viernes, 3 de mayo de 2013

Palabras y palabros

Somos el tiempo que nos queda. Ese verso da título a una antología del último galardonado con el Cervantes. Al recoger el premio, Caballero Bonald advirtió el consuelo que ofrece la poesía, especialmente en un mundo en crisis, en el que las ventanas nos asoman cada vez un poco menos a la belleza del día laborado. La mirada hacia dentro puede ser una oración, hecha para suplicarnos a nosotros mismos fortaleza para seguir adelante, mirando lo que dejamos atrás. Solo así podrán corregirse las erratas de la historia, y en eso, según el poeta, también puede ayudarnos la poesía. Pues en ella se hace, como expresó otro escritor, la justicia de las cosas.
Hace varias primaveras, cuando aún teníamos los ojos vendados, nos reímos como hienas de las miembras que brotaron por gracia de una ministra, ¿o fue primero un ministro?, señalándolas como una malformación de género insospechada. ¿A quién se le ocurre, qué vendrá después: peritas, pilotas, soldadas y tenientas? Árbitras haberlas haylas, y también dependientas, pero cómo podría igualar un sufijo los grados y postulados de la escala militar. Para tenienta, la mujer del teniente, y a mandar en la intendencia del hogar. Si queremos ser justos, no finjamos ser ciegos. El género de las palabras excede el ámbito lingüístico, aunque operemos con el bisturí de las normas morfológicas. ¿No se rompieron por el forro con el insólito caso de modisto? Es preciso recordar que en su día a la modista le brotó por el jeto (perdón, por la jeta) una curiosa variante masculina, con el afán insepulto de dar un nuevo corte al oficio de tantas mujeres que no han pasado a la historia, y no será porque no han hecho méritos zurciendo la cotidianidad. Pero la laboriosidad es cosa distinta del talento. De partida, no suele disponer de un cuarto ni de un tiempo propios. Sigamos las costuras. ¿Por qué no sacarse de la manga un periodisto para el periodista varón, a semejanza de modisto? ¿Quizá porque el origen del oficio es más masculino que el género de la palabra? Qué palabra o qué palabro, ¡periodista!, qué rigurosa columna inspiró hace ya unos años a Pérez Reverte, académico y escritor. La indolencia puede resultar insultante, sobre todo si se ayuda de palabras a la caída, a las que se obliga a mentir por interés. El lenguaje parece haberse malversado en el ejercicio de la función pública. Y el conflicto rebasa el escollo del género. ¿Qué provoca más espanto, superado el impacto visual, un *istoria por historia, o un nazismo por escrache? Para responder no basta con recurrir al diccionario, es preciso ir más allá, a la historia misma, y también adonde habita la poesía, un vasto lugar en el que las palabras se examinan, calibran su hondura, sopesan sus matices y desechan las capas de cemento o barniz que les han ido echando encima. Ojo con las hipérboles, que pueden ser mortales. La poesía es más que un arma, piensa lo que dice, suele abstenerse de la caza de perdiz y el tiro al plato, busca la verdad. Un solo verso puede ser una advertencia sutil cargada de futuro, algo así dice un poeta. La poesía es también un alto en el camino conocido. La sorpresa en el camino transitado. Vicente Aleixandre dijo: Las palabras significan. Y otro autor advirtió que, en la literatura, la única moral es la exactitud. Defendamos la exactitud de las palabras, para que no se conviertan en sonajeros que emiten un sonido u otro según la querencia de la mano que los mueve.
No respetar el lenguaje significa empobrecer lo que somos.
Empecemos por las palabras más pequeñas, como hoy. Tiene un significado y es urgente.
Todo este tiempo que nos queda hasta la noche.
Hoy es el Día Mundial de la Libertad de Prensa.

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