miércoles, 1 de mayo de 2013

El beso convertido en método

Vuelco aquí la entrevista completa que hice hace unos días al doctor Carlos González, autor de Bésame mucho. Se publicó el domingo, en versión reducida y editada, en el suplemento Extra Voz, de La Voz de Galicia. Su cuestionario aparecía junto a otro muy similar planteado a Eduard Estivill bajo el cliché Dos pediatras y un destino: La familia feliz, que he mencionado en un post anterior (http://elpieenlamarea.blogspot.com.es/2013/04/eduard-estivill-el-habito-hace-el-sueno.html).

Ha puesto los besos en los cimientos de miles de hogares «que desean educar como se hacía antes, con amor». Así se dirige Carlos González (Zaragoza, 1960) a los lectores de Bésame mucho, un modelo que insta a consolar al hijo cuando llora, a cantarle hasta que se duerme, a educarlo «comiéndoselo a besos», a no darle de comer por la fuerza o a vencer el complejo de ceder ante una rabieta infantil. «Nuestros hijos nos perdonan, cada día, docenas de veces», advierte el autor de Entre tu pediatra y tú. Defensor del colecho, afirma que los niños «nacen igual que lo hacían en la cueva de Altamira: con los mismos instintos y necesidades». Estar en brazos de sus padres es, a su juicio, una de las básicas que algunos «expertos» están invitando a desatender.

-Su libro “Bésame mucho” enseña a cuidar a los niños  “como se ha hecho toda la vida”. ¿No hemos evolucionado, es indeseable que lo hagamos en ciertos aspectos?
Por supuesto que hemos evolucionado. Y en muchas, muchísimas cosas, hemos evolucionado positivamente. El problema es que nuestros hijos no han evolucionado, nacen exactamente igual que lo hacían en la cueva de Altamira. Necesitan estar en brazos, necesitan atención día y noche, necesitan dormir junto a sus padres. Pero desde hace algún tiempo, algunos “expertos” se han dedicado a asustar a los padres: “si lo coges en brazos, si le haces caso, si duerme contigo, se convertirá en un, en un...” ¿En qué, exactamente? Solo prentendo que los padres sepan que criar a sus hijos como ellos desean, con cariño, consolándolos cuando lloran, cantándoles hasta que se duermen, comiéndoselos a besos, no hace ningún daño a los niños. Al contrario, les hace felices.

-Como dice en el libro, las madres de hace cien mil años no necesitaban libros ni expertos para educar a sus hijos. ¿Por qué cree que los padres de hoy recurrimos tanto a unos y otros?
Supongo que en parte es una moda, compramos libros sobre el tema porque vemos que “todo el mundo lo hace”. Pero también pienso que la capacidad de cuidar a los hijos, el “instinto maternal”, no es algo que ya tenemos de forma automática, sino algo que se va desarrollando con los estímulos adecuados. El estímulo es el niño. Los padres que pasan muchas horas al día con su bebé, y que son libres desde el primer día de atender a ese bebé como ellos creen conveniente, habitualmente van encontrando por sí mismos las respuestas. Los padres que pasan la mayor parte del día separados de su bebé, y encima, el poco rato que están juntos, les han ordenado “no lo toques, no lo consueles, no lo cojas en brazos...”, se encuentran muchas veces perdidos y desorientados.

-Escribe, dice, en defensa de los hijos, en defensa del amor como modo de aprendizaje. Un cachete, un grito o un insulto al niño no son admisibles nunca, diga lo que diga el doctor Spock. ¿Es así?
Se puede gritar, insultar o pegar a un hijo exactamente en los mismos casos en que se puede gritar, insultar o pegar al marido o a la esposa. Es decir, nunca. No entiendo cómo algunas personas pueden verlos como casos distintos, que incluso tienen nombre distintos; una cosa es “castigo físico” y otra “violencia doméstica”. Pues no, lo siento, es lo mismo. O peor, pues creo que la violencia es moralmente más reprobable cuando se ejerce sobre un ser más débil, que no se puede defender, y a quien tenemos la responsabilidad de proteger.

