viernes, 31 de mayo de 2013

El cuarto propio de Anne

"Tengo una habitación propia. La lluvia cae sobre ella", escribe Anne Sexton. Con estos versos se inicia la lenta detonación de uno de los poemas que incluye su antología en el sello Linteo.
Anne Sexton. Su poesía completa ha sido
editada por Linteo
Anne nos lleva, a la par pero nunca de la mano, al encuentro de Virginia Woolf y otras mujeres que asumieron el reto de hacer literatura, de contar algo verdadero con esfuerzo, con el sacrificio y la consideración que exige dedicarse en serio al arte. No hay que leer su biografía para saber que Anne tuvo dos hijas. Su poesía da testimonio de esta circunstancia, crucial en la vida de toda mujer, por acomodada que esté entre cojines de plumón o de lana merina, con toda su tribu abriendo la mano y dejándose coger el brazo a veces, o por liviana o volátil que se sienta frente a la experiencia de la maternidad. Que esas madres, haberlas haylas.
En su día, con su habitual lucidez de corte práctico, Carmen Posadas escribió un artículo sobre su desconcierto ante la, a su juicio, excesiva importancia que se da ahora, en nuestro mundo, al hecho de ser madre. No se trata de algo extraordinario, advertía la escritoria, las mujeres han tenido hijos desde el principio de los tiempos y en otros lugares lo hacen al natural, sin terapia ni aceite de rosa mosqueta, ni ninguna clase de instrucciones, guías o ceremonias preparto. Sin aliento épico ni raptos místicos. Dudo que Posadas quisiera restar valor a la figura (esculpida en chicle, diría yo, viendo lo que da de sí) de la madre, solo advertir sobre el exceso de esta maternidad torrencial que nos cala hasta los huesos y nos deja frías para todo lo demás que somos como seres, como mujeres. ¿Hemos dejado de resistirnos? De las diversas facetas que confluyen y pelean en un solo ser, en una mujer, habla la poesía de Anne Sexton.
Lo hace como la niña que fue, a la que coarta su madre y que se encierra a vivir su mundo en el baño. Como la pequeña que incuba, para la posteridad de su poesía, el miedo a la perfecta quietud y el rictus grave de sus muñecas. Como la amante abandonada, doblegada de ternura y de ira hacia una esposa ejemplar. Como la amante en la plenitud de la entrega que dice al final de un poema: Nadie está solo. Como la casada que se quita las esposas para emprenderla furiosa a manotazos con cacerolas y sartenes. Como una mujer con su regla y sus hormonas. Como la madre que llora y que canta, y escribe un himno voluble para ese insospechado sentimiento al que nos arroja un hijo: "Busco himnos sin complicaciones / pero el amor no los tiene", escribe Anne. ¿No es así?
"Mamá y Jack llenan el cielo; ambos endosan / mi feminidad. Cerca de tierra arriba mi barco. / Vine a esta tierra a montar mi caballo, / a tocar mi guitarra, a copiar /sus dos nombres, distintos como girasoles; a conjurar / el pan de cada día, a sobrevivir, /
de algún modo a sobrevivir". Así concluye, con un caballo Lispector, el poema de la habitación propia que la autora de Love Poems habitó bajo la lluvia.
Anne Sexton no va por partes, como nos dice aún algún hombre que lo hagamos, separando el agua clara del aceite de freír, poemas e hijas, emoción e intelecto, amor y piedad, dolor y venganza. Anne escribió con el sudor de su cuerpo y la lucidez siempre a prueba de su mente. Con todo el mundo encima de ese cuarto propio en el que murió joven. Más allá de él vive su poesía, cuchareando (verbo suyo) el agua inmóvil del silencio temeroso y de lo ya establecido, como un Campanu increíble. Ayudándonos a remontar ríos de la única forma que se puede, nadando contra corriente. Aunque a veces haya que dejarse llevar cabeza abajo para no morir en el intento.

No hay comentarios:

Publicar un comentario