quedan expuestos a la mirada del respetable en libros como La maldición de los Borbones o Los amantes de Isabel II. Pilar Eyre localiza el gen en otras historias y el empuje Borbón en unas palabras que pone en boca del afectuoso don Juan, conde de Barcelona, en una de sus obras: «Los miembros de las familias reales somos unos sementales de buena raza y nuestra primera obligación es perpetuar la especie, procreando una y otra vez, sin cambiar de vaca», si es que admitimos al sagrado animal como sinónimo de joven esbelta y arrogante de nariz helénica. «Más que la hemofilia, la tara genética de los Borbones es la infidelidad —sostiene Eyre—. Casi todos han tenido relaciones extramatrimoniales. La mujer que se casa con un borbón lo sabe. Distinto es el caso de doña Letizia, pero Felipe no es muy Borbón en este sentido».
Alfonso XIII fue uno de los grandes seductores de su tiempo, sobre todo por rey; «tenía a las mujeres que le daba la gana: de la Corte, artistas... y don Juan Carlos es un gran seductor no solo de mujeres, sino también de hombres. Sabe tender puentes con las personas. Se parece mucho a su padre, don Juan, en quien se notaba que había sido muy atractivo y que tenía esa memoria legendaria de los Borbones», afirma Pilar Eyre.
Insólito sentido del humor
Un humor cambiante es otro de los trazos del temperamento borbónico, en las antípodas de una reina glacial como doña Sofía. La periodista que firma su biografía revela una anécdota: una vez en el convento en las Descalzas Reales, la reina estaba entretenida con las monjitas. El rey la aguardaba impaciente en la puerta. Y en su impaciencia mandó decir a la reina: «Majestad, lleva usted aquí tanto rato que don Juan Carlos quiere saber si va a quedarse en el convento». Ella, delante de todo el mundo, dijo: «Yo no, pero quizá a él sí le convendría».

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