-¿Puede enseñarse al niño a ser disciplinado y respetuoso con los otros desde la comprensión y la permisividad absolutas?
¿Permisividad absoluta? No creo que eso exista ni pueda existir. No se trata de dejar que el niño coma caramelos todo el rato, o juegue con fuego, o pegue a otros niños. Se trata de decírselo de buenos modos, no a gritos ni a bofetadas. Igual que se lo decimos a un adulto. Porque entre los adultos no hay permisividad absoluta. Hay cosas que yo no permito hacer a mi esposa, hay cosas que mi esposa no me permite hacer a mí. Yo sé que no puedo romper los muebles, saltar en el sofá, insultar a la gente por la calle. Pero mi esposa nunca me ha gritado, ni me ha castigado, ni me ha sentado en la silla de pensar (y es una suerte, porque ya me tocarían más de cincuenta minutos). Simplemente, la mayoría de las cosas que están prohibidas ya ni las intento, porque algo dentro de mí me dice que eso no lo debo hacer. Y otras cosas, cuando las he hecho, mi esposa me ha dicho “por favor, no hagas esto”, y ya está. No es tan diferente con los niños. ¿Cómo enseñamos a nuestros hijos a no prender fuego a la casa? Pues habitualmente no hace falta enseñárselo, porque los niños presentan una notable tendencia espontánea a no prender fuego a la casa, a no tirarse por la ventana y a no sacarles los ojos a otros niños. Casi ningún padre ha tenido que explicarlo: “mira, hijo mío, no hay que sacarle los ojos a la gente porque...”. Las cosas que nuestros hijos hacen mal suelen ser bastante más leves, y basta con una explicación educada: “no pongas los zapatos en el sofá”, “vamos a lavarnos las manos antes de comer”...
-Ha salido en defensa de las vacunas, ¿por qué?
Porque veía padres que, engañados por ciertos médicos irresponsables, no vacunaban a sus hijos, o lo hacían demasiado tarde. Es importante seguir el calendario oficial de vacunaciones.

-¿Han mejorado los padres de hoy en el cuidado de sus hijos respecto a sus predecesores?
Tanto antes como ahora ha habido muchos padres distintos que han hecho muchas cosas distintas. Y no existen estadísticas fiables sobre lo que hacen los padres de ahora, y menos los de antes. Así a ojo, da la impresión de que ahora se pega menos a los niños. Empieza a estar socialmente mal considerado. Pero, por otra parte, nunca antes en la historia de la humanidad se había cogido tan poco en brazos a los niños cuando eran bebés, nunca antes habían dormido tan solos, nunca antes se habían escolarizado tan pronto ni habían pasado tantas horas al día separados de sus padres.

-¿Contra qué viejos mitos y tópicos hemos de rebelarnos hoy?
Ni sano, ni enfermo; un niño no “ha de comer”. Tiene derecho, como cualquier persona, a comer si tiene hambre y a no comer si no tiene hambre. Y con el sueño, hacemos cosas muy raras: por una parte parece que queramos que duerman mucho; por otro lado, les ponemos obstáculos: si les dejamos solos, a muchos niños les cuesta dormir.

-¿Hasta qué edad cree recomendable la lactancia?, ¿el pecho, a demanda?
La Asociación Española de Pediatría, lo mismo que la OMS y Unicef, recomienda dar el pecho al menos hasta los dos años, y luego hasta que madre e hijo quieran. Y, por supuesto, a demanda. ¿Cómo, si no? Todos comemos a demanda. Cada familia, en su casa, come a la hora que quiere, con la única limitación que imponen los horarios laborales o escolares. Ningún adulto cena a las ocho porque se lo ha mandado el médico o lo ha leído en un libro; cada cual cena cuando quiere o cuando puede, y adelanta o retrasa la hora cuando va al cine o cuando ponen un partido por la tele.

-Anota en su libro una cita de Unamuno que dice “Cuando duerme una madre junto al niño, duerme el niño dos veces”. ¿Apoya la opción del colecho en todo caso?
Básicamente un niño puede dormir en la cama de los padres, en la habitación de los padres pero en su propia cuna o cama, o en otra habitación. Y esas tres opciones básicas se pueden combinar de mil maneras. Lo que digo a los padres es que tienen derecho a elegir, en cada momento, la opción que mejor les funcione, la que les permita a todos vivir más felices y dormir más tranquilos.

-¿Qué recetaría a una madre con sentimiento de culpa?, ¿mayor entrega al hogar, renuncia al trabajo fuera, psicoterapia...?
No sé cómo tratar la culpa de las madres. Parece ser intratable. Las madres (al menos, muchas de ellas) parece que siempre se las arreglan para sentir culpa. Creo que hay que aplicar aquello de “si no vives como piensas, acabarás pensando como vives”. Tenemos que valorar cuidadosamente las necesidades de nuestros hijos, y tomar decisiones. Si crees que has hecho lo mejor que lo podías hacer dadas tus circunstancias, no tienes por qué sentirte culpable. Y si crees que podrías hacer algo mejor... pues hazlo. Por cierto, es curioso que uses la expresión “renuncia al trabajo”. Se inscribe en una especie de ética (o épica) del trabajo que hoy por hoy parece que solo afecta a las mujeres, especialmente a las madres. Los varones, en realidad, cuando conseguimos librarnos del trabajo, no pensamos que estemos renunciando a nada (bueno, al sueldo... pero si nos dieran la oportunidad de ganar lo mismo sin trabajar...). Cuando nos anunciaron que la jubilación se retrasaba a los 67, no oí exclamaciones de alegría, “¡qué bien, podremos realizarnos dos años más, ya no tendremos que renunciar al trabajo!”. Gastamos millones en loterías y quinielas con la esperanza de que nos toque un premio descomunal que nos permita dejar de trabajar.

