miércoles, 29 de mayo de 2013

Matrimonio con hijas

Una pareja. Una escapada fugaz, sin hijos. Un hotel lejos de la rutina. Son las pinceladas de otro de los relatos que incluye el libro Tierra acostumbrada, de la Pulitzer Jhumpa Lahiri. Como los que ya superamos los 30 hemos crecido con vientos de bonanza y cuentos de hadas, llegados a un punto no sabemos dónde poner freno al ideal, si es viable aspirar a él o deseable mantenerlo en la pared, como un paisaje alpino junto a la cómoda con fotos de familia. Es difícil saber dónde está el umbral que separa lo familiar de lo vulgar y si las ganas de príncipe pueden llegar a compensar el beso a la rana.Cursi como me veis, la cursilería ajena me provoca un acusado picor en la garganta, especialmente cuando en esa manera de sentir asoma, y es algo que ocurre muchas veces, una sensibilidad tan voluminosa como hueca, como la nube de algodón de una noche de feria. La belleza puede ser frívola, no ir más allá de unos ojos, o un patrón antropomórfico como el de Bradley Cooper, pero su impresión es siempre honda cuando el que mira sabe mirar. Aguantar bien la mirada es uno de los mayores retos que afrontamos casi a diario y su fruto puede saborearse en historias como las de Anne Tyler o Jhumpa Lahiri, que llevan la luz sobre la dura realidad con cierta indulgencia, en un examen no exento de esperanza. Lahiri habla del amor en diversas circunstancias, entre padres e hijos, entre amantes, entre culturas distintas, en la encrucijada de un matrimonio real. Ahí conduce el tercer relato que ofrece Tierra desacostumbrada, al principio de este post, a la escapada sin hijas a un acogedor hotel. La razón de esta breve huida romántica de un matrimonio normal (¿cómo saberlo?) es una boda, que en este caso se convierte en una expedición al pasado. Nosotros los de entonces ya no somos los mismos, decía Neruda abocado a una noche de ausencia. Es algo que solemos advertir, ese abismo temporal hacia lo que se ha ido, cuando vemos a viejos amigos después de mucho tiempo, en especial si hay un evento por medio, una función. Yo no soy la misma en una boda que en la playa, el trabajo de vestuario y maquillaje que hay detrás de ese espantajo con tacón y tocado Gaudí en que me convierto con tesón kafkiano para una ceremonia tiene más porte, más edad y más guión que la chica de coleta fosca que toma el aire en la playa como un lagarto pancho. La puesta en escena es necesaria en una historia, nombres, situaciones, ristras de palabras que nombran la especificidad de las cosas. "Desde fuera el hotel resultaba prometedor, como un antiguo refugio de montaña para esquiadores: fachada marrón chocolate, tejado a dos aguas muy inclinado, ribetes rojos en las ventanas". Así arranca el relato Una elección de alojamiento, en el que la boda de la atractiva Pam detona un pequeño gran conflicto de pareja entre Amit y Megan. La autora da cuenta, entre otras cosas, de la dependencia de un padre respecto a un hijo, de un estado de alerta maternal que no cesa, sino que se acentúa en la distancia, y es extrañamente compatible con la euforia de liberarse por unos días de la disciplina de la crianza. Tanto Amit como Megan se sienten cansados. Es algo que él le recrimina a ella, que siempre esté cansada. Pero hay una noche, esa noche que ellos podrían hacer especial, en la que ella quiere bailar y él no le tiende una mano; prefiere la soledad de sus pensamientos, escapar sin dar explicaciones del peso de los recuerdos de incógnito en la noche. A él  le puede la cobardía y la deja sola, en la boda de una antigua y admirada amiga de aire frívolo, con un vestido manchado en medio de una gente y un ambiente que él dejó atrás hace ya años. Pero que aún le pesa. Y del que necesita que le salve una mano solidaria, poderosa. La mano de una mujer que no ha perdido la esperanza.

2 comentarios:

  1. Hola guapa, que bonito esto que escribes, desde la armada invencible te nombramos lovely blog award. Saludos.

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  2. Gracias! Qué ilusión! Sigue blogueando, te sigo... Un beso

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