martes, 10 de junio de 2014

Tratado de paternidad a lo bestia

ANA ABELENDA | «¿Pero dónde coño estás?». Con este disparo a bocajarro abre fuego Michele Serra. Les hablo de la novela que está conmocionando a miles de lectores en el mundo. La querrán o la repelerán, o ambas cosas a la vez. Pero no saldrán de aquí, de esta Toscana desmitificada de Serra, igual que entraron.
El libro es una pregunta con varias certezas, un exabrupto en la placidez de pega de las relaciones paterno-filiales, un golpe de honestidad encima de la mesa, un tratado descarnado sobre la paternidad en tiempos difíciles. Muchos se preguntarán ¿y cuáles no lo son?
He aquí a un padre y un hijo, dos seres únicos en su especie, dos especies distintas, dos líderes de tribus rivales. Pero un padre ya no es lo que era. «Una fragilidad materna reblandece mi aplomo viril. Soy consciente de sumar dos debilidades: el afán protector de la Madre, las exigencias de rectitud del Padre. Me veo socorriéndote y regañándote al mismo tiempo, caricatura esquizofrénica de la autoridad», confiesa con valor este ser en apuros. Y hoy tampoco los hijos parecen tan dispuestos a pisar nuestras huellas. Quizá porque nosotros tampoco querríamos que lo hiciesen.
El autor de Los cansados escribe una carta abierta, una declaración de guerra con alma secreta de armisticio de paz, por el bien del mundo que ha heredado y quiere legar a su hijo. Este diálogo con el silencio del hijo que establece Serra con un sentido del humor radical, de factura claramente periodística, es un exorcismo. El padre se atreve no solo a mirar y retratar sin piedad a «los cansados» (jóvenes, hedonistas, hiperelectrónicos, siempre en modo avión, habitantes de un exceso con calcetines sucios apilados en las esquinas). También reconoce debilidades, incoherencias y prejuicios propios. Muy ilustrativa la tópica charla que se dispone a afrontar el padre con la profesora de su hijo, o esa otra en la que «un fulano» con pintas le para y le dice: «Usted no me conoce, pero yo le conozco a usted. Soy el tatuador de su hijo. Debería hablar más con él».
Serra se procura un álter ego a la altura de su sarcasmo, Brenno Alzheimer, decidido a librar la Gran  Guerra Final entre Viejos y Jóvenes; y en ese otro yo ficticio su frustración se despacha a gusto.
Vulnerable, histriónico, apocalíptico en su juicio sobre un mundo agonizante se muestra el autor de esta obra de lectura obligada, donde el mito de Narciso crece en una tienda de sudaderas de moda con dependientes modelo.
Michele Serra libra una lucha a muerte con toda la historia del padre que es y con todo eso que se espera de un hijo. Teme ser «el último eslabón» de la especie. ¿No es algo común? Pero este padre implacable y sobreprotector al tiempo entiende al fin lo que ninguna gracia concede sin esfuerzo: hay que separarse del hijo, perderlo de vista hasta verlo saludarnos desde lo alto. En una cima vital que quizá un padre solo alcanza tras su hijo, cuando este se vuelve y grita: ¡Papáaaa!

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