-¿Cree que el padre y la madre pueden cumplir los mismos roles o intercambiar los papeles que se les atribuyen convencionalmente?
Hay un hecho evidente: el padre no puede dar el pecho. Por lo demás, pueden hacer los dos las mismas cosas. Pero el hecho es que todos los niños establecen una primera relación afectiva con una persona, la figura primaria de apego. No es obligatorio que esa figura sea la madre; puede ser el padre, el abuelo, la niñera, la cuidadora del orfanato... Lo que está claro es que solo hay una. Es decir, el padre solo puede ser la figura primaria si la madre es figura secundaria. Y a pocas madres les gustaría ser secundarias.

-¿Es realmente la guardería una mala opción para nuestros hijos?
Lo mejor para los niños pequeños es estar con sus padres. Más concretamente, con su figura primaria de apego. Cualquier otra cosa es peor. En los países socialmente más avanzados se respeta el derecho de los padres a ocuparse de sus hijos y se les dan todo tipo de facilidades.

-¿Podrían haber en algunas madres entregadas en exclusiva a sus bebés cierto egoísmo por cultivar hasta el extremo la interdependencia con el hijo o es un planteamiento absurdo o insidioso?
Eso son cuestiones filosóficas muy complejas. Define “egoísmo”. Si egoísmo es buscar la propia felicidad haciendo lo que te gusta, entonces tener un hijo cuando quieres tener un hijo es egoísmo, trabajar cuando quieres trabajar es egoísmo, leer un libro porque te gusta leer es egoísmo, irse de cooperante a África porque te sientes bien al hacerlo es egoísmo. Por otra parte, si lo que quieres conseguir es hacer a tu hijo dependiente de ti, lo que tienes que hacer precisamente es no dedicarle muchas horas. Los niños que tienen todo el cuidado materno que necesitan se hacen más independientes. Es la generación que fue a la guardería y que se quedó a comer en la escuela la que ahora no se va de casa. Nuestros bisabuelos estaban todo el rato con su madre, y se independizaban pronto.

-¿Pueden los besos y otras expresiones habituales de cariño echar a perder la futura autonomía y fortaleza emocional de los niños, o al contrario, la refuerzan?
En los primeros años, el niño aprende si es una persona importante, digna de aprecio, cuyas opiniones son respetadas, o si es una persona sin importancia, a la que nadie hace caso, sin derecho a opinar ni a decidir nada por sí mismo.

-Hay un proverbio africano que dice “Para educar a un niño hace falta toda la tribu”. ¿Cómo lo conseguimos?
Bueno, eso es lo que estamos haciendo, ¿no? Curiosamente, aunque el proverbio es africano, los niños africanos pasan muchas más horas con su madre que los nuestros. Nuestros niños pasan mucho tiempo con otros miembros de la tribu (abuelas, maestras, canguros...)

-¿Es un cachete a tiempo necesariamente maltrato?
¿Puede una bofetada a una mujer no ser un maltrato?

-¿Marcamos a nuestros hijos hagamos lo que hagamos?
Obviamente, cualquier cosa que hagamos va a influir. Y por supuesto infuirá más lo que hacemos miles de veces, día tras día, durante años, que lo que sólo hacemos ocasionalmente. Lo difícil es saber cómo va a influir cada cosa. Tampoco me importa mucho.

-Escribe en Bésame mucho: “En realidad, lo que mucha gente piensa cuando dice ‘’quiero que mi hijo sea independiente es quiero que duerma solo y sin llamarme, que coma solo y mucho, que juegue solo y sin hacer ruido, que no me moleste…” ¿Cree que tratar de hacerlo independiente responde en cualquier caso a un deseo del padre de desentenderse?
Lo que decía antes: si no vives como piensas, acabas pensando como vives. Creo que en general los padres no quieren desentenderse de sus hijos. Pero si les convencen desde el primer día con todas esas absurdas normas, “no lo cojas en brazos, deja que llore, no te dejes tomar el pelo, lo que tiene es cuento...” acabarán pensando que, en efecto, los niños son unos “pequeños tiranos” que solo piensan en fastidiarnos.

-¿Es posible aunar felicidad y disciplina?, ¿es posible aunar el apego a los padres con la autonomía emocional?
Pues claro. Es que la disciplina no es una cosa rara. No es algo que tienes que hacer de forma consciente. Yo soy feliz, y también tengo disciplina. Sé que tengo deberes, y que los demás tienen derechos, sé que hay cosas que debo hacer, y las hago, y cosas que están prohibidas y no las hago. Y mi esposa no necesitó seguir ningún “método” ni leer ningún libro sobre “educación de maridos”. Es que todos educamos a nuestros hijos, cada día, cada minuto, como el que hablaba en prosa y no se había dado cuenta. Y lo que aparentemente es muy difícil es llegar a tener autonomía emocional si antes no se ha tenido apego a los padres. El apego es una necesidad básica del ser humano y un requisito necesario para el correcto desarrollo de la persona.



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