domingo, 7 de abril de 2013

«¡Ero yo, ero yo!», dice la niña enseñándome uno de los viejos dibujos que guarda en su carpeta de cartón azul y blanca. Llamarlos viejos es un exceso tratándose de una niña de tres años y cuatro meses. Eureka. Ella celebra reconocerse.
Dibujo entre madre e hija
No solo el hecho en sí, descubrir su existencia imperecedera en un papel garabateado con ceras de colores, sino también poder compartir ese hallazgo con su limitada audiencia, que en este caso soy yo. La identidad de uno, como su experiencia (que es sin duda parte de su identidad), suele tener otro sabor compartida. De ahí vienen muchas historias. Que van de boca en boca, o de boca a oreja, o de mano en mano, o de e-book en e-book. Algunas ni siquiera verán la luz o nacerán y morirán pronto, antes del fin de su generación. Otras nos sobrevivirán. Y es posible que en ellas quede algo de nosotros.

2 comentarios:

  1. Mi querida Ana. ¡Cuanto tiempo! Me alegra leer que tu inspiración creativa no sólo está intacta, si no que sigue creciendo con los años. Espero que te disciplines para mantener este blog, que seguiré con gran interés.Y a ver si por mail me cuentas más de ti y de tu circunstancias. Un besazo

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  2. Lola, a veces, cuando se va a la cama me dice: Te voy a echar de menos. No se si en sueños o en su soledad en la cama... o mas bien es solo un poco de chantaje infantil para evitar acostarse. Pero a ti se te ha echado de menos! Al menos los que te leíamos.... Seguirás, no? O hago como Lola? Un besote!

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