viernes, 12 de abril de 2013

Gente con fortuna

Es posible que el Sol no llegue a venderse; sin embargo, hay islas que cambian de manos con un talón de ceros por medio. Ha sucedido con la de Skorpios, un espléndido regalo de cumple que hasta hace muy poco pertenecía a la heredera de la fortuna de Aristóteles. Me estoy refiriendo no al mentor de algún político, sino a aquel pequeño señor de ojos saltones y gafas de pasta que hizo gala de una singular filosofía de vida, disolviendo lo que en esta pudiese haber de platónico en el ácido de un pragmatismo voraz. "Guarda tus problemas para ti y haz creer a los demás que lo pasas estupendamente", aconsejó Onassis. Gracias a un éxito de los ochenta, sabemos que los ricos también lloran, aunque luzcan un aspecto más que saludable y en la adversidad tengan la opción de echar la pena al Mediterráneo por la borda de un yate donde se juega a hacer política igual que a las damas. El velero de Onassis, donde el armador pasó largas veladas junto a la gran Maria Callas y en el que la olvidó en breve hechizado por Jackie Kennedy, se llamaba Christina O. Christina era el nombre de su hija, la niña rica que dejó el mundo, uno de excesos materiales y carencias quizá afectivas, a los 37 años. Era tan pobre que

no tenía más que dinero, advirtió el cantante que le dedicó una canción. Dinero y una trepidante carrera de desequilibrios emocionales. ¿Fortuna? No con el sentido de suerte.
Alguien escribió que cuando llueve en Nueva York caen monedas de cinco centavos. Algo así. Disculpad si recuerdo mal. Billetes de cien pesetas vi yo mojar en cortina una calle coruñesa. De pequeña soñé una vez que llovía dinero y que debía atraparlo con ayuda de una pequeña bolsa de deporte azul marcada con el logo de un equipo de fútbol sala. El tiempo en el sueño jugaba en contra, pues, aun yo dormida, era consciente de que me despertaría. Recuerdo el desasosiego de no dar  abasto con tanto billete de Falla llamando a mi avaricia.
Observo con recato las mansiones de revista, la quietud encantada con que exhiben su belleza interior las casas de algunos de los poderosos del mundo. En Lo imposible, el taquillazo de Bayona, el tsunami reduce a escombros el paraíso en segundos. La ola gigante revela la fragilidad de los cimientos del lujo. Será porque pertenezco a una generación marcada por la historia de la pobre Christina que siento un temblor ante esa clase de sagas de portada con sonrisa de molde que miran con ojos de piedra el dolor, un peaje en la vía del paraíso recobrado. Y agradezco el pudor de algunos millonarios que prefieren rehuir los focos y evitar la ostentación, al menos en público. Delgada es la línea que separa el boato del mal gusto. Y la vanidad de la desgracia.
No diréis que no es desconcertante que el Christina O siga teniendo hoy un aspecto
de lujo. Treinta y cinco años después de la aparición en una bañera del cadáver 
de la heredera de los mil millones de dólares.

(Sobre una columna publicada en el suplemento Extra Voz, de La Voz de Galicia, el 10 de marzo del 2013)

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