jueves, 11 de abril de 2013

La última sonrisa

Leí La sonrisa etrusca hace años. Al menos diez antes de advertir el abrazo generacional que suele darse entre abuelos y nietos, y unos siete u ocho después de oír la canción de La violetera en la gran versión a capela de mi abuela Ester, medio tono más alta que la original. La Montiel entró en mi casa sin violencia y allí se quedó un poco para siempre, si aceptáis la paradoja, como un viejo sueño americano convertido en soldadito de vitrina.
Fue una mujer reacia a envejecer, y así se mantuvo joven a su manera, grotesca en ocasiones. Quizá para entenderlo haya que haber visto moverse en las distancias cortas al menos a tres o cuatro generaciones de mujeres. Una cosa es lo que decimos, con esa vocación de titular con que nos presentamos a otros, y otra más o menos distinta lo que somos, lo que de nosotros suele quedar a pie de página o fuera del guion. A Sara, al parecer, este le importaba poco, sobre el escenario y más allá de él. Sé de una buena fuente (y no me refiero a Andreu) que en uno de sus últimos filmes acabó con la paciencia del director; tal era su afán por preservar su aura de musa del cuplé que cualquier otro aspecto del rodaje podía relativizarse. Quizá una sonrisa etrusca sea capaz de transigir con la vanidad, como con casi cualquier cosa. ¿Podríamos relativizar las cosas sin matarlas o sin dejarlas morir a la sombra del tedio? ¿Podríamos relativizar su importancia reconociendo precisamente su importancia, mirando atrás y apartando el grano de la paja? Eso debía de hacer José Luis Sampedro cuando salía a pasear por la playa de Mijas o se paraba a contemplar un huevo, y luego hablaba del libre mercado con claridad oracular. Él dejó, a este lado del mar, verdades como puños, de las que hacen sonreír con una comisura a esos cínicos acomodados de cine en un mundo corrupto, en el que los poderosos van dejando sin butacas al respetable, tirando por la borda el esfuerzo de varias generaciones por mejorar el rumbo de la historia. Que nos gustará contar a nuestros nietos con una sonrisa etrusca.

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