lunes, 29 de abril de 2013

Mujeres contra el olvido

Marie Curie
«La infancia es un lugar al que no se puede regresar pero del que en realidad nunca se sale», advierte Rosa Montero en La ridícula idea de no volver a verte. Era algo que sabíamos no solo por Proust y por esa madalena mojada en tila capaz de llevarle a la boca el sabor del tiempo perdido. Lo sabemos por nosotros mismos. Y también por la abuela que a sus 90 solía recordar las sardinas con brona que comía alguna vez de pequeña, en viejas tardes prebélicas en las que el hambre no era un juego. También nos acordamos del yo perdido por el gusto frugal de la madre en recordarnos de pipiolas. ¡Qué gracia aquel día, ¿te acuerdas? Cuando te pusiste el albornoz, las gafas, la visera, el reloj y los cascos para darte un chapuzón en la piscina! Cómo no voy a acordarme, si existe una foto que ha salvado ese 'glorioso' instante de la pira del olvido. Qué sarcasmo de eternidad cabe en una instantánea. Qué curiosa sensación produce el hecho de que otros nos recuerden ante otros en nuestra presencia, sin dignarse esperar a que nos hayamos ido. Lo expresa con gracia el personaje que interpreta Jennifer Lawrence en El lado bueno de las cosas, cuando dice a su hermana en una cena de parejas amañada: ¡No hables de mí en tercera persona! No incurre en una incorrección gramatical, se mueve por la expresión ad sensum, advirtiendo un abismo morfológico entre la que en verdad es y la que su hermana quiere venderle en diez minutos al postor de turno. En un momento de la película, ella (brutal Jennifer) le dice a él (Bradley Cooper en un buen papel) algo como: Tienes miedo a vivir. Afrontando este miedo escribe su ensayonovela, permitid el compuesto, Rosa Montero. La ridícula idea de no volver a verte es vida ganada al olvido, ese descuidero que se lleva la bolsa al primer despiste. Con este libro, al que llegué gracias a Elena (laarmada-invencible.blogspot.com), viajamos hacia la nobel Marie Curie contracorriente, contra la corriente que fluye en torno a la muerte, o más bien, contra el olvido al que tiende la muerte si no cultivamos la memoria y dejamos que la maleza oculte su valor, un patrimonio singular o universal. Me quedo de Marie Curie gracias a este libro, más incluso que con su doliente devoción por Pierre, con ese gesto adusto que aprecia Rosa Montero en sus fotografías, en las que esta mujer sin par, madre de dos hijas, apenas lleva complementos y nunca parece a punto de darse un chapuzón en la piscina. También con la supuesta mano masculina (de dedo anular más largo que el índice) que tenía la química polaca distinguida dos veces con el Nobel. El de Marie no fue un splash, fue un salto al vacío en un mundo antiguo, vetado a la mujer. A ella no la impelían la fama ni la gloria, la movía un tesón quizá ridículo que no será pasto del olvido. El placer de descubrir algo nuevo y poderoso bajo el sol.

2 comentarios:

  1. Pues yo me quedo con esa marie apasionada, loca de amor y de celos.... qué imagen más inesperada!!!

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  2. Ya sabes, el lector tiene a veces razones que la razón no entiende...

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