jueves, 2 de mayo de 2013

Dulce y salada espera

"La casa era grande porque nuestros proyectos también lo eran".
Los buenos comienzos importan. También los grandes proyectos, aunque no se lleven a cabo o no terminen por convertirse en un hogar, como solía ocurrir en los ochenta. Las licencias poéticas son justas y necesarias, descubren que a veces los hechos son permeables al deseo y la voluntad de las personas. La frase en cuestión da inicio a una novela fresca, salada, diferente, que me llevé a la boca como un sarcasmo de kiwi un junio espléndido en que tenía un espléndido balón de playa por barriga. Entonces, yo estaba llena de vida por venir y John Fante, al que tal vez conozcáis por su álter ego, el antihéore Arturo Bandini, me sirvió un libro al gusto. Pese a tener buen apetito a todas horas y saltear sin complejos, ni ardores, anillas de calamar con albóndigas caldosas, el embarazo me deparó, además de 13 kilos extras, ciertas reacciones gastrointestinales a determinadas lecturas. Así como podía echarme al coleto cualquier frito, mi estómago premamá no toleraba cualquier libro. Me caían indigestas las grandes gestas épicas y esas historias de romanticismo light que una chica al uso degusta con placer en tardes primaverales hipercalóricas, comprendidas entre los polos opuestos (siempre atractivos) de un helado de vainilla y una manta de pelo. El caso es que John Fante (1909-1983), al que el poeta Charles Bukowski llegó a considerar un dios, rompió la estática del tedio al irrumpir en mi estado de ¿dulce? espera con un cuento tan grotesco como lo es, bien visto, todo lo real. En "Llenos de vida", Fante novela sobre Fante, un americano de clase media de 30 años que se gana la vida trabajando como escritor y guionista de Hollywood. He ahí un tipo felizmente casado, sobre el que de pronto se cierne la amenaza de un «bulto sinuoso, deslizante y escurridizo» ganando territorio en la barriga de su esposa, Joyce.

Sopla el aire de cine de los años cincuenta. En L.A., donde cada sueño tiene un decorado a medida, y siempre de fondo el hotel Bates, ese escéptico con raíz en los Abruzos que es John Fante afronta el embarazo de su esposa como lo que es... Él, un hombre, un ser humano normal, sin aspavientos hormonales, víctima irredenta de la revolución dermoestética e interior de la mujer que le dará su primer hijo, un heredero varón. En "Casa de verano con piscina", Herman Koch dice, o más bien lo dice su personaje, que todos los hombres desean un hijo varón, y en realidad todas las mujeres también. ¿Será cierto? ¿Acaso hay un temor oculto en mi boba fantasía de verme rodeada de tres niñas con bucles y botas de agua cantando y saltando bajo la lluvia? Fante hace del deseo del vástago una parodia quevedesca, regada con lambrusco. El personaje que borda en "Llenos de vida" es un observador acalambrado que, entre otras menudencias, advierte cómo «la desarmante zorrería de las bragas de seda» de su mujer se ve erradicada por blusas y combinaciones king size.
«Aquello era el matrimonio, aquel sepulcro, aquella vil prisión en la que un hombre impulsado por un deseo sobrehumano de ser bueno, decente e íntegro acaba haciendo el ridículo a las tres de la madrugada sin otra recompensa que la prole, y una prole ingrata por añadidura», escribe el futuro papá, encarado a un mero antojo. Frívolo, indolente, despreciable incluso, el personaje de Fante es conmovedoramente humano. Como un niño grande chafado ante un globo roto, ante un sueño cimentado sobre una colonia de termitas.
Las circunstancias pugnan con los grandes proyectos que deben anidar en la base de un hogar.
A veces solo el humor puede mantener el fuego vivo.

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