jueves, 28 de agosto de 2014

La otra casa

Mi antigua casa viene a preguntar por mí.
El tiempo la cambió. Es otra,
como una prima carnal que se olvidó de mí.

Otra
es
mi
casa, más baja y delgada, pequeña, sin alfombras ni muebles para apoyar una mano.
No tiene pan ni palabras que decir a la ligera, habla sola en su silencio.
Es una casa con demencia senil. No sabe su enfermedad. No sabe
dónde ha dejado los juegos reunidos, las cartas de Rebeca, el mechón de pelo
del niño que me gustó como coger agua corriendo en un río, aquel disco de vinilo,
el diario donde hice por primera vez.
el amor
a la palabra.

Pero es ella, sí, sí, sí
es mi casa, esta es su forma de estar,
su cara de payaso un poco triste.
Esas son las cortinas amarillas de plumeti que estaban ahí,
y el viento que las movía

no pasó.

Esta es la cocina de chocolate donde se decían cuentos,
Sherezade, os Parramplíns, el maestro Ciruela que se fue,
la abuela que siempre se quedó.
Esta es la caja de galletas
en la que me gustaba entrar
y quedarme a comer
como en la voz de canutillo de mi madre.

Y luego dormir, dormir como despierta con el arrullo del aceite que se fríe,
el grifo abierto sobre un plato de cristal. Así llueve el tiempo para dentro.

Estos son los espejos de mi otra casa. ¿Qué piensan al mirarse en mí?
Nada, no me ven, no me sonríen con las mejores caras que les di.
Su existencia no tiene pasado.

Pero tú

sí.

Mi antigua casa ha venido a preguntarme.

No he sabido decirle dónde
estoy.

Sé el lugar que ocupaba la alacena. A veces voy a abrirla en otras casas
en el mismo lugar en el que estaba,
como un mimo acostumbrado a su ritual.
Es un mueble invisible. Un espejo del apego
de una mano.
La ventana que me abre a la casa que perdí.

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