domingo, 26 de mayo de 2013

La confesión de una mujer

Hace ya un par de años que está en casa, pero yo la descubrí ayer. ¿Cuánto tiempo tardamos en ver lo que miramos? Qué gran diferencia semántica entre dos verbos de partida tan próximos. A veces los días no bastan, necesitamos años para darnos cuenta (y eso si lo hacemos) de que en nuestro repetible horizonte cotidiano hay algo de valor, un tesoro emergido al mundo coloquial de la rutina.
No entraré en someras profundidades. Diré solo que, como no tengo demasiado tiempo para leer, ante el escaparate de algunas librerías y boutiques culturales de aspecto alternativo me siento presa del síndrome del comprador compulsivo. Ese que te impele a llevarte tres prendas cuando necesitas echar otras tres o cuatro del armario para aliviar su pesadez. El resultado, dejando la ropa aparte, es un acusado déficit con la literatura, libros y libros sin abrir que se van posponiendo una y otra temporada, convirtiéndose en objetivos difusos de mis tiempos libres, que son varios, breves e intensos como el buen café a lo largo del día. Una de esas lecturas que en mi casa quedaron aplazadas sin fecha es Tierra desacostumbrada, volumen de relatos de la escritora hindú-americana nacida en Londres Jhumpa Lahiri al que llegué gracias a Yolanda, de la Librería Nós. Podría decirse que el libro vino a buscarme a mí cuando yo indiqué a qué altura estaba del camino. Me precipito ahora al tercer relato de esta obra, tras una primera zambullida refrescante y una mucho mejor segunda inmersión. Me detengo aquí, en el relato Cielo e infierno, en el que el joven bengalí Pranab Kaku trunca el porvenir pasado de su estirpe al enamorarse de Deborah, una americana tipo con la que, solo un detalle, se besa en público ante el pudor de los suyos. Y ante la mirada de otra mujer. En realidad, de una mujer y una niña, madre e hija, con dos maneras encontradas de vivir en tercera persona, juez y parte, esa historia de amor mestiza. Lo que une a Pranab con su sueño americano, Deborah, es lo de menos en el relato de una autora distinguida con el Pulitzer, un romance de postal, sin los matices interiores de quienes lo viven, pues no son ellos quienes lo cuentan. La mirada desde la que nos arrojamos a esta historia dando un salto sin red entre culturas y generaciones distintas es la de la niña. Los ojos de la infancia lo cambian todo, ya sabéis. El resplandor que a veces hay en ellos es un oasis, una ilusión que no siempre encuentra el agua para crecer en tierra real. Es así en muchas ocasiones, pero eso no resta fuerza a la mirada, al contrario, le confiere una belleza capaz de desarmar al adulto engullido por la grisura habitual de la experiencia. ¿No es la ilusión la mejor manera de estar vivo? Los ojos de esa niña hindú afincada en Central Square y su admiración por Deborah pelean en el relato con la adustez de su madre. Dan como piedras en el muro de la desaprobación de esta mujer de prematura vejez que cuida la casa y vive para otros, marido e hija, y es en realidad la gran protagonista del relato. Hay una historia de suspense en cada mujer que sufre en silencio mientra pela patatas o ve a solas cada tarde una telenovela que aventura otras formas de vivir, reales o ficticias. El mal de amores prende bien en el heno, en la tierra acostumbrada. A veces, donde aparentemente no ocurre nada se consume una vida y está en juego la suerte de varias. Entre una madre y una hija hay un océano de cosas que en ocasiones se queda helado. Y, como diría Kafka, es necesaria un hacha para romper ese hielo. Una confesión que ayude a comprender el dolor soportado. O al menos a liberarlo.
(http://yovivoenella.blogspot.com.es/2011/01/jhumpa-lahiri-cielo-e-infierno.html)

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